A comienzos de la década de los años veinte, la gripe neumónica se había expandido con intermitencia por el archipiélago canario, con brotes procedentes de Cuba y de la península. Lo novedoso de su presencia tuvo, como publicó el periódico tinerfeño “La Prensa”, expresiones de sensacionalismo informativo y también reacciones irracionales por parte del público, aunque lo justificaba el miedo a la enfermedad y el desconocimiento de la realidad.
El primer brote importante de la gripe surgió tras la llegada a Las Palmas del trasatlántico español “Infanta Isabel”, de la flota de Pinillos, Izquierdo y Cía., con unos doscientos pasajeros a bordo, que fueron internados en el lazareto de Gando y tuvieron que regresar a Vigo, pues se les impidió continuar su viaje a Cuba. Luego, la epidemia se expandió por aquella ciudad con una baja mortandad, si bien coincidió con otros brotes en diversas zonas del archipiélago.
El caso más significativo fue el del vapor “Fuerteventura”, uno de los playeros de la Compañía de Vapores Correos Interinsulares Canarios, con motivo de un viaje a La Palma. Unos días antes, a finales de enero de 1920, uno de los barcos de la Compañía Trasatlántica, el vapor “Montevideo”, no pudo entrar en el puerto palmero ante las exigencias de una comisión del pueblo, que mandó un mensaje a su capitán con las claras intenciones del vecindario de evitar como fuese que la temida epidemia causara estragos en la isla, por lo que no se admitía la presencia de barcos de “procedencia sospechosa”.[1]
El vapor “Fuerteventura” llegó al puerto de la capital palmera con 23 paisanos que regresaban de Cuba. Una comisión del pueblo acudió al muelle y exigió que sólo pudiera bajar las sacas de la correspondencia, por lo que el capitán respetó la imposición entre los gritos de los pasajeros y decidió probar mejor fortuna en Tazacorte, donde el vecindario ya los esperaba alertados en la desembocadura del barranco de Las Angustias, para evitar que saltaran a tierra. Entonces, el pasaje del “Fuerteventura” se amotinó y el capitán navegó a lo largo de la costa occidental de La Palma y fondeó en Punta Larga, donde los pudo desembarcar a través de las lanchas caleteras y tras “sufrir serios percances”, pues un numeroso grupo de fuencalenteros, con el cura párroco Benjamín Cid Galende al frente, empuñando éste un revólver, intentó impedir la maniobra a toda costa.
Cuando el buque “Fuerteventura” regresó a Santa Cruz de La Palma para recoger las sacas de correspondencia, los vecinos de la ciudad, enterados del desembarco en Punta Larga, congregaron efectivos en el muelle mediante un llamamiento general por medio de cohetes y repique de campanas. Cuando el barco abandonó el puerto palmero, desde el muelle recibió varios disparos que obligaron a los pasajeros y a los tripulantes que iban en cubierta a tenderse cuerpo a tierra, so pena de caer abatidos por las balas.[2]
Por espacio de dos meses el tráfico de pasajeros entre La Palma y Tenerife quedó interrumpido, siempre por el temor de los palmeros a ser contaminados por una gripe que suponían estaba extendida por el resto del archipiélago. Fue entonces cuando la autoridad militar intervino para poner orden en el asunto y ordenó al jefe militar de La Palma que adoptara las medidas oportunas para permitir el desembarco de los pasajeros que iban desde Tenerife y otras islas a bordo del buque “León y Castillo”.
Cuando se conoció la noticia, la agrupación ciudadana “Hijos de La Palma” celebró un multitudinario mitin para solicitar la dimisión de las autoridades de la isla si llegaban a permitir el anunciado desembarco, mientras amenazaban, sin recato alguno, a los pasajeros del “León y Castillo” con “luchas sangrientas”. El 14 de abril dimitieron las principales autoridades de la isla —delegado del Gobierno, presidente del Cabildo y consejeros, alcalde y concejales de varios pueblos— y los pasajeros desembarcaron en medio de una “imponente manifestación de mujeres enlutadas”.[3] En los mítines de los días siguientes celebrados en la capital palmera, los oradores pidieron prudencia y calma a la población, que homenajeó con fuertes ¡vivas! a las autoridades dimisionarias, tras lo cual la vida cotidiana recuperó la normalidad.[4]
Notas
[1] Diario de Avisos, 28 de enero de 1920.
[2] Díaz Lorenzo, Juan Carlos: De los correíllos al fast-ferry, Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife, 2004, p. 75.
[3] Diario de Avisos, 15 de abril de 1920.
[4] Yanes Mesa, Julio Antonio: Leoncio Rodríguez y «La Prensa»: una página del periodismo canario. Cabildo Insular de Tenerife, Caja General de Ahorros de Canarias y Herederos de Leoncio Rodríguez, Santa Cruz de Tenerife, 1995, pp. 419-421.
Foto: Manuel Rodríguez Aguilar vía trasmeships.es