Cuando van a cumplirse 45 años de la incorporación del primer jet-foil al puente marítimo entre ambas capitales canarias —el próximo 8 de agosto—, José Juan Rodríguez del Castillo, personalidad de larga trayectoria en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, entiende que “ha llegado el momento de que el jet-foil tenga el reconocimiento que merece” y para ello sugiere que “una entidad de tanto prestigio con el Museo Elder tenga una exposición permanente de este hito de la historia de la navegación en Canarias y en España”.
Por espacio de casi 25 años, el jet-foil, que comenzó con una agresiva campaña publicitaria “de centro a centro sin rodeos”, en clara alusión al aeropuerto Tenerife Norte Los Rodeos y algunos inconvenientes iniciales felizmente resueltos con el apoyo de un capitán instructor hawaiano llamado Lorrin F. Turston, se convirtió en el más importante hito de la modernidad del transporte marítimo en Canarias, con un servicio de alta velocidad de puerto a puerto, elevado confort y 90 minutos de duración.
Los años álgidos del jet-foil —con cinco unidades entre 1980 y 2004— corresponden a una de las épocas más brillantes de Compañía Trasmediterránea en Canarias, precedida por el éxito indiscutible de los ferries “Ciudad de La Laguna” y “Villa de Agaete”. Etapa en la que un elenco de excelentes y bien recordados profesionales técnicos, así como de atención al pasaje a bordo y en tierra supieron conjugar sus mejores afanes y unieron sus nombres a esta nueva etapa medida en años que también conoció algunos incidentes de importancia y una decadencia en la que la decisión final de quienes entonces dirigían la compañía y la aparición de los catamaranes de alta velocidad marcaron el comienzo de su declive.
“El jet-foil es un emblema de la historia de Canarias y merece un reconocimiento justo”, apostilla José Juan Rodríguez del Castillo, cuya trayectoria en defensa de la historia y el patrimonio marítimo del archipiélago le distinguen especialmente. Además de su etapa al frente de ACCOMAR, ahí está su legado en el Aula del Mar de Gáldar, una muestra de su inquietud y constante quehacer que ha merecido la concesión de la Medalla de Oro de la ilustre ciudad.

Foto: archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo y Andrés Cruz [La Provincia]

 
									 
					

