Un día del año 1991 recibí una llamada de Salvador García Llanos, en nombre de Jerónimo Saavedra. “El jefe quiere hablar contigo”, me dijo el siempre cercano y entrañable amigo y admirado maestro de las buenas maneras en el periodismo. Salvador me dio la fecha en la que el entonces presidente del Gobierno de Canarias quería verme en su despacho del palacete de Presidencia del Gobierno en la Plaza de los Patos de Santa Cruz de Tenerife.
Llegué con bastante antelación a la hora prevista y Salvador me recibió en su despacho, que estaba en el piso bajo del singular edificio modernista de comienzos del siglo XX. Le pregunté si sabía para qué me quería ver el presidente del Gobierno de Canarias y él me contestó, con su habilidad y complicidad manifiesta: “Él te dirá lo que te tenga de decir”. “Pues bien, vamos a esperar”, le contesté con sorna y agudeza palmera. Y Salvador sonrió.
De pronto aparece su secretaria, seguí sus pasos y me abre la puerta del despacho del presidente del Gobierno de Canarias, de quien entonces quien suscribe, que ya tenía unos años de recorrido en el mundo del periodismo, tenía la visión de que era un hombre singular, muy culto, docente universitario muy acreditado en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna, un preclaro referente respetable y respetado en la política canaria, que había militado en la clandestinidad socialista desde el tardofranquismo, que sabía mucho de muchas cosas y entre otras de música, ópera, teatro, cine y que amaba a los barcos y también amaba a La Palma.
Jerónimo Saavedra no se anduvo por las ramas y fue directo al grano. “Juan Carlos, quiero que hagas un libro de La Palma y el mar, que sea la aportación de Presidencia del Gobierno al V Centenario de la fundación de Santa Cruz de La Palma”. Yo me quedé impactado y sin palabras. Jerónimo, viendo que yo no reaccionaba como él esperaba, me espeta: “¿Estás bien?” Y yo le contesté, abrumado: “Presidente, esa es mucha carga y responsabilidad para mí”. Y Jerónimo reacciona de inmediato y me dice: “No, estás equivocado, tú eres quien tiene que hacer ese libro. Honra a tu isla, ponte a trabajar y dime lo que necesitas”.
Yo sentía un especial interés por la construcción naval del siglo XIX y atractivo por el mundo naval, marítimo y portuario de mi isla siempre amada. Seguí los consejos de mi maestro y consejero Juan Antonio Padrón Albornoz, gran enamorado de La Palma y cuando me puse a trabajar encontré mucho más de lo que pensaba. Encontré la generosidad de don Miguel Cabrera en su despacho decimonónico de la Casa Cabrera y a su hijo Miguel, que me abrieron las puertas de su empresa entrañable. Encontré a José Feliciano y a su mujer en el Museo Naval del barco de la Virgen, desgranando el pasado de la construcción naval, junto a mi amigo y colega Antonio Arocena y su padre don Lorenzo Arocena del Castillo, descendiente directo de la saga de constructores navales y de los veleros que hacían la carrera de América, quien guardaba celosamente el precioso álbum de láminas que los hermanos Arocena habían presentado en la Exposición de Filadelfia a finales del siglo XIX.
Encontré a Antonio Sosa hablándome de los correíllos y de las líneas de la Península; encontré a la familia de Armando Yanes en la librería “Cervantes”, recordando “Cosas viejas de la mar”; encontré a Fernando Leopold y a José Pérez Vidal evocando el pasado glorioso del “Pamir”; a Antonio Manuel Díaz Rodríguez y a su sobrino Juan Manuel Guillén Díaz, de la Casa Rodríguez Acosta y el hotel Florida; encontré a mi tío abuelo Antonio Hernández de Paz recordando su viaje a bordo del tristemente célebre trasatlántico “Valbanera”; encontré a los hermanos José y Miguel Duque Pérez-Camacho y a su primo José Díaz Duque, que me hablaron de su familia, de la exportación frutera y de Naviera del Atlántico; encontré al cronista oficial Jaime Pérez García y sus “Fastos biográficos”; encontré a José Casamajor desgranando la crónica portuaria de varias décadas desde las páginas de Diario de Avisos; encontré a Filiberto Lorenzo de Honor para relatarme cosas inconfesables del cabotaje; encontré a Esteban Medina, que me contó el viaje en la emigración clandestina a Venezuela a bordo del elegante yate “Benahoare”; encontré a Manuel Marrero Álvarez, delegado de Compañía Trasatlántica, relatando el viaje del trasatlántico “Begoña” a La Palma en el año lustral de 1970…
En la sede de la Junta de los Puertos del Estado en Santa Cruz de Tenerife, que así se llamaba entonces la actual Autoridad Portuaria, encontré a su presidente Pedro Anatael Meses Roqué, que me abrió las puertas del archivo de la entidad… encontré a José López Mederos hablándome del cabotaje local y de la tragedia de la falúa “Quisisana”; a Pedro Manuel Rodríguez Castaños, que me puso en contacto con sus hermanos Amancio y Alberto. Amancio, amigo entrañable de días felices, hacía poco que había ascendido a contralmirante y Alberto tenía un cargo importante en una empresa petrolera. Encontré a Mauro Fernández Felipe hablándome de la electricidad en La Palma; a Tomás Barreto Lorenzo desgranando los recuerdos de cómo llegaban las mercancías a La Palma; a Alfonso Henríquez, a Facundo Daranas, a Manolo Vidal, a Rosendo Carballo, a Vicente Capote Cabrera, a Fausto Cabrera, a Segundo Piñero, a Domingo Acosta Pérez, a Luis Ortega Abraham, a Juan Francisco Pérez…, encontré a José María Lorente de las Casas, que dirigía la Sociedad de Estiba en La Palma; al práctico Antonio Churruca; a los fotógrafos Tomás Ayut, Diego Robles, Miguel Bethencourt, Antonio Rueda, Benito Manuel Rodríguez,…encontré a mi paisano Luis Jerónimo Díaz que pintó el óleo de la portada del libro y a Olga Álvarez de Armas, editora de Tauro Producciones y al maquetista Alfonso Meléndez (Alfatipo), que hizo una maqueta extraordinaria… encontré… ¿para qué seguir? Encontré mucho más de lo que esperaba y podía pensar, encontré un torrente de información impresionante y la buena voluntad de muchos amigos y paisanos tan entusiasmados o más que yo ante semejante desafío.
El devenir de la política quiso que Canarias iniciara una nueva etapa con la presidencia de Manuel Hermoso Rojas, que avaló sin reservas la propuesta de la edición conmemorativa de Jerónimo Saavedra, con el respaldo de otro gran palmero, Antonio Castro Cordobez, de modo que se publicó “La Palma y el mar”, que así se titula el libro que Jerónimo Saavedra había imaginado. Una tarde memorable se presentó con un lleno absoluto en el Teatro Chico de Santa Cruz de La Palma. Unos días después, cuando Olga Álvarez de Armas y yo fuimos a verle en su casa del barrio de Vegueta para entregarle un ejemplar de su encargo, nos recibió con gozo y lo ojeó con calma y en silencio. Buscó con especial interés las páginas dedicadas a la construcción naval; después, alzó la vista y me dijo: “Misión cumplida. Sabía que lo podías hacer y lo has hecho. Muchas gracias”. Y nos fundimos en un abrazo fuerte, lleno de afecto y gratitud con la mirada orgullosa y emocionada de la editora de Tauro Producciones.
De Jerónimo Saavedra recuerdo otros encuentros entrañables, como la presentación a su cargo, en la sede de la actual Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife, de mi libro “Los trasatlánticos de la emigración”, donde se entretuvo hablando un buen rato con mi madre, de su misma quinta, recordando cosas del pasado de La Palma. En un momento de la conversación distendida en el hall del edificio, Jerónimo le habló con precisión de sus antecedentes palmeros por vía materna y mi madre, muy atenta, le contestó: “Don Jerónimo, y yo soy de los Lorenzo y de los Hernández de Paz de Fuencaliente”. Ambos sonrieron generosamente y se estrecharon las manos.
Hay otro episodio del que me siento humildemente orgulloso y esta vez ocurrió a bordo del jet-foil, viajando entre Gran Canaria y Tenerife, en el que le comenté que había una fragata en construcción en el astillero de Bazán Ferrol y que iba a llamarse “Galicia”. Yo le planteé: “Presidente, ¿y por qué no Canarias?”. Jerónimo me miró complaciente y me dijo: “En unos días te llamo”. El almirante Carlos Vila Miranda, que había sido almirante-jefe del Mando Naval de Canarias, era entonces AJEMA. Los astros se alinearon a favor y la fragata se llama “Canarias”. Un día recibo una llamada de Jerónimo Saavedra y me dice “Gracias por tu sugerencia. Hemos llegado a tiempo.”. Yo me quedé impactado. Poco después recibí una invitación del presidente de la Empresa Nacional Bazán para asistir a la botadura del citado buque en el astillero de Ferrol. La crónica de aquel fasto está publicada en las páginas de Diario de Avisos, decano de la prensa de Canarias, donde yo trabajaba entonces.
Recuerdo, asimismo, para no extender estas líneas de gratitud a la memoria fértil de Jerónimo Saavedra, el trabajo de campo del libro “Arquitectura rural en La Palma”, en coautoría con el arquitecto Juan Julio Fernández, recientemente fallecido y con la ayuda impagable de Antonio Manuel Díaz Rodríguez, otro palmero de entrañable memoria. Le visitamos en su casa de Villa de Mazo y hablamos largo y tendido de un proyecto único hasta entonces en la bibliografía palmera. Jerónimo, fijando su mirada en Juan Julio, Antonio Manuel y quien suscribe, nos dijo muy serio: “Trabajen con enjundia y sin pérdida de tiempo y piensen en lo que van a aportar a La Palma”.
Al rendir homenaje a la memoria de Jerónimo Saavedra Acevedo en la hora de su despedida terrenal, quiero testimoniar mi gratitud más sincera, mi respeto, mi lealtad y mi reconocimiento a su persona, que era la de un hombre tolerante, dialogante, de una gran amplitud y rico en conocimientos. Respetable y respetado, coherente con sus ideas y sus principios, deja el legado de una fecunda trayectoria en la política de Canarias y del Estado, donde lo fue todo (secretario general y presidente del PSC-PSOE, presidente de la Junta de Canarias, dos veces presidente del Gobierno de Canarias, ministro de Administraciones Púbicas y ministro de Educación y Ciencia, diputado regional y diputado nacional, senador, alcalde de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, Diputado del Común), así como su manifiesta voluntad de servicio público y su especial vocación y predilección por la docencia universitaria. Y en lo que a quien suscribe concierne, su amor por el mundo de la mar y los barcos y por La Palma, la isla a la que siempre amó sin límites.
Descanse en paz.

Fotos: cedidas


1 comentario
Juan Carlos, inmejorable y emotiva crónica sobre la personalidad de Don Jerónimo Saavedra (Jerónimo) para los palmeros. Gracias por este servicio, pues se nos ha ido uno de los grandes de Canarias. Su legado y su recuerdo nos durará siempre.