Los años compartidos y disfrutados, que fueron muchos a decir verdad, se nos han vuelto muy cortos cuando el rosario de los recuerdos no tiene cuentas suficientes para hilvanar la evocación de tantos momentos vividos –muchos de ellos felices–, que se agolpan de pronto con inusitado ímpetu en su afán por prevalecer siempre entre los primeros. En la hora de la despedida terrenal de tía Fernanda, todos esos recuerdos anidan en la memoria fértil con una precisa nitidez y se convierten en la mejor evocación de una vida muy provechosa.
Tía Fernanda –hermana mayor de mi madre–, fue una mujer de su tiempo, revestida de valores inculcados desde la cuna que prevalecieron siempre en su acusada personalidad. Trabajadora infatigable, su condición de primogénita marcó su infancia y su primera juventud y en el ambiente sereno y tranquilo de su Fuencaliente natal, inició su proyecto vital con quien fue su esposo durante algo más de sesenta años, Maximino Francisco Pérez, tío Máximo, hombre sencillamente entrañable y de muy grata memoria.
En el imán de efervescencia de la emigración, tía Fernanda y su familia cruzaron el Atlántico y llegaron a una Venezuela prominente, aquella tierra prometida que tanto significó para Canarias y en la que trabajaron sin desmayo y sin descanso, hilvanando los entresijos de su vida futura en su hogar de Palo Negro. La emigración también tuvo sus momentos amargos y dolorosos y así transcurrieron unos años hasta que llegó la hora del retorno. Recordamos con precisión aquel día maravilloso de su ansiado regreso y el emocionado reencuentro de la familia a pie de muelle, cuando los trasatlánticos de la emigración eran los grandes protagonistas del tornaviaje anhelado.
Madre de probada virtud, tía Fernanda –mujer guapa y elegante donde las haya– siempre sintió apetencias por el conocimiento y el aprendizaje herencia de la rama materna y por el querer y poder ser más y mejor persona en la vida sin hacer daño al prójimo. Siempre fue persona de bien, orden y respeto, siempre cercana, cariñosa y amable, aguda y divertida, generosa y entrañable. Disfrutó de una memoria prodigiosa que la convertía en oráculo recurrente de los acontecimientos familiares y cercanos, dedicó tiempo a la recopilación y significado de canarismos de origen palmero y vivió felizmente muchos años de una vida intensa, de casi 94 años, acrisolada en los eternos valores de la dignidad y la honestidad.
Tía Fernanda honró, y mucho, a su familia, a la que amó sin límites; disfrutó de sus hijos, de sus nietos y de sus bisnietos, además de unos estrechos vínculos afectivos con sus hermanos revestidos de una gran nobleza y sencillez en los que prevaleció siempre la claridad y la lealtad; sintió el orgullo de haber nacido en Fuencaliente de La Palma, donde disfrutó de muchos veranos compartidos con Lanzarote y emprendió el viaje eterno cuando se cumplieron sus días rodeada del afecto y el cariño de su familia y sus amistades, el mismo afecto y cariño con el que ella siempre correspondió a todos los suyos.
Descanse en paz.
Foto: cedida