Dada mi condición de alumno de la Escuela de Náutica, tuve que inscribirme en la matrícula naval, quedando comprendido en el alistamiento de 1960, con el número 52. Después de agotar las prórrogas por estudios, embarqué el 25 de diciembre de 1964, con algo más de 30 mozos en la motonave de la Trasmediterránea “Plus Ultra”, en literas instaladas en un entrepuente que se ventilaba a través del superior cargado de tabaco. El ambiente era irrespirable, pero la situación se agravaría en Las Palmas, cuando embarcaron unos 70 u 80 jóvenes más que completaban el reemplazo.
Éramos tres los pilotos que viajábamos hacia Cádiz: Tomás González Sánchez-Araña, Manuel González Pérez y yo. Como muy bien recuerda Tomás en uno de sus artículos en la página web de Juan Carlos Díaz Lorenzo, él y Manolo se encontraron con el primer oficial, Tomás Ravelo, viejo conocido de su familia, con el que lograron que nos cambiase a los tres a un camarote de primera clase, gracias a lo que pudimos viajar con una gran comodidad hasta Cádiz.
Según la cartilla naval, pasé a situación activa el 1 de enero de 1965. En la página 15 indica la reducción del servicio militar a seis meses por hallarse en posesión del título de Piloto de la Marina Mercante.

Una vez en el cuartel nos pelaron al cero y vistieron con unos uniformes de faena provisionales y alpargatas, lo que nos hacía difícilmente reconocibles. Al tercer día nos llevaron a revisión médica, con la pinta que aparece en la fotografía de la izquierda. Para colmo de desdichas, como los canarios llegamos los primeros, tuvimos que preparar el cuartel para la llegada del resto de reclutas hasta completar unos 1.500 componentes de la promoción.
Me asignaron el número 013, lo que no deja de ser una gran casualidad. El 0 significaba cabo de rancho (el que llevaba el cucharón en cada rancho, para repartir las raciones y que no estaba sujeto a la tarea de fregar las perolas y platos). A varios nos destinaron a las cocinas, pero a la vista del “modus operandi”, especialmente en la manera de matar a los pollos, por falta de estómago conseguí mi traslado al laboratorio psicotécnico, que se ocupaba del doblaje de las películas de instrucción. Esto no suponía exención de la instrucción, donde los CR encabezábamos las formaciones de las brigadas, al considerarnos más preparados e inteligentes, hasta que los más altos aprendieron la instrucción básica, incluyendo variaciones y otros movimientos. Siguiendo con el 013, el 1 era el rancho al que pertenecía y el 3 correspondía a la brigada.



Al poco tiempo nos llevaron a un almacén de San Fernando, donde nos entregaron el equipo completo, con botas, lepanto, uniformes y chaquetón. Desde allí, cargados con el típico saco, regresamos al cuartel en formación. Creo recordar que alguno no lo logró por sí solo. El cambio de uniforme nos transformó de manera impresionante, como puede verse en las fotografías que siguen. En las mismas aparecemos Juan Esteban Pérez Rodríguez y yo, en el cuartel y en la Escuela con motivo de los actos de San Telmo 2000. Como puede apreciarse habíamos cambiado mucho en los 35 años transcurridos.



En la foto de grupo, en la que falta Tomás, estamos todos los náuticos que hicimos la mili juntos. De izquierda a derecha y de arriba abajo, éramos: Olegario, Ferragut, Angelito, Fidel, Manolito, Estevez y Pineda. Agachados: Isidoro, Juan Francisco, Paco, Febles, Juanito y Enrique, según anotaciones del momento, al dorso de la foto. No recuerdo ya los apellidos, pero confío en completarlos con los comentarios de los compañeros que lleguen a leer estos recuerdos. En cuanto a los destinos fueron los siguientes: en el mismo orden, “Uad Kert”, inutilidad, desconocido; “Vasco Núñez de Balboa”, lanchas torpederas de Tarifa, “Tinto” y “Nervión”. A los agachados nos tocaron los siguientes destinos: los tres primeros al “Tofiño”, cabo forzoso por lo que creo tuvo que quedarse en Cádiz, “Uad Kert” y aljibe A-2. Más o menos, a todos nos fue bastante bien la experiencia salvo a Manolito, que los cabos primeros al cargo de las lanchas, por ausencia de los AN que las mandaban, dada su condición de amarre permanente en la que se encontraban, le complicaron la vida.
Una vez completados los tres meses de instrucción vinieron los destinos. Como hemos visto, de los 14 de Canarias, todos menos Manolito y Febles fuimos destinados a la Base Naval de Canarias, para completar el periodo de seis meses que nos correspondían como oficiales de la Marina Mercante, en una unidad de la Armada a flote, pues la mili normal era de 24 meses y 12 para los alumnos.
El viaje a Las Palmas lo hicimos en el “Villa de Madrid”, en tercera clase, por lo que pasábamos el día en la cubierta y bitas de popa, entre recuerdos y esperanzados sobre nuestro futuro.

Una vez en los barracones de la Base Naval de Las Palmas apareció un compañero piloto, Monteverde, que buscaba un piloto que quisiera sustituirle en su barco, pues finalizaba el servicio militar. Le dije que estaba de acuerdo, y al poco rato llegaba en coche el TN de la RNA García Calama, comandante del aljibe A-2. Después de preguntarme si había navegado por aguas canarias y si deseaba embarcar en su buque pues no tenía más oficiales y necesitaba un piloto, le contesté afirmativamente. Se fue al Estado Mayor y regresó de nuevo para comunicarme que ya podía embarcar en el A-2, cosa que hice al momento, en un viernes.
El cabo primero de guardia que me recibió ordenó que me acompañasen y enseñasen el sollado en el que viviría, justo debajo del castillo, habitáculo al que entrábamos directamente desde la cubierta principal. Los destinados en máquinas lo hacían en otro inmediatamente debajo del nuestro, al que descendían por una escala. La ventilación era necesariamente a través de los portillos, cosa harto difícil navegando, o por las portas de subida a nuestro sollado (lugar del pañol de pinturas y cadenas en los buques mercantes). De acuerdo con la acomodación normal de la época dormíamos en cois, que se arranchaban durante el día, a fin de dejar despejado el rancho. Lo cierto es que los pocos días y momentos que debía dormir a bordo, navegando, lo hacía sobre el guardacalor envuelto en una manta.
Una vez presentado a bordo me dieron franco de ría hasta primera hora del lunes, cosa que aproveché para viajar en un correíllo a Tenerife, pues llevaba más de tres meses sin ver a la familia. Estos viajes se repetían siempre que el aljibe estaba en puerto, por lo que navegué en varios de ellos, en varias clases, incluyendo las literas, entre sábanas colgadas del techo, que daban una escasa intimidad.
Los tres meses que permanecí en el A-2 ejercí de navegante, llevando el Diario de Navegación y situándome cada vez que el comandante me enviaba a buscar para ello. Todos me conocían por el “piloto”. El contramaestre, don Manuel, un hombre mayor que no había querido ascender –según decía–, pues prefería ser el jefe de la Camareta de Suboficiales que el último de la de oficiales, hacía una de las guardias y el comandante la otra. Navegábamos, pues, a dos guardias. Yo estaba rebajado de todo servicio, habiendo recibido instrucciones del comandante que, con la escusa de no tener sueño, acompañase al contramaestre en sus guardias, charlando con él en los aburridos viajes de Las Palmas a Puerto Rosario y Arrecife.
Llegué a tener una buena relación con él. Por entonces, había en Las Palmas tres buques-aljibe: el A-2, el A-4 y el A-6. El segundo pequeño y el último el más moderno. Abastecíamos de agua dulce a la población militar y civil de Fuerteventura y a los militares de Lanzarote. Yo conocía ya las aguas y los puertos, por lo que la navegación no suponía ningún problema.
El barco carecía de radar y la situación la calculaba con la magistral. El primer día, enviamos la situación al Estado Mayor en Madrid, contestándonos que estaba mal (correspondía a un punto en el interior de África). No me había percatado que navegábamos con cartas de los años 1851 y 1852, con longitudes medidas por el meridiano de San Fernando. (Téngase en cuenta que Gran Tarajal está en los 14º al W de Greenwich, mientras que, con respecto al meridiano de San Fernando está en 8º-50’ W). Insistimos en que la situación estaba bien, y por segunda vez nos comunicaron que no era posible. Entonces me percaté del problema de las longitudes.
Mi relación con el segundo comandante, que era el teniente de máquinas, era francamente buena, guardando las lógicas distancias. Por primera vez salí a la mar el 23 de marzo de 1965, hacia Arrecife, siendo el último viaje desde Arrecife a Las Palmas del 17 al 18 de junio.
Un buen día el comandante ascendió a capitán de corbeta y lo trasbordaron, tomando el mando un alférez de navío, RNA, cuyo nombre no recuerdo. Mi nuevo jefe cambió mi situación, anuló mis privilegios, me hizo montar guardias, acabó con mis viajes a Tenerife, etc. Lógicamente, la nueva situación me incomodó bastante, lo que comentaba, con frecuencia, al segundo comandante. Un buen día, paseando de uniforme por Las Palmas –estaba prohibido y perseguido por la Policía Naval vestir de paisano– en una acera estrecha vi venir al nuevo comandante con su esposa “al opuesto”, cruzándome con ellos como si no los viera. Supongo que la esposa al leer la cinta de mi lepanto y ver que no saludaba al marido, le preguntaría si aquello era normal. Lo cierto es que casi inmediatamente me dio permiso indefinido, viajando a Tenerife hasta regresar a Las Palmas para firmar mi licenciamiento y entregar mi equipo que, al estar casi nuevo, especialmente el chaquetón, cambié con los compañeros que tenían el suyo en peor estado.

Así finalizó mi servicio militar. La anotación de la página 31 de la cartilla naval: “Orden de licenciamiento”, en el apartado concepto que ha merecido, se calificó la aptitud profesional, espíritu militar, concepto moral, policía y conducta, como Muy Buenos. En el de valor, aparece el habitual de se le supone. Carácter serio y salud buena. El 6 de julio de 1965 pasé a la situación de reserva hasta 1979.
Posteriormente regresé algunas veces a la Base, generalmente al bar con algunos amigos de la Reserva Naval, hasta el punto de que solicité mi ingreso en la misma, a lo que me contestaron, desde Madrid, informándome que las necesidades estaban cubiertas y no había ninguna convocatoria a la vista. Es difícil imaginar que hubiese sido de mi futuro, y del de mi familia, si hubiesen admitido mi solicitud. Quiero pensar que la providencia me ha hecho más feliz haciéndome recorrer el camino que me ha tocado recorrer.
(*) Catedrático de Universidad. Capitán de la Marina Mercante. Presidente fundador de la Academia Canaria de Ciencias de la Navegación.
3 comentarios
La llegada de los buques aljibe a Puerto del Rosario era acogida como agua de mayo. Se reponian los depósitos con la cubas y carretas del ejército, se daba trabajo a camioneros y a la juventud que hacía de palistas en el carboneo pues alguno de aquellos buques funcionaba con ese mineral… Era la Operación Aguada a Puerto del Rosario, planificada por la Base Naval de Las Palmas, en la que, además del suministro a la tropa, se abastecía a la población civil. En la década de 1960 los operativos movilizaron barcazas K, remolcadores y buques aljibe.
Veo con tristeza que nadie recuerda al Aljibe AL-4 que hizo buena parte del suministro de agua a Fuerteventura con viaje diario desde Lanbzarote entre Junio y Noviembre de 1966. Yo era su «jefe de Maquinas» (como Maquinista Naval en reemplazo de 1966 agotadas todas las prorrogas.) porque el oficial que estaba al mando tenía verdadera alergia al cargo. Conseguimos descargar agua en un tiempo razonable gracias a un sargenbto Fogonero,el Sr. Sosa al que sigo guardando respeto y agradecimiento.Del Comandante del buque Don David Mayor Saez( fue practico del Puerto de Las Palmas de Gran Canaria) obtuve una amistad y camaraderia que me permitio pasarlo bastante bien.
Saludos al gran profesor de astronomía y navegación de la Escuela de Tenerife.