En la última semana del mes de noviembre de 1925 se abatió sobre Canarias un duro temporal, que causó daños de importancia en la agricultura de las islas y afectó también a las comunicaciones marítimas. A mediodía del 26, después de un viaje bastante movido, que se había prolongado más de seis horas sobre su horario previsto desde su salida de Las Palmas, atracó el vapor “La Palma” en el muelle nuevo de Arrecife. Esa misma noche tenía prevista su salida hacia el puerto de procedencia, para después continuar su línea habitual, en demanda de Santa Cruz de Tenerife, Santa Cruz de La Palma, San Sebastián de La Gomera y Valverde.
Aquella noche comenzaron a soplar vientos huracanados sobre Lanzarote y a pesar de que la tripulación del vapor “La Palma” tomó las medidas necesarias, a la una de la madrugada del día 27 rompió las amarras, con tal ímpetu que arrancó uno de los norayes “al que se hallaba sujeto”, colisionando de popa contra el muelle. El barco quedó sin gobierno, a merced del violento oleaje, y encalló sobre los bajos de San José, quedando varado “en condiciones peligrosísimas”. La situación provocó una gran alarma en el vecindario, ante las “proporciones inusitadas del temporal”[1].
Mientras se intentaba arrancar la máquina, lo que no se consiguió, porque las calderas no tenían presión, en su deambular sobre la mar infernal, abordó y destrozó, causando su hundimiento, a los pailebotes “Cabo Juby” y “San José-Agustín”, aunque sin causar víctimas. Viendo la situación, el capitán Matías Reina ordenó el abandono del buque y los treinta tripulantes cumplieron la orden, en circunstancias difíciles y con evidente riesgo de sus vidas[2].
Cuando amainó el temporal, el espectáculo era desolador. Cientos de personas acudieron al lugar para contemplar el barco que estaba varado en seco, literalmente subido sobre las piedras, con muestras evidentes de destrozos y daños de importancia, hasta el punto de que las primeras impresiones de los técnicos que acudieron eran muy pesimistas y lo daban por perdido.
Cuando se conoció la noticia en Las Palmas, el director de la Compañía de Vapores Correos Interinsulares Canarios, Emilio Ley Arata, ordenó la salida hacia Arrecife del vapor “Gomera-Hierro”, llevando a bordo personal y material de salvamento.
Pese a las impresiones iniciales, claramente pesimistas, el salvamento del vapor “La Palma” parecía posible y así se logró, el 14 de diciembre, después de dos semanas de ímprobos esfuerzos, aprovechando la pleamar, en que consiguió zafarse de la trampa rocosa en que se encontraba.
El ingeniero naval, señor Vidal, dirigió los trabajos de salvamento, con notable acierto, por lo que “recibió muchas felicitaciones por la pericia y actividad que demostró en la empresa”[3]. Cuando se consiguió ponerlo de nuevo a flote, el barco quedó atracado al muelle para efectuar trabajos provisionales que aseguraran su flotabilidad, mientras la población de Arrecife celebraba el feliz acontecimiento:
“En esta ciudad reina gran júbilo –dice la crónica del corresponsal de La Prensa– pues la compañía armadora es muy querida por los grandes servicios que ha prestado a toda la isla”[4].
Puesto de nuevo a flote, y para evitar males mayores, se taponaron con cemento las vías de agua y por sus propios medios hizo viaje a Las Palmas el 21 de diciembre, procediéndose a su varada en los astilleros de Grand Canary & Co., calculándose que los trabajos de reparación se prolongarían por espacio de cuatro meses.
Cuando quedó en seco, con la proa mirando hacia la Isleta, se apreció la envergadura de las averías. “Salía en grandes chorros el agua que inundaba las bodegas (…) Todas las planchas del fondo y las quillas de estabilidad aparecen hundidas y dobladas por efecto del choque. Por la proa, por las carboneras y en la popa, en toda la banda de estribor, las averías son tan importantes, que el hermoso buque no se perdió totalmente gracias a estar dotado de doble fondo en toda su longitud”.
El aviador Casagrande, que volaba en viaje a Las Palmas, pues se le había telegrafiado desde allí que el tiempo “era bonancible” para el vuelo, apenas intentó atravesar el brazo de mar que separa la costa africana de Gran Canaria, desistió del intento y regreso a Casablanca.
En Playa de San Juan, en la costa de Guía de Isora, encalló la lancha gasolinera Mío, propiedad de Ignacio Florio y dedicada al transporte de pescado, pudiendo la tripulación ganar la orilla a duras penas.
Notas:
[1] La Prensa, 28 de noviembre de 1925.
[2] El abandono del buque, a pesar de los nervios, se hizo con bastante orden, siguiendo los dictados del primer oficial, Emilio García Valle, ayudado por el segundo oficial, Fausto Miñón. En la sala de máquinas, el primer maquinista, Vicente Fox y el segundo, Javier Perdomo, hicieron lo propio con el personal a sus órdenes, lo que consiguieron para evitar males mayores.
[3] La Prensa, 15 de diciembre de 1925.
[4] Op. cit.
Foto: Archivo Juan Antonio Padrón Albornoz (ULL)