En 1977 nos encontrábamos en los albores de la democracia y eran aún muchas las carencias en mejoras sociales que padecíamos en la Marina mercante española. Una de las reivindicaciones más solicitadas fue el aumento del periodo de vacaciones; larguísimas campañas de diez u once meses hacían francamente insoportables las interminables separaciones familiares. Sustituido el sindicato vertical por otros de corte democráticos, se comienzan a disfrutar derechos que hasta entonces parecían inalcanzables, como ocurrió no solo con el incremento del tiempo de vacaciones, sino la consiguiente reducción de las campañas y la presencia de familiares acompañantes a bordo, algo únicamente permitido hasta entonces para el staff del buque y a veces con restricciones.
Hasta la consecución de aquellas básicas y razonables mejoras, el sentido del compañerismo y la buena convivencia a bordo eran factores indispensables para minimizar los efectos de las prolongadas estadías. Normalmente y salvo alguna destacable excepción así solía ocurrir, resultando muy habitual que entre las tripulaciones se conjugaran cordialidad y buena convivencia; circunstancias que en conjunto hacían la vida a bordo más llevadera. El viaje que a continuación paso a relatar fue un claro ejemplo de lo comentado.
En el buque “Belén”, atracado en el puerto de Barcelona, embarca José Catalá Ramón para comenzar su andadura como capitán de la flota de Trasatlántica. Hasta entonces y como era preceptivo, había ejercido con sobrado éxito el cargo de primer oficial en varios de los buques de la compañía. No sería el único Pepe que formaba parte de la tripulación en aquel viaje; a éste se unirían Pepe Fraguela como primer oficial de máquinas, el muy añorado y recordado Pepe Llorens, alias “el Furia”, como primer oficial de cubierta; Pepe Seoane ejerciendo de sobrecargo y Pepe Abeijón como oficial eléctrico. Quien os lo cuenta ostentaba entonces el cargo de jefe de máquinas. Yo había tenido la suerte de haber coincidido con anterioridad con el novicio capitán en algún otro buque de la empresa, y por tanto éramos mutuos conocedores de nuestras preferencias, gustos y debilidades.
Sobra comentar que todos, sin excepción, hicimos lo posible para que el primer viaje del muy apreciado compañero, amigo y recién estrenado capitán transcurriese sin dificultad alguna. Entendimos que la mejor forma de conseguirlo sería mediante la dedicación de cada miembro de la tripulación al cumplimiento de sus responsabilidades y funciones con la máxima entrega y profesionalidad.
En mi caso, y una vez dada la bienvenida a bordo y la enhorabuena por el merecido ascenso, me puse manos a la obra y bajé a la sala de máquinas para dar instrucciones a Pepe Fraguela, envidiable y muy respetado maquinista, para que fuera extraído el fondo a un bidón de aceite lubricante vacío y una vez preparado eliminando las posibles rebabas, fuera pintado de color verde en el tono más adecuado para la misión que debería cumplir. Dicho y hecho. Pasadas un par de horas me comunican que la pieza está lista. Vuelvo a la sala de máquinas provisto de rotulador, regla y escuadra y trazo en adecuada proporción la letra “L” que es remarcada en blanco brillante de cubierta.
Al día siguiente, y unos instantes antes de que el práctico se personara a bordo para iniciar la maniobra de salida del muelle de Levante, el disco fue fijado sobre el espejo de popa del buque. Pepe “El Furia”, siempre implicado en cualquier maléfica ocurrencia o iniciativa, fue el encargado de colocarlo con seguridad y en posición adecuada en la línea de crujía del lugar indicado.
Los comentarios y carcajadas del práctico cuando se presenta en el puente con los guantes en una mano y el walkie tolkie Motorola en bandolera no fueron pocos. Comenzó exponiendo tras el saludo de rigor “como medida de aviso o advertencias a todos los prácticos del mundo de la presencia de un recién estrenado capitán y para seguridad de buques o artefactos flotantes en navegación cercana, la OMI debería elevar a ley la medida del disco que acababa de ver en la popa”. El capitán Catalá, que hasta entonces era desconocedor de la existencia de tal disco, emitió algún cariñoso exabrupto contra los sospechosos e impartió seguidamente instrucciones para que el disco permaneciese en el lugar que había sido colocado hasta nuevo aviso. La “L” de principiante cumplió su cometido a lo largo de todo el viaje y fue lucida por todos los puertos visitados, hasta la llegada de nuevo a Barcelona donde fue retirada. Pasados los años tuve noticias de que alguien la tenía colgada como recuerdo en su chalet de Villajoyosa.

Tanto la navegación como las sucesivas estancias en los diferentes puertos de América transcurrieron sin novedad. Entre algunos acaecimientos reseñables que ocurrieron durante el viaje cabría destacar uno en el que se encontró implicado en su viaje inaugural el buque “Cordillera Express”, de la conocida naviera alemana Hapag Lloyd, en Puerto Príncipe, Haití. En aquel momento el buque portacontenedores alemán ostentaba el récord de ser el de más porte de su flota y uno de los mayores del mundo.
Responsabilizaban al buque alemán de haber colisionado durante la maniobra de entrada a puerto contra una draga que se encontraba operando en la bocana. Esta operaba bajo pabellón americano y se daba la circunstancia que la figura de armador y patrón se unían en una misma persona. En aquella época, Haití aún se encontraba bajo el yugo de Duvalier y todo lo que oliese o sonase a EEUU, representaba un activo y gozaba de ciertos privilegios.
El capitán del buque alemán se persona a bordo del “Belén” y solicita hablar con el jefe de máquinas. El marinero de guardia lo acompaña hasta mi despacho y me comunica que una falsa imputación mantiene su buque retenido hasta que una peritación imparcial fuera analizada por Capitanía Marítima, para determinar las posibles responsabilidades a que hubiere lugar por parte del buque de su mando.
Me comunica el preocupado capitán que el inspector para efectuar la correspondiente peritación más cercano y disponible en zona del Caribe, se encontraba en Caracas, pero que por compromisos de trabajo éste no podría personarse a bordo hasta pasados tres días, circunstancia que venía de comunicar a la principal autoridad portuaria, a quién había expuesto que ante la importancia en extracostes y lucro cesante en que podría incurrir el buque por tan prolongada demora, tuviese a bien aceptar como perito imparcial del supuesto siniestro al jefe de máquinas del buque español que también se encontraba en puerto; propuesta que según me comentó el capitán le había sido aceptada y que el objeto de su visita era el de recabar mi colaboración al respecto y que acepté gustosamente.
Según se me comentó mientras lo arriaban, tuve el honor de estrenar uno de los botes salvavidas del buque “Cordillera Express”, embarcación donde en compañía de uno de sus oficiales y un marinero me trasladé hasta la draga supuestamente siniestrada para efectuar los oportunos reconocimientos; el patrón había recibido notificación de la Autoridad Portuaria para que nos fuese facilitado el acceso y la colaboración necesaria.
Tras una exhaustiva inspección pude comprobar que no existían señales en el casco ni en parte alguna de la embarcación que pudiese acreditar algún efecto de golpe o colisión. Interrogué al patrón para tener su versión de los hechos; tras lo visto y oído, me quedó claro que el avispado señor lo único que pretendía era obtener una sustancial indemnización del P@I de la compañía armadora del buque alemán. Concluido el reconocimiento retorné al buque alemán y confeccioné un informe que facilité al capitán. Tras ser entregado por éste a las autoridades portuarias, consigue el automático levantamiento del arresto al buque, recibiendo de inmediato por las autoridades del puerto el correspondiente permiso de zarpe.
El capitán alemán, tras agradecer la ayuda prestada mediante un fuerte apretón de manos, se sienta ante la máquina de escribir y confecciona un escrito que me pide firme. Se trataba de un recibo en el que dejaba constancia de que se me gratificaba con una cantidad que él determinó por el servicio prestado al buque y especialmente a su compañía. En principio me negué a firmarlo puesto que se había tratado de un favor entre compañeros, pero hacer uso de sus persuasivas dotes haciéndome ver el dinero que le había ahorrado a Hapag Lloyd evitando costosas demoras, terminó convenciéndome y firmé. A esta cantidad se uniría un regalo para la tripulación del “Belén” consistente en varias cajas de riquísimo vino del Rhin.
Tras compartir lo recibido con Miguel Gallego, segundo oficial experto en filología inglesa, por su colaboración en la traducción del informe, una parte de aquel dinero extra recibido tuvo como fin la compra de unas gemas de color verde, adquiridas en Colombia días después para llevar a casa. Otra pequeña parte la empleé en Puerto Limón, siguiente puerto en que volvimos a coincidir con el “Cordillera Express”, ya que prácticamente cubría nuestra misma línea en América; allí tuve ocasión de corresponder a la generosidad del capitán invitándolo, en unión de otros compañeros de ambos buques, a disfrutar de una agradable cena donde el “gallo pinto” era el mejor cocinado de la zona.
Las cumbias costarricenses no dejaron de sonar durante toda la velada que transcurrió de forma distendida y placentera. Durante el evento, el principal tema de conversación fue la “L” que lucíamos en nuestra popa ,y que le hicimos creer a los alemanes que se trataba de una de las primeras normas de la recién estrenada democracia en España, cosa que creyeron sin dificultad pero no sin cierta admiración. La deformación profesional me mantuvo ocupado durante la mayor parte del tiempo en hablar con mi colega alemán sobre los motores principales que teníamos bajo nuestra responsabilidad, ambos de igual marca, el suyo Sulzer 10 RND 90 y el nuestro Sulzer 6 RND 68, es decir iguales en modelo pero con una diferencia el potencia de unos 20.000 CV al eje. Ambos coincidimos que se trataba del mejor modelo de motor que entre otros muchos habíamos conocido. El capitán alemán se quejaba amargamente del invento creado por Malcom McLean con el parto del contenedor, y que tantos inconvenientes empezaba a traer a los marinos. El tiempo le daría la razón muy pronto al vidente marino alemán.
A la llegada a Cádiz, ya en el viaje de vuelta, telefoneé a las oficinas centrales para consultar asuntos de trabajo y se me comunica que han recibido a mi nombre una carta de Hapag Lloyd, y que me sería reenviada al siguiente puerto de escala. Pensando que se trataría de un escrito protocolario de agradecimiento, indiqué que la abrieran y leyeran el contenido. Espero durante unos instantes mientras abren el sobre y oigo un murmullo de fondo en el que pude escuchar alguna expresión un tanto inoportuna por parte del director técnico, que también se encontraba junto al Jefe de Inspección, que sería quién me la leyese. Según pude comprobar, escuchado el contenido del escrito, aparte del agradecimiento protocolario, también se me ofrecía trabajo si algún día decidiera cambiar de naviera.
Seguidamente escucho cómo el director técnico le pide el teléfono a Luis Fernández.
-Don Juan, no parece propio que ayudemos tan generosamente a la competencia, que además y según apreciamos pretenden ficharlo.
-Jefe, si algún día dejo Trasatlántica será para quedarme en tierra.
-¡¡Se puede uno quedar en tierra sin dejar la compañía, pero para eso hay que demostrar, aparte de profesionalidad, debida lealtad!!, comentó José Ignacio de Ramón Martínez con el cabreo cordial y el tartajeo que solía caracterizarlo cuando algo le contrariaba. Pasado un tiempo se me ofrecería la plaza de Inspector de Flota. Con un grato recuerdo para aquellas tripulaciones que rebosaban cordialidad, compañerismo y buen hacer y muy especialmente para aquellos muy recordados “Pepes”…
Así sucedió y así os lo cuento.
Fotos: Archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo y John Jones (shipspotting.com)