Cuando hacemos miradas retrospectivas hacia aquellos años que pasamos en la mar entre tantas y variadas vivencias, recordamos momentos que han permanecido para siempre en la memoria, y que que por una u otra razón resultan difíciles de olvidar. Al igual que a muchos de los compañeros con los que compartimos viajes y tantas situaciones, unas gratas y otras difíciles.
Quiero hoy dedicarle un recuerdo de gratitud y admiración a una persona con la que tuve la suerte de hacer mi primer viaje como alumno a bordo del buque “Satrústegui”, y pasados los años mi último viaje como Jefe de Máquinas a bordo del buque portacontenedores “Guadalupe I“, en el que me corté la coleta como navegante, que no de marino, para ocupar en tierra puesto de otras responsabilidades dentro de “la Compañía”.
Fueron varios los buques en los que coincidiríamos durante aquel espacio de tiempo y muchas las vivencias compartidas. Estoy refiriéndome a Francisco Onzáin, posiblemente uno de los marinos y la persona más carismática que tuve ocasión de conocer, tratar y disfrutar de su amistad durante aquellos años mozos. Las circunstancias harían que, transcurridos unos días desde mi desembarco de aquel mi último viaje, lo hiciera él también, aquejado de una dolencia que al poco tiempo fue la causa de que nos dejara para siempre.
Es mucho lo que podría contar sobre una persona a la que siempre admiré, y con la que tantos momentos y complicidades compartí. De entre las muchas historias vividas con tan recordado amigo y maestro, hoy quiero recordar un viaje realizado a bordo del buque “Galeona”, con el que cubríamos la línea Norte de España-Costa Este de EE.UU.
Era a mediados de diciembre de 1973, cuando embarqué en el puerto de Bilbao para ocupar plaza de primer oficial de máquinas a bordo de un moderno buque, construido en el astillero de la Empresa Nacional Bazán, en San Fernando (Cádiz), entregado en 1972. Formaba parte de una serie de cuatro buques iguales y durante un par de décadas pasearon con orgullo el pabellón español por puertos europeos, americanos y alguno africano.
Aquel viaje de ida hacia Baltimore, primer puerto de escala en la costa este de EE.UU., empezaba ya con una importante incidencia; un par de horas después de dar el “listo de máquinas” y a la altura del puerto de Santander , tenemos noticias a través de la onda media, del asesinato del presidente de Gobierno, asunto que nos produjo la correspondiente desazón e incertidumbre.
Pasados unos días del atentado y ya en navegación en pleno Atlántico nos encontrábamos capeando un fuerte temporal, cuando sufrimos una grave avería en el servomotor del timón, que ocasionó que nos quedásemos sin gobierno y al socaire de fuerte mar y vientos; avería que por primera vez pusiera en evidencia la poca fiabilidad de este vital componente en el buque “Galeona”, y que pasado algún tiempo, volvería a repetir de forma peligrosa en otros de su serie.
Durante más de veinte horas trabajamos duro y sin parar, entre fuertes balances y cabeceos con el fin de desmontar el servomotor y renovar los elementos dañados para resolver la avería. Debido a mis funciones como primer oficial de máquinas, el grueso de la operación recaía sobre mis espaldas, auxiliado por el resto de compañeros y bajo la supervisión del jefe de máquinas.
Para tener acceso a la zona de la avería, había que descubrir el conjunto mediante el desmontaje previo de una tapa de más de una tonelada de peso, afirmada por más de cien tornillos de grueso calibre, y elevarla a más de un metro, todo ello en medio de un fortísimo temporal. Durante la operación observo por un instante que el jefe de máquinas, quizás afectado por un apreciable nerviosismo que trataba de disimular y con ánimos de colaborar, procede a recoger parte del aceite hidráulico vertido y acumulado en sentinas, para posteriormente volver a introducirlo en el interior del sistema, sin tener en cuenta, debido sin duda al nerviosismo que la suciedad y el serrín que el citado aceite portaba en suspensión representaba gran riesgo para el delicado sistema hidráulico.
Al observar la ilógica maniobra no pude evitar darle un fuerte grito de reproche, por lo ilógico y peligroso de la operación. El capitán Onzáin, que se encontraba en el lugar de la avería observando los trabajos y trasmitiéndonos ánimos, le echó un brazo por el hombro a la vez que le decía:
-Chief, vayamos para arriba, hemos de informar a Madrid, dejemos que los chavales finalicen el trabajo…
Pasados los difíciles momentos, en los que no faltó de nada –el alumno de máquinas sufrió un importante accidente al resbalar y caerse–, acabamos el trabajo. Tras comprobar que todo funcionaba correctamente continuamos viaje, sufriendo una fuerte escora hacia el costado de estribor debido al corrimiento de una parte de la carga, concretamente de más de 300 toneladas de cadenas para anclas, fabricadas en Vizcaya por Vicinay con destino a unos astilleros norteamericanos. Durante un par de días y hasta que pudimos jugar con los lastres y trasiegos de combustible, estuvimos viendo la quilla de balance por babor.
(*) Jefe de Máquinas de la Marina Mercante
Foto: Archivo de Juan Cárdenas Soriano