Hace muchos años, estando quien suscribe de capitán en el buque “Río Asón”, nos salió un viaje a Saint Pierre. Este puerto está en la isla del mismo nombre y es un archipiélago situado en América del Norte, Saint Pierre y Miquelón, frente a las costas canadienses de Terranova. Desde 1985 es una colectividad territorial francesa con un estatuto particular. Este viaje lo hice en las Navidades del año 1976.
Estábamos en Livorno, Italia, y la oficina de fletamentos en Londres me informó que una vez terminadas las operaciones de descarga, nos dirigiésemos a Saint Pierre. Como decía estábamos en invierno y sin calefacción. En Livorno, aunque hace frío, es bastante soportable, pero en Saint Pierre la cosa cambia considerablemente. Me puse en contacto con la oficina en Las Palmas para que autorizaran comprar algunas estufas, cosa que se aprobó.
De Livorno al estrecho de Gibraltar fui estudiando la derrota más conveniente con el fin de no tropezarme con todas las borrascas de frente. La más corta es la derrota ortodrómica, navegación por círculo máximo, pero no la más conveniente porque nos llevaría más al norte y las cogeríamos todas dada la época del año. Nos reduciría la velocidad y corríamos el riesgo de sufrir daños en el buque, teniendo en cuenta que íbamos en lastre. Por tanto, decidí junto con el primer y segundo oficial que a la salida del Estrecho se pondría rumbo a las Azores, pasando por el sur de estas islas y después ir cambiando el rumbo para ir acercándonos a Saint Pierre.
La verdad es que tuvimos un buen viaje desde Livorno hasta 24 horas antes de llegar. Llamé a la agencia a través de la radio costera de Saint Pierre para informales de mi ETA (Estimate Time of Arrival). Me contestó que no llegaría a la hora que yo le daba porque estaban anunciados vientos de más de 120 kilómetros/hora.
La mar estaba en calma y corría una ligera brisa. No tardó mucho en comenzar a rolar el viento rápidamente y en pocas horas estábamos en el medio de un temporalazo de mar y viento. Solución, capear el temporal recibiéndolo por una de las amuras y sobre todo moderar la velocidad al mínimo que permita el gobierno, a mano, del buque.
Al estar en lastre se acentuaba todo, los pantocazos y bandazos. Pero el temporal pasó después de unas cuantas horas y llegamos a puerto sin novedad. Una vez hechos los trámites reglamentarios, comenzamos el cargamento de calamares en cajas con destino a Huelva.
La temperatura era de -11º C. Las estufas funcionaron de maravilla, eso sí, no perdiéndolas de vista porque producía sobrecarga y se podía originar un incendio. El enchufe a donde iban conectadas se calentaba en exceso, a toda la tripulación se le advirtió cuál era el riesgo y todos cooperaron.
La estancia fue de varios días y a pesar del frío tuvo su encanto con las anécdotas que ocurrieron y que todo salió bien. A la salida me entregaron una carta del tiempo. Tenía borrasca por el norte y por el sur. Decidí poner rumbo SE para pasar entre las bajas presiones. Al principio tenía fuerte marejada con intervalos de mar gruesa, pero el tiempo fue mejorando y llegamos a Huelva dentro de lo previsto y sin novedad.
(*) Capitán de la Marina Mercante
Foto: Archivo de Antonio Guillén Rodríguez