Al pueblo de Las Manchas, que sufrió la furia del volcán
Desde octubre de 1712, en que se produjo la erupción del volcán de El Charco y hasta junio de 1949, transcurrieron 237 años de tranquilidad en la historia volcánica de La Palma. Fue un largo período de tiempo en comparación con los intermedios de las cuatro anteriores erupciones, en las que mediaron 61 años entre los volcanes de Tihuya y Tigalate; 31 años entre éste y el de San Antonio; y otros 35 años con el de El Charco, respectivamente.
Los primeros indicios de una cierta inestabilidad datan de 1936 y 1939, época a partir de la cual se fueron repitiendo movimientos sísmicos con un período variable a lo largo de casi 13 años, para que la población pensara en serio en la posibilidad de un nuevo volcán, sobre todo después de las visitas de algunos geólogos y las noticias aparecidas en la prensa, lo que hacía confirmar las apreciaciones que se tenían de que algo estaba sucediendo en las profundidades de la Isla, pese a que entonces no existía ni un modesto observatorio sismográfico.
En julio de 1936, el ingeniero Luis Cadarso, director del Observatorio Sismológico de Málaga, hizo un registro macrosísmico y detectó en La Palma dos temblores de cierta intensidad, que fueron sentidos por la mayoría de los habitantes de la Isla, lo cual, a partir de entonces, fue considerado como el punto de partida de los fenómenos precursores más inmediatos de la erupción de 1949.
Un año después se produjeron también fuertes sacudidas, que fueron especialmente intensas durante la noche, despertando con frecuencia a los habitantes de Mazo, Fuencaliente y los pueblos del valle de Aridane.
En 1938 se repitieron con períodos de relativa tranquilidad hasta el 22 de febrero de 1939, en que fueron sentidos en toda la Isla, aunque se localizaron con más fuerza en el Sur, sobre todo en Fuencaliente, donde se produjeron pequeñas grietas. Del 23 de febrero al 4 de marzo continuaron los movimientos, aunque de poca intensidad.
El 7 de marzo se sintió uno muy fuerte, de tres segundos de duración, que causó daños materiales, agrietándose algunas casas y las paredes del faro de Fuencaliente, lo que provocó el desplome posterior de algunos trozos del edificio. El torreón tenía uno de los hierros de la armadura bastante oxidado, lo que favoreció su desplome, produciéndose, además, desprendimientos de riscos costeros y en las medianías, hasta el punto de que desde Los Quemados los vecinos vieron una nube baja de color ocre formada por el polvo de los desprendimientos. Los habitantes de Los Canarios y partes altas de Las Indias y Los Quemados dijeron que los temblores se percibían con mayor intensidad en los terrenos altos que en la costa.
El 11 de marzo, poco después de la una de la tarde, se sintió un temblor muy fuerte, de cuatro segundos, que provocó el hundimiento de cuevas, así como el derrumbe de algunas bodegas y paredes mal construidas y al oeste del cráter del volcán de San Antonio se abrió una grieta. El eje de transmisión del faro se dobló y quedó inutilizado, por lo que el personal técnico procedió a desmontar la óptica e instaló en su lugar un fanal fijo. A partir de entonces, los movimientos sísmicos se fueron intensificando hasta el 23 de junio de 1949, unas horas antes del inicio de la nueva erupción.
“Cuando el volcán de San Juan -relata Manuel Gorgonio Martín Pérez-, la tierra venía moviéndose desde hacía días y nadie sabía por donde iba a reventar. Yo estaba en la cumbre en una remate de madera, cerca de donde reventó, con Olivo y Luis de Sotero y a media mañana del 24 de junio, que era el día de San Juan, empezaron las piedras a volar en la cumbre y a caer por la ladera, que dejamos allí mismo la madera, y salimos corriendo con una yunta, entre estampidos que daban miedo”.
Había comenzado la historia de un nuevo volcán en La Palma. El día amaneció nublado en las cumbres. Durante la madrugada había continuado la actividad sísmica y al amanecer fueron aún más intensos, siendo percibidos en El Paso y Los Llanos de Aridane y en las localidades de Las Manchas y Jedey, así como en Fuencaliente y en Mazo y las Breñas, en la vertiente oriental.
Testigos presenciales que se encontraban en la cumbre manifestaron que coincidiendo con la intensidad de los temblores de tierra se abrían grandes grietas que se alargaban y ensanchaban en las proximidades de la montaña de El Duraznero, con deslizamientos y corrimientos de tierras y emanaciones gaseosas con olores de azufre y gases sulfhídricos, mientras en las inmediaciones de montaña Pelada (1.853 m.) se escuchaban intensos ruidos subterráneos.
Precedida por fuertes convulsiones en el suelo y ruidos que parecían desgarrarse desde el fondo, hacia las ocho y media de la mañana del día de San Juan, la tierra abrió sus entrañas en la Cumbre Vieja después de una pequeña explosión en el terreno, entre las montañas de El Duraznero, Los Lajiones, Montaña Pelada y Nambroque.
Los primeros testigos en advertir el nacimiento del nuevo volcán fueron dos jóvenes y un guarda-jurado de la Asociación de Cazadores. Los dos primeros se encontraban recogiendo pinocha a unos 200 metros de la montaña de El Duraznero, cuando oyeron en el suelo un profundo, intenso y prolongado ruido de la tierra del que quedaron sorprendidos y dudaron creer, por lo que trataron de averiguar en los alrededores la causa de su curiosidad y su sorpresa fue tremenda cuando vieron salir una columna de humo negro entre los restos de las neblinas matinales, por lo que salieron corriendo hacia sus casas para contar a los suyos lo que habían visto.
El tercer testigo fue Antonio González Rodríguez, guarda-jurado de la Asociación de Cazadores en la zona Sur de la Isla. Este hombre advirtió a la misma hora, de que se había producido una pequeña explosión, seguida de una salida de humo que, según creía, parecía “como si fuera del incendio de algún tronco de pino”, por lo que en un principio no le dio gran importancia.
Hacia las diez y media de la mañana, encontrándose el testigo en la montaña de Enrique, observó que en el lugar donde se había producido la explosión se elevaba una columna de humo mayor y más densa, lo cual, según sus palabras, le hizo sospechar que pudiera tratarse “de algo así como un volcán”, por lo que acudió al Ayuntamiento de El Paso para informar al alcalde, Antonio Pino Pérez, de lo que había visto.
A las 11 de la mañana, la columna de humo negro se había vuelto inmensa y ofrecía un majestuoso espectáculo, que fue apreciado por mucha gente de la comarca de Aridane, y aun de otras partes de la Isla. A esa hora los fieles salían de la iglesia de El Paso después de la celebración de la función religiosa, por lo que contemplaron desde la plaza el nacimiento del nuevo volcán. Los cálculos iniciales cifraban en “unos dos mil metros” la altura de la espesa columna de humo que brotaba desde las montañas de la crestería insular.
Desde mediodía, grupos de personas en camiones, guaguas y algunos coches se dirigieron hasta El Refugio y desde allí, a pie, y después de hora y media de camino, los más atrevidos llegaron hasta las proximidades del primer cráter, por lo cual fueron varios los testigos presenciales de las primeras horas.
La densa columna de humo negro brotaba impulsada por explosiones sucesivas y arrastraba polvo fino, cenizas, arenas calcinadas, lapilli y lava fragmentada, acompañada de grandes ruidos subterráneos, en una boca a la que inicialmente se le calculó unos 20 metros de diámetro y que arrojaba una gran cantidad de piedras y cenizas, apreciándose grandes grietas en los terrenos colindantes. El personal técnico detectó a primeras horas de la tarde la existencia de otras dos bocas de fuego, próximas a las primeras, que vomitaban piedras incandescentes.
La noticia corrió rápidamente por toda la Isla y el telégrafo se ocupó de transmitirla al resto del mundo. Había nacido un nuevo volcán en una fecha muy señalada, festividad de San Juan, de ahí el hagiónimo designado para su bautizo, aunque también se emplearon los nombres de Nambroque, Hoyo Negro, Las Manchas y El Duraznero.
En la mañana del día 24, después de que se comprobó la situación detectada en la cumbre de la Isla, el alcalde de El Paso, Antonio Pino Pérez, llamó por teléfono al subdelegado del Gobierno, José Carrillo Lavers, para informarle de los hechos y le trasladó la impresión, confirmada sobre las 11 de la mañana, de que se trataba de un volcán.
Los alcaldes y algunos concejales de los municipios del valle se trasladaron rápidamente a los poblados de Las Manchas, Jedey y Los Charcos, al entender que eran las poblaciones que corrían peligro por su situación geográfica en relación con la localización del foco inicial, comprobando a su paso por la carretera general del Sur la caída de cenizas, por lo que, pese al desconocimiento de los momentos iniciales, tranquilizaron como mejor pudieron a la población acerca de la magnitud del fenómeno.
El sudelegado del Gobierno, en unión de otras autoridades y los alcaldes de los municipios afectados, se trasladó al valle de Aridane y dispuso la adopción inicial de todas las medidas posibles para que, en caso de urgencia, se pudiera prestar la ayuda necesaria a los vecinos de la zona amenazada.
Desde el primer momento de la erupción, el subdelegado del Gobierno designó a un grupo de observadores para que siguieran cuidadosamente la evolución de los acontecimientos que se sucedían en la Cumbre Vieja. Las cuadrillas las formaron miembros de la Guardia Civil, Guardia Forestal y grupos de vecinos voluntarios conocedores del terreno, lo que facilitó mucho el trabajo de los diferentes equipos, de los que eran responsables directos cada uno de los alcaldes.
El señor Carrillo Lavers informó de los hechos por teléfono al gobernador civil de la provincia, Emilio de Aspe Vaamonde, quien, al mismo tiempo, se puso en contacto con el ministro de la Gobernación, Blas Pérez González y le detalló los acontecimientos que se estaban produciendo en su Isla natal, haciéndolo así todos los días hasta que el político llegó a la Isla.
La noticia de la erupción del volcán adquirió tintes alarmistas en las informaciones de algunos medios extranjeros, entre ellos el periódico venezolano Últimas Noticias, que deformó la realidad de los hechos en los siguientes términos: “Huyen aterrorizados de las Islas Canarias millares de personas por erupción de volcanes y temblores.
“Santa Cruz de Tenerife, junio 25. UP. Los temblores y las erupciones volcánicas estremecieron hoy a la diminuta isla de La Palma, mientras que los aldeanos aterrorizados preparábanse a huir por la vía marítima. Dos pequeños cráteres vomitaron cenizas y piedras candentes destruyendo los árboles. Simultáneamente los temblores abrían en la tierra largas hendiduras de donde salían gases sulfúricos, mientras que se escuchaban estruendos subterráneos. Las ambulancias de la Cruz Roja y guardias civiles se mantienen vigilantes para ayudar a los aldeanos en caso de que la lava caliente se aproxime a las poblaciones. Los cráteres activos están ubicados en las aldeas de El Paso y Fuego Caliente”.
El periódico tinerfeño El Día, que reprodujo la información, apostillaba lo siguiente en una nota de la Redacción:
“Es de lamentar la divulgación de estas noticias que, sobre bases totalmente falsas y por un afán sensacionalista, pueden llevar al ánimo de millares de compatriotas nuestros en tierras americanas, la más viva incertidumbre”.
En la tarde del 26 de junio, el capitán general de Canarias, Francisco García Escámez, sobrevoló la zona del volcán a bordo de un avión militar Junkers 52 (T2-80), pilotado por el comandante Rafael López Sáez. El avión despegó del aeropuerto de Los Rodeos y evolucionó varias veces sobre la zona del volcán a una altura de unos 2.500 metros. Las malas condiciones atmosféricas, debido a la neblina y la lluvia existente, así como a la inmensa columna de humo que salía del cráter de El Duraznero, imposibilitaron la visibilidad necesaria para una buena observación.
En las declaraciones que hizo a los periodistas a la vuelta del viaje, el general dijo que la columna de humo envolvió casi siempre al avión y estimaba que alcanzaba una altura de unos 4.000 metros y que se extendía en dirección Sur, con una longitud superior a los 100 kilómetros, mostrando un color terroso.
En El Paso, las fiestas del Sagrado Corazón y en Los Llanos, las de Nuestra Señora de los Remedios, que comenzaban en estos días, se vieron adornadas por la luminaria pirotecnia del volcán y el suceso acaparó la máxima atención del pueblo palmero. Unos, en vehículos particulares y la mayoría en camiones, se desplazaron hasta Las Manchas y El Time para presenciar un espectáculo tan singular como inolvidable.
Publicado en Diario de Avisos, 24 de junio de 2007
Bibliografía:
Díaz Lorenzo, Juan Carlos (2000). El volcán de San Juan. Crónica de una erupción del siglo XX. Madrid
Díaz Lorenzo, Juan Carlos (2008). Los volcanes de La Palma. Una aproximación histórica. Madrid
Martel San Gil, Manuel (1960). El volcán de San Juan. Madrid
Foto: Adalberto Benítez Tugores / Archivo FEDAC