Miguel Ángel Curbelo Guanche es un profesional intachable y entusiasta de la figura y el aporte del profesor Arístides Ferrer García (1910-1995). A su iniciativa se presentó recientemente la Fundación que lleva su nombre, en homenaje y reconocimiento a tan singular personalidad, constituida para difundir el conocimiento de su legado entre la sociedad canaria del que fuera destacado profesor de la Escuela de Comercio de Santa Cruz de Tenerife. ¿Quién no recuerda, entre sus allegados, alumnos y amigos, su característico saludo: ¡salve!
El principal promotor de la Fundación, que rebosa lealtad, afecto y gratitud sin límites hacia la figura del eminente maestro, viene trabajando en la idea desde que en 2010 se cumplió el primer centenario de su nacimiento. La Fundación Arístides Ferrer García tiene como objetivos la promoción de la cultura y la difusión del conocimiento científico, en general; y en materia contable, económico-financiera, en particular; y proponer a la Universidad de La Laguna la creación de una cátedra que lleve su nombre y que sirva para enlazar el saber universitario y científico con la aplicación práctica del conocimiento en las entidades públicas, las empresas y las organizaciones sin ánimo de lucro.
La Fundación tiene como finalidad fomentar e impulsar la difusión del conocimiento, las ciencias, la investigación y la cultura en su más amplio sentido, haciendo especial hincapié en materias contables, fiscales, económico-financieras y jurídicas. Para ello se ha formado un patronato en el que se dan cita las instituciones que simbolizan el sentir de la Fundación: Ilustre Colegio de Titulados Mercantiles y Empresariales de Santa Cruz de Tenerife, del que fue presidente entre 1963 y 1980 y la Agrupación 14ª del Instituto de Censores Jurados de Cuentas de España, del que fue cofundador a finales de 1976, así como un numeroso grupo de personas que se sienten identificadas con el ideario de la Fundación, sus fines y objetivos.
Nadie mejor que el admirado y leal amigo Antonio Salgado Pérez, autor del libro “Los 100 años del COTIME” para esbozar la figura del destacado personaje, al que trató y conoció muy bien y del que en su magnífico trabajo nos cuenta lo siguiente:
“Profesor e Intendente Mercantil, siempre será recordado como el profesor de la Escuela de Comercio, que enseñó Geografía Económica.
No fue muy dado a los viajes y a la asistencia al Consejo Superior pero bajo su mandato, se aprobó, publicó y entró en vigor el Estatuto de las Actividades Profesionales de los Economistas y de los Profesores y Peritos Mercantiles, real Decreto nº 871/1977.
Con sus gafas de ver más, su frente como una playa solitaria, aquel cabello ensortijado y siempre revuelto, que algunos caricaturistas de vanguardia tradujeron en guarismos, don Arístides, así, a secas, era más que la utópica institución, un nexo de presencia tan familiar como nuestras propias familias. Muchísimos de nosotros le conocimos en aquella señorial mansión que siempre se conocerá por la Escuela de Comercio, donación de Imeldo Serís, marqués de Villasegura, que sigue rematada por dos medallones de los bustos de Viera y Clavijo y Agustín de Bethencourt. Tan céntrico y entrañable lugar fue el tagoror donde conocimos a aquel arafero –“soy Aristidof de Arafuria”, nos decía con cierto orgullo‑, de minúsculo maletín, que surgía como por encanto de una sufrida rubia Peugeot, henchida de tubérculos y productos avícolas. Luego, con el tiempo, comprendimos el porqué siempre fue partidario de modificar el Padrenuestro, con este inicio: “La papa nuestra de cada día, dádnosla hoy…”. Algunos aseguraban que, en determinados momentos, implantaba dictadura pedagógica que, posiblemente confundieron con aquella otra “dictablanda” con la que él, precisamente, don Arístides, etiquetaba, con cierta jocosidad, a la de aquel general jerezano que un día dividió a los canarios…
¡Quién puede olvidar ahora, cuando don Arístides es perenne recuerdo, aquellas clases de Geografía Económica donde sin barcos, sin camarotes de lujo; sin trenes ni aviones, nos convertía en ilusionados “marcopolos”, con amenos periplos, con estadías sin mareos y con paradas y fondas para analizar con profundidad parcelas y demarcaciones con el solo acompañamiento de un decrépito mapa y aquella voz dura, suave, de ínclito cicerone!.
Jamás fue áridamente didáctico; pero le preocupaba ser tremendamente trivial, terreno que, por supuesto, nunca holló. Su lema: Las cuentas claras. Siempre estuvo inmerso en ese inagotable abanico de los cheques, créditos e insolvencias. Luchó bravamente en esa peligrosa trinchera de los déficits, de las depreciaciones, de los saldos, de los cuadres y las cuentas bloqueadas. Contabilizó exportaciones, importaciones y anheló esa dichosa e inalcanzable autarquía local. Punteó, verificó, censuró e informó todo un anaquel isleño dentro de un campo de infinitos conceptos, aunque los neófitos estimen sean ramas asépticas por la pregonada gelidez de los guarismos, «de quienes huyen los pelafustanes y zascandiles”.
La anatomía de don Arístides Ferrer García parecía apabullarnos, pero en realidad, enternecía, como enternecían ‑y acongojaban‑ sus saludos y abrazos distantes, desmemoriados, más disciplinados que cerebrales, por el cruel e implacable azote del paso de los años que, precisamente, vino cebándose, en los últimos años , en aquella mente otrora erudita, siempre adornada y enriquecida con un humor e ingenio de inconfundible carisma, todo ello sentenciado, para siempre, en aquella amarga fecha de su óbito, a los 84 años, acaecido el 24 de febrero de 1995.
Don Arístides siempre procuró ‑y lo consiguió‑ ocultar el bien que hacía. En realidad imitó al Nilo, que sigue disimulando sus principales fuentes; los que tuvieron la oportunidad de visitar su hogar; los que tuvieron la ocasión de compartir la proverbial sencillez y campechanía de su esposa, doña África Hernández Rodríguez; los que se extasiaron con la pinacoteca de su hogar y los que pudieron penetrar en su despacho festoneado con unos libros de museo mercantilista y otras múltiples ramas del saber humano; los que, en fin, tuvieron opción a estos logros, se pudieron dar cuenta, si fueron aguijoneados por la curiosidad, que don Arístides seguía fielmente imitando al Nilo en su modestia, ocultando tras la puerta de dicho despacho las máximas cotas de su trayectoria, donde estaban colgados sus títulos, diplomas y distinciones bajo la mirada sabia y kinderiana de Albert Einstein, que parecía gozar con la presencia de uno de sus más fervientes admiradores, que nos dictaba de memoria aquel pensamiento del matemático: “El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrado”.
En su etapa de Presidente del Colegio Oficial de Titulados Mercantiles, mantuvo el vínculo entre la Escuela de Comercio y el Colegio.
Realizó las gestiones preparatorias para la creación de la sede del Instituto de Censores Jurados de Cuentas de España en la Isla.
En 1990 se le entregó el Premio Andrés Pérez Faraudo, en reconocimiento a su dilatado y superior magisterio y del incondicional apoyo que siempre prestó a sus alumnos”.
Arístides Ferrer García (1910-1995)
Arístides Ferrer García nació en 1910 en Arafo, en el seno de una familia trabajadora que compartía, además, su vocación por la música. A los 11 años quedó huérfano de padre y su madre decidió trasladarse con sus cuatro hijos a Santa Cruz de Tenerife. A tan temprana edad solicitó el ingreso en la Escuela Profesional de Comercio de Santa Cruz de Tenerife, en la obtuvo el grado de Perito Mercantil en 1929.
Fiel a su idea idea de cursar los Estudios Superiores de Intendente Mercantil, estableció relación con la Escuela Superior de Comercio de Madrid, a través del Boletín del Laboratorio de Ciencias Económicas. Por su formación y preparación académica, en el curso 1929-30 logró aprobar todas las asignaturas correspondientes al grado de Profesor Mercantil y superó con brillantez la prueba de Grado de Profesor Mercantil.
En septiembre de 1932 accedió a dar clases como Profesor Ayudante de Cálculo Comercial en la Escuela de Comercio. Por esas fechas prestó sus servicios profesionales en una empresa naviera donde adquirió conocimiento sobre las materias de comercio exterior y relaciones con compañías extranjeras, de ahí los trabajos señalados en el Boletín del Laboratorio de Ciencias Económicas.
Al finalizar el curso de 1933-34 cesó en esta labor para trasladarse a Madrid para ocupar un puesto en la consignataria Manuel Cruz Hnos. y Cía., situación en la que terminó en 1936 sus estudios de Intendente Mercantil, tras lo cual regresa a Tenerife y como a todos le sorprende la revuelta militar del 18 de julio.
Antes de finalizar aquel año fue detenido por su militancia en el PSOE, junto con otros intelectuales y profesionales de reconocido prestigio en Santa Cruz de Tenerife. En 1943 consiguió volver a sus labores habituales previas a la Guerra Civil, y mientras tanto, junto a su amigo y compañero Norberto Cejas Zaldívar, luego catedrático de Contabilidad de la Escuela de Comercio, impartió clases en una Academia de Contabilidad y Cálculo, conocida como Academia Comercial Moderna.
En julio de 1947 se le expidió el título de Intendente Mercantil y en septiembre de 1954 se le designó catedrático interino de Geografía Económica, que desempeñaría hasta septiembre de 1979. Impartió, además, las asignaturas Historia del Comercio, Historia de la Cultura, Cálculo Comercial y Matemáticas Comerciales, Economía de la Empresa y Estructura y Política Económica.
Por razones ético-políticas, Arístides Ferrer nunca suscribió el requisito formal exigido de aceptación de los principios generales del Movimiento Nacional, lo que le supuso que terminara su labor de catedrático siempre como interino.
Desarrolló una reconocida labor en el Colegio de Titulares Mercantiles, como se recoge en el libro “Los 100 años del COTIME”. Desde 1932 colaboró con el presidente Andrés Pérez Faraudo como miembro de la Junta Directiva y posteriormente, desde 1963 y hasta 1980, fue su presidente. También perteneció desde su creación al Colegio de Economistas, al equipararse la licenciatura en Ciencias Políticas y Económicas, con los estudios de Intendencia Mercantil.
Destaca, asimismo, su trayectoria como censor jurado de Cuentas, etapa de la que se pueden citar numerosos de los trabajos y cometidos por él realizados (auditorías de las Cámaras de Comercio, Junta de Obras del Puerto de la Luz y de Las Palmas, suspensiones de pagos diversas , auditoria de Empresas, Informes Técnicos, etc.). Fue miembro de la Junta Directiva de la Zona de Canarias hasta la constitución de la Zona XIV de Santa Cruz de Tenerife, de la que fue su primer presidente, como ya hemos citado
Antes de su fallecimiento donó su biblioteca de unos 7.000 volúmenes para que sirviera de germen para la difusión cultural como se refleja en la certificación emitida por el Ayuntamiento de Arafo en el acuerdo de aceptación de su legado: “Comprometerse a destinar el patrimonio donado por el Sr. Ferrer García al fin exigido por el donante: Formará parte de la Biblioteca Municipal para que pueda ser utilizado por cuantas personas sientan interés por la lectura o la investigación”.
Foto: cedida