A comienzos de la década de los años setenta del siglo XX, las limitaciones operativas de la pista de aterrizaje y el desarrollo del turismo en la isla de Madeira, hicieron pensar en una ampliación que permitiera no sólo un mayor flujo de turistas, sino también la posibilidad de escalas de vuelos internacionales. El encargado del proyecto fue el ingeniero Edgar Cardoso y en 1973 fue inaugurado un nuevo edificio terminal capaz de recibir medio millón de pasajeros anuales.
Un lamentable accidente, ocurrido el 19 de noviembre de 1977, en el que un avión Boeing B-727 de TAP (CS-TBR), en el momento de aterrizar con fuerte cerrazón de lluvia, acabó saliéndose de la pista –con un saldo de 131 muertos y 33 supervivientes–, hizo saltar todas las alarmas sobre las dificultades del aeropuerto, razón por la cual, entre 1982 y 1986 las dimensiones de la pista se aumentaron a 1.800 m y también se amplió la plataforma de estacionamiento de aeronaves.
No obstante, Madeira necesitaba un aeropuerto más grande y, por esa razón, el ingeniero Antonio Segadaes Tavares evolucionó sobre los estudios del ingeniero Edgar Cardoso y planificó una nueva ampliación de la pista de vuelo. Había un problema mayúsculo a resolver. No había espacio físico posible, por lo que la solución vino con la construcción de una parte de la pista en terrenos ganados al mar.
Las obras, dada su complejidad, llevaron su tiempo, hasta que el 15 de septiembre de 2000 fueron inauguradas con los fastos de rigor, teniendo, desde entonces, una longitud de 2.781 m, lo que permite la operativa de los grandes aviones comerciales actuales. Además, para un mejor aprovechamiento, la base de la prolongación de la pista de vuelo ha sido aprovechada para pistas deportivas y aparcamientos.
La pista de vuelo, marcaciones 5-23, figura entre las más difíciles del mundo por la peligrosidad de sus aproximaciones, debido a las turbulencias generadas cuando el viento en los rumbos 300º y 020º supera los 15 nudos. Durante las maniobras de aproximación, los vientos ascendentes y descendentes muy próximos al contacto con la pista, pueden verse complicadas por los flujos de vientos racheados.
El aeropuerto tiene otra peculiaridad: la fuerza ascendente cuando la aeronave sobrevuela la pista, provocando la sensación de que el avión no quiere aterrizar. Debido a estas características, la autoridad aeronáutica de Madeira exige a los pilotos un permiso especial para poder operar en el mismo, circunstancia que en otro tiempo vivimos muy de cerca.
Una obra tan singular como la ampliación del aeropuerto de Madeira merecía un justo reconocimiento. En 2004, la Asociación Internacional de Puentes e Ingeniería Estructural (IABSE), en su reunión anual celebrada en Shangai (China), concedió su premio 2004 IABSE a la citada obra, reconociendo su notable envergadura y su aportación tecnológica y social.





Fotos: Facundo Cabrera para puentedemando.com

 
									 
					

