(*) Licenciado en Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela
El talento de Giambattista Tiépolo (1696-1770), a lo largo de su producción y a través de todos sus géneros, posee el privilegio de provocar siempre una maravillosa seducción. Nacido en Venecia, en sus primeros años se formó con Gregorio Lazzarini, pintor de estilo académico, que se dedicaba a la decoración. De él aprendió el joven alumno las técnicas y los secretos del arte pictórico, aunque su estilo es heredero de Piazetta y Veronés.
En 1717 ingresó como aprendiz en el gremio de pintores de su ciudad natal y en 1719 contrajo matrimonio con Cecilia Guardi –hermana de los pintores Francesco y Giovanni Antonio Guardi–, dos de cuyos hijos se convirtieron en sus colaboradores: Giandoménico (1727-1804) y Lorenzo (1736-1776), fue un excelente dibujante, un grabador incisivo y sugestivo (I capricci, 1749) y sobre todo un pintor excepcional, considerado, igualmente, el último gran decorador del Barroco italiano.
Tiépolo se centró principalmente en la creación de grandes frescos y pinturas al óleo sobre techos y paredes, diseñados en armonía y consonancia con el ornato y decoración de la arquitectura rococó imperante en aquel momento. En ellos representará convincentes escenas cotidianas así como visionarios y místicos temas bíblicos y mitológicos. La composición es dramática, la línea fluida y elegante, el color luminoso y delicado y el tratamiento de la luz sumamente atmosférico.
La luminosidad y plasticidad de su estilo, junto con el agradable colorido de tonos pastel que utiliza en sus obras, siguieron siendo populares incluso después de que los arquitectos comenzaran a levantar edificios en un estilo mucho más austero y severo como en tiempos del neoclasicismo [1]. Pintó también tablas al óleo, sobre todo retablos, en las que muestra el mismo gusto por las formas elegantes y el colorido suave y delicado de sus obras murales.
En el fresco demostró una maestría y originalidad iguales a las de los célebres decoradores de la ciudad de los dogos en el siglo XVI. A partir de 1725 comenzó a crecer su fama. Algunos de sus grandes conjuntos constituyen por sí solos un imponente panorama. En la catedral de Udine pintó en 1726 los frescos de la capilla del Santo Sacramento, donde muestra su virtuosismo y su dominio en el empleo de colores cálidos; y en 1726-1728, los del palacio arzobispal. De los del palacio Arcinto de Milán, decorado en 1731, sólo existe un fragmento, tras la destrucción del edificio en 1943. En el otoño de ese año, comenzó la decoración de la Capilla Colleoni en Bérgamo, pintando diversas escenas de la historia de San Juan Bautista e introduciendo aspectos paisajísticos que marcaron una innovación en su estilo.
El éxito alcanzado provocará una gran demanda de encargos en el Norte de Italia. En Bérgamo, los frescos de la capilla Colleoni son de 1732-1733. En Venecia, los de los Gesuati, de 1737-1739; y los de la Scuola dei Carmini, de 1740-1744. En el retablo de Verolanuova pintó retablos gigantescos, con lienzos de nueve metros de altura. En 1736, el conde Tessin le llamó para que pintara el palacio real de Estocolmo.
Sin embargo, Tiépolo, poco dado a salir de Venecia, declinó la invitación y prefería enviar sus obras al extranjero, como sucedió en el caso de La adoración de la Trinidad por el Papa Clemente, realizada en 1735 y enviada a Alemania. En esta época, Tiépolo entabló una amistad intensa con el conde Algarotti, importante personalidad en el mundo de la cultura y de las artes, cuya relación le sirvió para que fuera aún más conocido. De esa época es el lienzo El banquete de Cleopatra, fechado en 1744. Más tarde, Tiépolo ejecutó en su ciudad natal dos programas decorativos de sendas mansiones aristocráticas: en el palacio Lavia (El festín de Antonio y Cleopatra) y El embarco de Cleopatra (1747-1750) y en villa Contarini (La recepción de Enrique III por Federigo Contarini, c. 1750).
Llamado por el príncipe-obispo Carlos Felipe von Greiffenclau, pintó los frescos de la escalera y de la sala imperial del palacio de Würtzburg (1751-1753), sobre el tema Las cuatro partes del mundo. De vuelta a Venecia, con el sabor del triunfo entre sus labios, decoró la villa Valmarana, mientras su hijo Giandoménico daba muestras de su obra personal en la “foresteria” vecina. En 1761 compuso la Apoteosis de la familia Pisani, en la villa Pisan.
Invitado por Carlos III de España, Tiépolo, acompañado de sus dos hijos ya citados y ayudantes, llegó a Madrid en 1762. Decoró varias salas del Palacio Real. En la sala de guardias alabarderos de dicho palacio pintó la Apoteosis de Eneas, en la antecámara la Apoteosis de España y en el techo del salón del trono el magnífico fresco de la grandeza de la monarquía española (1762-1767).
En 1769 recibió el encargo de pintar siete retablos para la iglesia del convento de San Pascual en Aranjuez, antes de fallecer al año siguiente en la capital española. Marcado en un principio por el claroscuro, rápidamente adoptó una “maniera” más luminosa [2]. Su ejecución es ligera, suelta y rápida, según las características de la época. Gusta su estilo de una amplia arquitectura, con cielos muy abiertos de colores claros, en especial de tonos azulados, rosados y malva. En su pintura El Olimpo se pueden apreciar estas características. En la actualidad, dichos retablos se encuentran en el Museo del Prado, después de que fueran sustituidos por lienzos de Mengs, Maella y Francisco Bayeu.
Notas:
[1] Bottineau, Yves. El arte barroco. Ediciones Akal. Madrid, 1990.
[2] Op. cit.