A mediados de la década de los años setenta del siglo XIX, durante una conversación en una amigable tertulia en Barcelona entre un marino enamorado de la mar, don Josep Ricart i Giralt, y un contralmirante de la Armada, don Genaro Mac-Mahón, salió a relucir entre otros temas el desamparo al que se veían abocados los niños huérfanos de marinos que habían perdido su vida en la mar.
Casi desde aquel mismo instante, aquella conversación, que en un principio no había pasado de ser poco menos que rutinaria, hizo pensar a Ricart que sería una gran obra benéfica establecer en el puerto de Barcelona una especie de “asilo” para esos niños huérfanos de marinos, y aunque primeramente se pensó ubicarla en algún edificio próximo al puerto, esa idea pronto se desechó, llegándose a la conclusión de que el lugar más idóneo para establecerla debería ser a bordo de algún buque dado de baja en las listas de la Armada, de quien se precisaba por tanto la debida colaboración.
La idea pues, era la de crear una institución que acogiera a esos niños, a quienes se impartirían las clases normales de cualquier escuela, pero con especial hincapié en la enseñanza de todo lo referente a “instrucción marinera”, para que sus alumnos se pudieran dedicar en un futuro a lo que habían hecho sus progenitores, ganarse la vida en la mar.
Expuesta por Ricart la idea a un grupo de compañeros (Ramón Galera, Adolfo Reinoso, y Esteban Amengual, entre otros) marinos afincados en Barcelona, éstos la verían enseguida con muy buenos ojos, reuniéndose por primera vez el 21 de octubre de 1877, y quedando constituido ese mismo día el “Centro Naval español”, de quien dependería el “Asilo Naval español”, que se establecería a bordo de un antiguo buque que la Armada les cedería.
La finalidad del Asilo, según quedó reflejado en los estatutos que se redactarían, eran “estimular a los asilados para su afición a la vida en la mar, instruyéndoles convenientemente a ese objeto en los estudios y prácticas marineras y en ejercicios físicos y militares a fín de que, en su día, puedan estar debidamente preparados para prestar servicio en los buques mercantes, servicio militar en la marina de guerra o ingresar en las escuelas de aprendices marineros”
Las subvenciones precisas para llevar a buen término la idea, en principio correrían a cargo de adineradas familias burguesas de la sociedad catalana, que incluso apadrinarían niños huérfanos, aunque luego se buscarían también otras vías. Para la admisión de niños, se estableció en principio que las edades de los mismos debería ser entre 6/8 años mínimo y 14/15 máximo, aunque en casos excepcionales se podía admitir a algún huérfano fuera de esos límites de edad citados.
La estructura organizativa del Asilo estaba compuesta por una Junta directiva, un médico, un capellán, una junta de damas y otra junta auxiliar de señoritas y socios bienhechores, que se comprometían a pagar unas cuotas para mantenimiento del asilo. Las señoras, principalmente, se encargarían de los arreglos del vestuario de los niños, que vestían siempre de marinerito, los cuales llevaban su prenda de cabeza con la leyenda “ASILO NAVAL”. La “dotación” propiamente dicha del buque escuela, se limitaba a un capitán como responsable, a quien auxiliaba un contramaestre, completando la escasa “plantilla” un par de cocineros, los profesores y personal para ejercer de vigilantes nocturnos.
El primero de los buques cedidos por la Armada y convertidos en lo que se dio en llamar “orfanato flotante” en los que se establecería el “Asilo Naval”, sería la antigua corbeta “Mazarredo”, que serviría en ese cometido unos 9 años, siendo relevada pasado ese tiempo por otra similar, la “Consuelo”, que duraría un tiempo similar, para a continuación habilitarse la fragata “Lealtad”, que duraría muy poco dado su deteriorado estado de vida, y a continuación se habilitaría la corbeta “Tornado”, que a la postre sería la más longeva en estos menesteres, pues duró desde el inicio del siglo XX hasta la guerra civil, en que resultaría hundida en el puerto de Barcelona a resultas de uno de los ataques aéreos que soportó la Ciudad Condal.
Durante los casi sesenta años que existió a bordo de antiguos buques de la Armada el “Asilo Naval español” (1877-1937), recibirían enseñanzas aproximadamente 1.500 niños, llegándose a formar incluso una modesta banda de música la cual llegó a tener su punto álgido en los años en que la dirigió el maestro músico don Narciso Bladó, ofertándose a la sociedad civil en unas postales que se editaron al efecto en la que se ofrecían para amenizar “Fiestas religiosas, conciertos, bailes y pasacalles”, apuntando además que “se dispone de un extenso repertorio de los más reputados autores”. La singularidad de semejante banda, hizo que “actuaran” en muy diversos escenarios catalanes, pues eran contratados como una forma de ayudarles a susbsistir, ya que aunque tenían muchos simpatizantes que incluso pagaban una cuota periódicamente (a finales del XIX, era de cinco pesetas mensuales), y se organizaban con cierta periodicidad conciertos benéficos en su favor, toda ayuda era poca.
Completaban esas ayudas algunas otras instituciones (públicas y privadas), destacando sobre todo el compromiso que tuvo desde el primer momento la Diputación Provincial, la de alguna naviera como la Compañía Trasatlántica, la de la Junta de Obras del Puerto de Barcelona, o el prestigioso “Teatro Lírico” que periódicamente prestaba sus instalaciones para celebrar funciones con fines benéficos.
Los domingos y festivos se invitaba a subir a bordo al público en general, a quienes tras una visita guiada a las instalaciones y recibir las oportunas explicaciones acerca del funcionamiento del asilo y sus fines, se les invitaba a dejar algunas monedas de manera voluntaria en huchas que había en las inmediaciones del portalón. Incluso se vendía a bordo, como otra forma de obtener fondos, algún pequeño recuerdo, como medallas de la Virgen del Carmen o sellos de beneficencia, A pesar de todo ello, los ingresos nunca fueron superiores a los gastos, lo que motivó que se tuvieran que vivir momentos ciertamente bastante críticos.
La popularidad que llegó a alcanzar el Asilo Naval traspasó fronteras y llegó hasta el otro lado del Atlántico, lo que hizo que en mayo de 1935 se anunciara la inminente grabación en España en los meses siguientes de una película coproducida con Estados Unidos por CEA (Cinematografía Española y Americana). La protagonista principal sería Alice Terry, una famosa actriz norteamericana del momento, que además dejó dicho en prensa que estaba muy ilusionada entre otras cosas porque iba a ser su primera película sonora.
Tras los preparativos oportunos, darían comienzo las grabaciones en la primavera de 1936 y cuando ya llevaban varias jornadas de trabajo, el 18 de julio de 1936 les sorprendió a todo el equipo en San Fernando, adhiriéndose su director, Tomás Cola, al bando nacional, mientras la mayoría del resto del equipo se mostraron simpatizantes del bando republicano, disolviéndose el equipo y marchando cada uno por su lado. De hecho Cola, fallecería en el frente de Córdoba luchando en el ejército de Franco, al que se había alistado. De aquel intento de película que la guerra civil dejó sin terminar y que iba a llevar por título “Asilo Naval”, tan solo alguna partitura llegó -milagrosamente- hasta nuestros días, como la de una melodía que iba a ser lo que hoy se conoce como la “banda sonora”.
En definitiva, la guerra civil no solo impidió la filmación que ya había comenzado sino que se encargó de darle la puntilla al Asilo en sí, cuando una bomba de aviación hizo blanco en el buque asilo “Tornado”, anclado en Barcelona, mandándolo a pique. Poco después de acabada la contienda, sería reflotado por la llamada Comisión para el Salvamento de Buques, resultando totalmente irrecuperable, buque del que sólo se rescató para la historia el nombre que llevaba en el espejo de popa, tallado en madera maciza y que se conserva en el Museo Marítimo de Barcelona.
Un triste final para una institución que fue modelo en su momento y en la que entraron unos niños –huérfanos todos, analfabetos la mayoría– que años después salieron con amplios conocimientos para ganarse la vida en la mar.
Fotos: archivo de Diego Quevedo Carmona