El vapor Santa Isabel era un buque-correo de mediano porte, “mini-liner” propiedad de la Compañía Trasatlántica, construido en los astilleros de la Sociedad Española de Construcción Naval en Matagorda, Cádiz, en 1915. Desplazaba 2.492 toneladas, 1.140 toneladas de peso muerto, con una eslora de 88,85 metros; 12,19 metros de manga y 5,95 metros de puntal. Estaba matriculado en Barcelona, como toda la flota de la Compañía y tenía una estampa moderna, con popa de crucero, proa recta, dos mástiles y chimenea levemente caída sujeta por ocho estays de alambre galvanizado. Su propulsión la componían dos turbinas a vapor Parsons-SECN, engranadas a dos ejes con hélices de cuatro palas, desarrollando una velocidad máxima de 12,5 nudos, con un consumo de treinta toneladas de carbón por singladura. Asimismo, iba dotado de velas para aprovechar los vientos y ahorrar carbón en sus travesías, disponiendo como medios de salvamento, ocho botes salvavidas con capacidad para un total de 390 personas y más de 400 salvavidas.
Se trataba de un buque mixto de carga y pasaje, que fue concebido para cubrir la línea Bilbao, Cádiz, Canarias, Fernando Póo, aunque pronto fue destinado al servicio de cabotaje, efectuando escalas de forma regular en puertos del litoral peninsular entre Bilbao y Cádiz, cuyo movimiento principal se basaba en el pasaje y mercancías que serían posteriormente trasbordadas en el puerto gaditano a los buques de la misma compañía que realizaban el tráfico transoceánico, en especial la Línea del Plata que estaba servida por los esbeltos trasatlánticos Infanta Isabel de Borbón y Reina Victoria Eugenia, que no escalaban en puertos del Norte de España.
El buque Santa Isabel tenía capacidad para transportar 460 pasajeros, con una dotación de 84 tripulantes. Entró en servicio en octubre de 1916 y tuvo una corta vida de poco más de cuatro años, como consecuencia de su naufragio a la entrada de la Ría de Arosa el 2 de enero de 1921, en las proximidades del faro viejo de la isla de Sálvora. En este último viaje, estaba al mando el capitán Esteban García Muñiz, de Gijón en la costa cantábrica del Principado de Asturias, que hizo toda su carrera en la Compañía Trasatlántica, navegando con capitanes como Manuel Deschamps Martínez, el más laureado y de mayor prestigio de la naviera española, que mandaba el Infanta Isabel de Borbón cuando este fantástico buque realizó su viaje inaugural, escalando en Santa Cruz de Tenerife el 9 de abril de 1913, siendo García Muñiz su segundo oficial. El capitán Deschamps, conocido como el héroe del bloqueo de Cuba, por haber burlado en tres ocasiones el férreo asedio que las fuerzas navales norteamericanas ejercían sobre la isla cubana durante la guerra colonial del 98, mandaba en esa ocasión el vapor Montserrat y su hazaña fue comentada reiteradamente en la prensa, en términos de encendido elogio.
El 20 de diciembre de 1920, el buque Santa Isabel zarpa de Cádiz con destino al puerto de Pasajes e inicia aquí un nuevo viaje con escalas en Bilbao, Santander, Coruña, Villagarcia de Arosa y final una vez más en el puerto gaditano, donde dejaría la carga, el equipaje y los pasajeros, todo ello para ser trasbordados en esta ocasión, al vapor Reina Victoria Eugenia que partía directamente para Montevideo y Buenos Aires un día después de de la llegada del pequeño barco a Cádiz. El 1 de enero de 1921, el buque atracaba a primeras horas de la mañana, recién estrenado el año en La Coruña, saliendo a la una de la tarde para Villagarcia, su fatal destino, con 187 pasajeros y 84 tripulantes a bordo.
La hora de salida estaba fijada para las cuatro de la tarde, pero debido a que todo el pasaje se encontraba a bordo y el resto de las operaciones habían finalizado, el capitán decidió adelantar la salida en tres horas. Zarpa con muy mal tiempo, empeorando a la altura de Finisterre en que se desata una fuerte tempestad con lluvias torrenciales y vientos huracanados, que dificultan la navegación por la zona de Costa da Morte y que obliga al buque a reducir la velocidad y tomar las máximas precauciones, una de las cuales consiste en transmitir las órdenes del capitán, aconsejando a los pasajeros se retiren a sus camarotes.
Son las 22 horas y las fuertes lluvias y la niebla arrecian e impiden la visibilidad de los faros de Corrubedo e Isla de Ons, que puedan orientar el rumbo del buque hasta el puerto de Villagarcia, por lo cual el capitán García Muñiz permanece en el puente de mando durante toda la travesía. El barco sigue moviéndose lentamente con el fin de mantener un gobierno adecuado, entre olas gigantescas que barren la cubierta y le obligan a dar tremendos pantocazos, al tiempo que la violencia de los vientos y la enorme marejada lo ha desviado de su derrota y el mar de fondo del sudoeste lo arrastra sobre los acantilados. De repente, en la inmensa oscuridad de la noche asomó frente a su proa y entre las rompientes, una enorme roca y aunque rápidamente se manda parar y atrás toda, la nave embistió contra los bajos de Meixides, a 200 metros de la Isla de Sálvora en la entrada de la Ría de Arosa.
La mayoría de los botes salvavidas no pudieron ser arriados al partirse el barco en dos, como consecuencia del terrible impacto, hundiéndose la parte de popa en escasos minutos y los pocos que pudieron ser utilizados se estrellaron contra las rocas impulsados por las furiosas embestida de las olas. El suministro eléctrico desaparece y dejan de funcionar todos los sistemas, incluido la estación de radio, por lo cual el telegrafista Ángel González Campos, muerto en el naufragio, no puede emitir señales de socorro.
El agónico SOS se paró bruscamente en sus comienzos sin indicar el lugar de la tragedia y por ello, ni Finisterre radio ni tampoco el vapor francés Flandre que oyeron esas primeras angustiosas llamadas de auxilio, nada pudieron hacer para ayudarles, al desconocer su paradero. Eran las 01,30 horas del 2 de enero del año 1921, cuando el capitán ordena abandono del barco, mientras el mar continua encrespado con enormes olas que baten con furia la débil estructura del buque.
A pesar de que en este viaje el número de pasajeros no alcanzaba ni la mitad de la capacidad del barco, el saldo de víctimas fue aterrador y de las 271 personas que viajaban a bordo, el 80% murieron o desaparecieron, ascendiendo su número a 215. Los oficiales de mayor rango fallecidos en el naufragio fueron el primer oficial Luis Lazaga, que años antes había sido uno de los ocho supervivientes del vapor Carlos de Eizaguirre hundido frente al Cabo de Buena Esperanza al chocar con una mina; el primer maquinista Miguel Calvente que, aunque fue rescatado con vida del mar, murió en uno de los botes antes de llegar a tierra y finalmente el capellán Antonio Pescador que se negó a abandonar el barco, cediendo su salvavidas a otro pasajero, mientras él confortaba y animaba a los que aún quedaban a bordo, hasta que una ola lo arrebató de la cubierta. Sólo se salvaron 29 pasajeros y 27 tripulantes, gracias al rápido auxilio prestado por los vecinos de la Isla de Sálvora. Entre los tripulantes rescatados se encontraba el capitán García Muñiz, aferrado a una tabla en medio del tremendo oleaje. La mayoría de los pasajeros y tripulantes víctimas del siniestro, se hallaban durmiendo y se hundieron con el buque.
El primer socorro en llegar a la zona del naufragio, fue el vapor Cabo Menor de la compañía Ibarra que lo hizo unas horas más tarde, cuando navegaba hacia Villagarcia y pasó por el lugar del siniestro con el barco ya hundido y nada que salvar. Solo encontró muerte y desolación, además de cientos de maletas, bultos de equipaje y restos del buque flotando sobre las olas del mar, cerca del lugar donde naufragó el Santa Isabel, que dejó a la vista parte de la chimenea y el palo de proa, como queriendo señalar lo peligroso del lugar. Es evidente que la ansiada ayuda llegó tarde, muy tarde y ello influyó decididamente a que el número de víctimas fuera tan alto.
Los dos primeros y únicos botes salvavidas con 15 personas cada uno que lograron ser arriados, fueron barridos por el fuerte oleaje y estrellados contra las rocas, falleciendo todos sus ocupantes, ya que tenían como gran enemigo a la tremenda oscuridad de la noche y a las grandes olas. Anteriormente y en esta misma zona, se habían hundido varios vapores ingleses y los españoles, crucero Cardenal Cisneros y el «feeder» Larache, también de Trasatlántica, que con práctico a bordo este último, chocó contra los bajos de Meixides, pereciendo 82 personas, entre ellas su capitán Ibargaray, varios oficiales y el capellán Domingo Muntaner.
Se salvaron 69 y también el práctico Manuel Pérez, que tuvo que huir a Muros a toda prisa, porque los supervivientes lo querían linchar al considerarlo culpable del hundimiento. Hoy no queda nada de aquellos desgraciados naufragios. Sólo unas planchas y un pequeño trozo de amasijo de hierros oxidados, que recuerdan que allí se vivieron hace ya más de noventa años las mayores catástrofes navales de todos los tiempos ocurridas en las costas gallegas. Y por no haber, tampoco existen muchos documentos que puedan rememorar y clarificar lo acontecido, en especial lo referente al Santa Isabel.
(*) Ex delegado de Compañía Trasatlántica Española en Canarias
Fotos: Archivo Compañía Trasatlántica Española (Madrid) y El Correo Gallego