Arte, Arquitectura y Patrimonio

Un santuario herencia de Flandes

Cinco siglos de historia encierran las paredes del santuario de Nuestra Señora de las Angustias, situado en el margen derecho del barranco de su mismo nombre, en el borde de la salida natural de la majestuosa Caldera de Taburiente. Antaño este cauce fue conocido también como barranco de Tazacorte o del Río, porque entonces el agua corría con mucha frecuencia y era algo consustancial a la propia existencia de la comarca. El origen de esta iglesia, considerada uno de los referentes religiosos de la isla, se remonta a los primeros años después de la conquista. Se edificó justo en el lado opuesto al emplazamiento donde se encontraba la antigua iglesia de Santa María, en los terrenos que hoy ocupa parte de la finca de su mismo nombre.

En 1513, cuando Jácome de Monteverde llegó a La Palma para ponerse al frente del ingenio y la hacienda de Tazacorte, la fábrica se encontraba arruinada y con algunas paredes caídas. Como quiera que la misma pertenecía al patronato de su familia, el citado propietario cumplió la promesa dada y se ocupó de reedificarla a su costa, y también de su ornato.

La ermita tenía entonces unas características muy similares a las del templo del arcángel San Miguel, obra hecha en cantería roja, aunque de unas proporciones más modestas, con un tejado a dos aguas y posiblemente una pequeña espadaña para la campana. De éstas, la más antigua que se tiene noticia había sido fundida en Amberes en 1517, por Petrus van den Ghein, según reza en su inscripción.

Para su ornato se importaron algunas piezas de arte sacro flamenco, sin duda de origen brabanzón, como se acredita en los inventarios de 1522 y 1528, el primero de ellos con motivo de la visita que hizo el obispo fray Vicente Peraza, que oyó misa oficiada por el capellán Nicolás Alemán e “hizo decir sus responsos cantados” por los fieles que allí se encontraban enterrados, pidiéndole a Jácome de Monteverde que se ocupara de su sustento económico; y el segundo, por Antonio Bernal, notario público apostólico y secretario del Santo Oficio de la Inquisición, siguiendo el mandato del inquisidor Luis de Padilla, a petición de Margarita de Pruss, esposa de Jácome de Monteverde, con el propósito de incorporarlo a las alegaciones presentadas en su defensa en el proceso inquisitorial seguido contra su marido.

De acuerdo con las descripciones de la época, en la cabecera de la ermita se alzaba un altar de madera, con sus manteles, ara y dos candeleros, encima del cual descansaba la imagen de “Nuestra Señora de bulto con su hijo preçioso en los braços, quando lo deçienden de la cruz”, dentro de un tabernáculo con cerradura y caja pintada con otras imágenes. Existía, también, una tabla con la imagen de San Antonio Abad, la escultura de un Cristo crucificado pendiente de un tirante de la techumbre y seis viejos lienzos sin especificar distribuidos por el resto de los paramentos. Había, además, otros enseres propios del ceremonial religioso, pero no había cáliz, que se llevaba cada sábado desde la ermita de San Miguel, dando así cumplimiento a la celebración del oficio religioso instituido por Jácome de Monteverde.

Cuando éste falleció en julio de 1531, el patronazgo de las ermitas de San Miguel Arcángel y de Nuestra Señora de las Angustias quedó a cargo de sus herederos, que tenían la obligación de sufragar en los términos acordados los gastos de mantenimiento, aceite y cera, así como el salario del capellán y el encargo de celebrar misa todos los sábados, de todo lo cual se ratificó en la partición efectuada el 25 de agosto de 1557 ante el escribano público Domingo Pérez.

La tradición cuenta que en este templo celebró su última misa, el 13 de julio de 1570, el grupo de 40 misioneros jesuitas al mando del mítico Ignacio de Azevedo, cuando se dirigían a bordo del galeón Santiago en su viaje evangelizador al Brasil. En varias crónicas se cita, en referencia a lo visto por testigos presenciales, “que en el momento de sumir la sangre del sagrado cáliz vio la corona del martirio pendiente de su cabeza, por revelación divina”. En el cáliz, según se explica, se puede distinguir la huella de sus dientes.

En la madrugada del 13 de julio, el galeón Santiago abandonó el fondeadero de Tazacorte y navegó a lo largo de la costa, confiados en que cerca de tierra no sufrirían un ataque de los piratas de Jacques de Sores, que se sabía merodeaba los alrededores de La Palma. Un tiempo de calma chicha vino a complicar la situación. Sores les acechaba y al amanecer del día siguiente, cuando el barco se encontraba cerca de la punta de Fuencaliente, frente a Boca Fornalla, apareció en el escenario el navío corsario Le Prince. Al principio, la tripulación del Santiago pensó que las velas que divisaban en el horizonte eran de la flota que marchaba con ellos al Brasil y que se había quedado en Funchal, pero pronto se dieron cuenta de todo lo contrario.

Todos los sacerdotes jesuitas, en número de cuarenta, fueron martirizados a manos de los hugonotes en medio de las mayores atrocidades y arrojados al agua. Los objetos religiosos, así como algunas imágenes sagradas que los jesuitas conducían al Brasil, también fueron profanadas y motivo de grotesca burla.

Iglesia de Nuestra Señora de las Angustias. En primer término, la casa parroquial
Iglesia de Nuestra Señora de las Angustias. En primer término, la casa parroquial

En la partición de 1613, conocida también como la “partición grande” –documento de extraordinario valor para conocer la historia de esta etapa de la isla, que con tanto rigor ha estudiado la profesora palmera Ana Viña Brito– se detalla el contenido del mobiliario religioso de la ermita de las Angustias. Así sabemos que el altar estaba presidido por la citada imagen, la talla flamenca del arcángel San Miguel, procedente del oratorio privado de su propietario en Santa Cruz de La Palma; además de varios cuadros –entre ellos un par de “papeles pintados” con las representaciones de San Francisco y San Antonio– y un relicario, donde “están las santas reliquias” de los mártires, así como el crucifijo que colgaba de un tirante de la techumbre y el incipiente vestuario de la Virgen, dotado entonces de cuatro mantos de seda y siete tocas.

En 1672, la ermita de las Angustias estaba de nuevo arruinada y seis años después sus patronos, los señores Monteverde y Vandale, habían construido a su costa y en el mismo sitio donde se encontraba la anterior fábrica otra de mayores dimensiones que, según escribió el visitador Juan Pinto de Guisla, quedó “mui bien paresida”. Por esta razón, la venerada imagen de Nuestra Señora de las Angustias fue trasladada durante todo ese tiempo a la ermita de San Miguel Arcángel, en la cual permanecería hasta la conclusión de los trabajos de reedificación, donde el citado visitador la encontraría “colocada con mucho aseo”, en julio de 1678.

El creciente fervor popular se tradujo en numerosas donaciones, como se deduce de los testimonios de las visitas efectuadas por el licenciado José de Tobar y Sotelo en noviembre de 1705 y mayo de 1718, quien se detuvo en apreciar el mayor ornato del santuario con respecto al existente en la cercana ermita de San Miguel Arcángel en Tazacorte –al contrario de lo que había ocurrido en épocas pasadas– y a la de San Pedro de Argual, justificando tan piadoso hecho a las limosnas de los fieles.

Del siglo XVIII data también el retablo mayor labrado en madera dorada y constituido por un solo cuerpo tripartito, presumiblemente renovado en su policromía en los albores de la citada centuria por el artista palmero Bernardo Manuel de Silva.

La familia Sotomayor conserva en su archivo del llano de Argual una copia de un escrito firmado por Félix Poggio y Alfaro, el 31 de mayo de 1854, dirigido al cura párroco de Los Llanos de Aridane, en el que solicita información sobre la imagen y la ermita de Las Angustias, alegando que ésta “se venera bajo el título que la dieron nuestros mayores N.S. de las Angustias, y otras dos iguales fueron tomadas y conservadas por algunos ingleses que preservados de los errores del cisma que contaminó esta nación en los siglos XV y XVI, queriendo llevarlas a país en donde se las continuase dando culto las pusieron en un barco de dicha nación que al pasar por esta Isla, dejaron una en el barranco de Los Sauces, la otra en esta Ciudad y otra en el barranco de la Caldera y que el caballero flamenco Jácome de Monteverde, dueño de este barranco y de Argual y Tazacorte, fabricó su primer ermita en el mismo lugar en que los ingleses dejaron el cajón en que ella venía, que fue al pie de las vueltas que suben a Argual en donde aún se conservan algunos fragmentos”.

En 1861 la imagen tenía puesta la corona imperial de filigrana y plata calada, de procedencia cubana y donada, probablemente, a finales del siglo XVII por la familia Poggio Monteverde, “las potencias del Cristo difunto y una gran cruz puesta detrás de ambos –apunta Jesús Pérez Morera–, así como un soberbio dije de oro, llamado también joyel de capilla o templete con un calvario de boj en miniatura prendido desde tiempo inmemorial en la base de su toca lígnea”.

A principios del siglo XX, el santuario sufrió una desafortunada reforma, que desvirtuó su aspecto original, lo que se subsanó bastantes años después gracias a una posterior restauración, que concluyó el 14 de agosto de 1985, con la bendición por el prelado de la diócesis nivariense Damián Iguacen y el traslado de la imagen desde la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, en Los Llanos de Aridane.

Imagen flamenca

La imagen de Nuestra Señora de las Angustias corresponde a la Escuela de Amberes, perteneciente al antiguo ducado de Brabante, y se sitúa cronológicamente entre 1515 y 1522. Está tallada en madera dorada y policromada y mide 110 centímetros de alto, 80 centímetros de ancho y 50 centímetros de fondo.

Desde el punto de vista iconográfico recrea el tema de la Piedad, que con frecuencia se asimiló a la advocación de Nuestra Señora de los Dolores. Señala Clementina Calero Ruiz, en alusión al padre Trens, “la soledad de María va a ser aprovechada por artistas y místicos, quienes uniendo los dos extremos de la vida de Cristo, infancia y muerte –pesebre y cruz–, crearán una nueva tipología popularmente conocida como la Piedad. De este modo se supone que María rememora –según palabras de San Bernardino de Siena–, la infancia de Jesús, pero ahora no es al hijo dormido al que porta en sus brazos, sino al Hijo muerto. Por este motivo en estas representaciones se advierten desproporciones entre ambos cuerpos, lo que no debe entenderse como inhabilidad del artista, sino debido a propia idea difundida por los poetas y místicos desde la Edad Media”.

Con el título de Nuestra Señora de los Dolores, la imagen de Nuestra señora de las Angustias aparece inventariada por primera vez, como se cita, en 1522. Es contemporánea de otras imágenes de la misma procedencia y representación existentes en la primitiva iglesia del hospital de su nombre erigido en 1517 en La Laguna por Martín de Jerez y en el antiguo oratorio del establecimiento benéfico homónimo suyo, fundado durante la segunda década del siglo XVI en Santa Cruz de La Palma.

Altar mayor. Imagen de Nuestra Señora de las Angustias
Altar mayor. Imagen de Nuestra Señora de las Angustias

“El grupo escultórico plasma el dramático instante inmediato al descendimiento de la cruz –explica la doctora Constanza Negrín–, en el cual la figura sedente de la Madre, absorta en su profundo dolor, acoge por última vez entre sus brazos el cuerpo de su Hijo crucificado y rememora los días felices de Belén cuando acunaba en su regazo al Niño Jesús, de acuerdo con el sentimentalismo patético de finales de la Edad Media que contrapuso al sufrimiento paralelo de la Virgen, ausente en los evangelios canónicos pero insinuada en el apócrifo de Nicomedes”.

Así, el grupo escultórico de La Palma, prosigue, “sigue un esquema compositivo piramidal para el ordenamiento de los protagonistas del episodio narrado, en el que la majestuosa postura sedente, hierática y vertical de la Virgen rellena enteramente con su imponente corpulencia el triángulo equilátero donde se inscribe a semejanza de otras Piedades, sosteniendo en su mano derecha la cabeza de Jesús y con un distorsionado ademán de la opuesta el brazo izquierdo de éste, con una forzada curvatura del cuerpo más pequeño del Hijo yacente, pues se estira arqueado sobre el regazo materno en un inverosímil cruce de sus piernas tendidas para alcanzar el suelo con la punta de los pies desigualmente tallados”.

El menor tamaño del redentor desclavado de la cruz acentúa con su simbólica desproporción –derivada de los textos místicos del medievo, como hemos visto– el volumen de la figura mariana la erige en verdadero trono del dolor y del sacrificio del Hijo de Dios. Sin embargo, podemos apreciar que el rostro tiene una expresión serena, dulce y melancólica.

El atuendo de María nos sitúa en la referencia temporal al luctuoso paisaje plasmado, considerando lo usual en todas las imágenes pasionales, donde nunca faltaría esa imprescindible toca blanca cubriéndole la cabeza y el cuello –signo de edad y pena–, hendida en pico en medio de la frente, siguiendo con ello la moda vigente en los Países Bajos meridionales a finales del siglo XV y comienzos del XVI.

La doctora Negrín señala, además, que “la idealizada apariencia del ensimismado semblante de la Virgen, en el cual se opera una sugestiva simbiosis entre su otrora lozana juventud y cierto atisbo de madurez en las correctas facciones de su óvalo lleno, se contrapone al crudo realismo del cristo con las llagas de la pasión aún sangrantes, cuyos atormentados rasgos fisonómicos y anatómicos resumen admirablemente las peculiaridades de un buen número de obras devocionales salidas de los talleres del antiguo ducado de Brabante en el tránsito de dichas centurias, que tuvieron gran difusión geográfica ejerciendo una notable influencia posterior”.

Publicado en Diario de Avisos, 3 de septiembre de 2006

Bibliografía

– Calero Ruiz, Clementina. «La escultura anterior a José Luján Pérez». En El arte en Canarias. Centro de la Cultura Popular Canaria. Santa Cruz de Tenerife, 1998.

– Negrín Delgado, Constanza. «Nuestra Señora de las Angustias». Catálogo de la exposición El fruto de la fe. El legado artístico de Flandes en la Isla de La Palma. Madrid, 2004.

– Pérez Morera, Jesús. «Los hacendados flamencos y su descendencia. Paisajes, arquitecturas y organización espacial de los Heredamientos de Argual y Tazacorte»Catálogo de la exposición El fruto de la fe. El legado artístico de Flandes en la Isla de La Palma. Madrid, 2004.

(*) Licenciado en Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela

Fotos: Alberto Pérez Fernández y Fernando Rodríguez Sánchez

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