Allá por los años setenta del pasado siglo y durante una de mis estancias a bordo del buque “Coromoto”, tuve ocasión de conocer y navegar con un entrañable compañero llamado Antonio Azcarreta. Él ocupaba plaza de segundo maquinista y yo de primero. Durante una estancia en el puerto de Veracruz, un día salimos ambos a dar una vuelta y comer un huachinango a la veracruzana en el “Chato Mollo”.
Mientras disfrutábamos del suculento plato y de la música de las marimbas, el bueno de Antonio me relató como con cierto temor y de una forma muy confidencial lo siguiente, que ahora os cuento con más o menos precisión:
«Juan, siendo yo engrasador a bordo del Satrústegui y encontrándome en este mismo lugar a finales de 1956 y comiendo lo mismo, se levantó de una de las mesas que se encontraba a nuestro lado uno de los comensales que se presentó como cubano hijo de españoles, que habían viajado en alguna ocasión a España en el Satrústegui y que le gustaría visitar el buque; me ofrecí para enseñárselo al día siguiente durante mi guardia, ya que el interés del joven era visitar la máquina.
Al día siguiente se presentó a bordo y durante la visita y cuando nos encontrábamos en el taller, a la vista de las herramientas que había sobre el banco de trabajo, el cubano me comentó que estaba de mecánico en un yate que entre varios habían comprado a un yanki para convertirlo en pesquero y que le vendría bien una llave inglesa y un destornillador grande que allí se encontraba; como disponíamos de más herramientas de aquel tipo, accedí a la petición y se las regalé. El yate se llamaba Granma…»
Siempre guardé el secreto por respeto a la memoria y petición de Antonio Azcarreta, pero hoy creo que es el momento propicio para desvelar, cómo Trasatlántica a través de uno de sus tripulantes, colaboró en una pequeña parte a la Revolución cubana. Así me lo contaron y así os lo cuento.