El tercero y último vapor “Alfonso XII” que figura en la historia de la Compañía Trasatlántica y que conforman esta trilogía, corresponde al hermoso buque alemán “Havel” comprado a Norddeutscher Lloyd de Bremen, por el Ministerio de Ultramar y que fue dado de alta en las listas de la Armada de España con el nombre de “Meteoro” como crucero auxiliar, aunque no intervino en combate alguno, limitándose sólo a patrullar nuestras aguas.
Después de finalizadas las operaciones bélicas, fue retirado en espera de comprador y en junio de 1.900, una Real Orden dispone la venta del mismo, con un llamamiento a los navieros nacionales de que la nave se quede en España, formando parte de la flota mercante de nuestro país, tan necesitada de unidades de este tipo. Un mes más tarde, el 29 de julio, la operación queda cerrada por parte de Trasatlántica que se hace con la propiedad de tan espléndido buque de lujo sin igual, con dos chimeneas al centro, proa vertical y dos mástiles.
Construido en los astilleros Vulkan, de Stetting, Alemania, en 1891, navegó sus seis primeros años bajo pabellón alemán. Desplazaba 6.750 toneladas y medía 141 metros de eslora, 16 de manga y 11,30 de puntal, con una capacidad para 808 pasajeros y 215 tripulantes. Desarrollaba una velocidad de 20 nudos, consumiendo la excesiva cantidad de 125 toneladas de carbón por singladura.
A partir de ahora tomará el nombre de “Alfonso XII” y por lo espectacular de su belleza y grandiosidad, se convertirá muy pronto en orgullo nacional y buque insignia de la compañía, siendo uno de sus servicios más destacados, la expedición real a Canarias efectuada en febrero de 1906, cuya elección fue determinada por el gobierno de la nación, “en base a que en España no hay otro buque, ni mercante ni de guerra, que reúna las condiciones para la navegación regia”.
El barco fue habilitado especialmente para esta ocasión como buque real, con la categoría de crucero auxiliar, constituyendo un completo éxito para la naviera, que vio como todos los servicios funcionaron a la perfección y el buque tuvo un comportamiento excelente en la navegación, a pesar de que tuvieron un viaje muy duro por las condiciones de la mar, hasta la llegada a Tenerife. Asimismo, según informaciones de la época, la visita de doce días del primer monarca español a Canarias, donde pudo conocer la realidad social de las islas, fue triunfal y marcó un hito en la historia del archipiélago contribuyendo a reforzar el sentimiento nacional de los isleños, como también a crear nuevos vínculos afectivos y a que las islas que habían estado olvidadas de anteriores gobiernos, fueran desde entonces objeto de mayor atención.
En la Memoria Anual correspondiente al ejercicio de 1906, que el Consejo de Administración de la Compañía formula a la Junta General de Accionistas, aparece un apartado donde dice “Servicios extraordinarios- Cabemos una vez más la satisfacción de consignar una nueva prueba de deferencia recibida del Gobierno en el presente año. Siendo insuficiente el aviso de guerra Giralda para el cómodo alojamiento de S.M. y AA. RR. y del distinguido y numeroso séquito que debía acompañar a las Reales Personas en su viaje al archipiélago canario, acordó el Consejo de Ministros que nuestro vapor Alfonso XII fuese utilizado para este importante servicio, incorporándolo a la flota militar con el carácter de crucero auxiliar, al mando de la Marina de Guerra y conservando a bordo todo su personal de máquinas y de fonda. La compañía procuró corresponder a la honrosa prueba de confianza que se le dispensaba y de haberlo conseguido recibió expresivos testimonios”.
Cuatro años más tarde, en 1910, al mando del legendario capitán Manuel Deschamps, el barco efectúa otro servicio extraordinario, esta vez a Buenos Aires, en viaje que realiza la Infanta Isabel de Borbón en representación del Rey Alfonso XIII, con motivo de los festejos en conmemoración del centenario de la independencia de la República Argentina. El gobierno quiere dar a este viaje una gran difusión periodística, uniendo con tal motivo a la comitiva, los directores de los periódicos de mayor circulación del país. El 1 de mayo de 1910, la expedición partió de Madrid a Cádiz en tren, trasladándose a continuación a bordo del vapor “Alfonso XII”, donde la impresión de los pasajeros fue entusiasta y el comentario generalizado era de que se trataba de “un verdadero palacio flotante por su decoración lujosa y confortable”.
El esbelto buque zarpa del puerto gaditano dos días más tarde y antes de realizar la gran travesía trasatlántica, efectúa una escala técnica en Cabo Verde para carbonear. Finalizada sus operaciones, reanuda su navegación a una marcha de 18 millas por hora, con el fin de arribar a Buenos Aires en la mañana del 18 de mayo, cuya llegada se cumple puntualmente. La Infanta Isabel es recibida con toda solemnidad por el presidente de la República, que recorren en carruaje descubierto el camino hasta la Casa Rosada. Durante las dos semanas que duró la estancia en Argentina, el programa de actividades fue agotador y los emotivos sentimientos de simpatía desbordantes. El 2 de junio de 1910 es la fecha de regreso a España y en el momento en que el “Alfonso XII” suelta cabos, una gran multitud invade el puerto bonaerense para despedir a la Infanta y su numerosa comitiva.
El viaje ha sido un éxito político para España, cuya monarquía ha salido reforzada en su prestigio y amistad con la nación argentina. Antes de rendir viaje en Cádiz, el barco pone rumbo hacia las Islas Canarias y con gran sorpresa para la población tinerfeña, el 15 de junio de 1910 aparece en la prensa de la capital, un edicto del alcalde en el que anuncia la visita real, que viaja a bordo del vapor de Trasatlántica. Tres días después, el 18 de junio a las siete de la mañana, fondeó en el antepuerto de Santa Cruz el hermoso trasatlántico “Alfonso XII” totalmente empavesado, que conducía a la embajada española y una hora más tarde, la Infanta Isabel de Borbón y su amplio séquito, llegaban al desembarcadero siendo recibidos por las autoridades, con la protocolaria ceremonia que la ocasión requería, para dar comienzo seguidamente a las visitas y apretado programa del día.
La gran cena de gala a bordo en honor de las autoridades provinciales, estaba prevista para las nueve de la noche y en aquellos momentos todo era majestuoso en el espléndido vapor: las cubiertas centelleantes de luz, los fastuosos salones con sus servicios de mesa de plata y vajillas de porcelana; los invitados con sus joyas, bandas y grandes cruces, daban un especial realce al banquete que resultó magnífico, amenizado por los melodiosos acordes de la orquesta del buque. Al día siguiente continuaron las visitas, esta vez a La Laguna, Puerto de la Cruz y Valle de la Orotava. El viaje hasta la ciudad lagunera y posteriormente hasta Tacoronte lo hicieron en tranvía y desde allí hasta el Valle de la Orotava en automóviles. Como en todos los lugares visitados, la presencia de la Infanta fue recibida por una gran muchedumbre que no cesó de vitorearla.
Antes de su regreso a Santa Cruz, tuvo tiempo de pasar por el Jardín Botánico, cuya visita sirvió de inauguración oficial. En la vuelta a la capital santacrucera, se utilizaron los mismos medios de transporte, llegando a la plaza de la Constitución a las nueve de la noche. Seguidamente, tras una corta visita al Casino Principal, la comitiva se dirigió al embarcadero, desde donde continuaría hasta el vapor “Alfonso XII”, dando así por finalizada la visita oficial a Santa Cruz de Tenerife. A medianoche zarpa con destino a Las Palmas, a donde arriva a las siete de la mañana del 20 de junio de 1910, siendo el recibimiento apoteósico, igual que lo fuera en la isla hermana de Tenerife. A última hora de la noche, el buque reanuda su última singladura de este inolvidable viaje, con destino a Cádiz, a cuyo puerto llega el 22 de junio al amanecer. Antes de abandonar la nave, la mayoría de las autoridades querían llevarse un recuerdo del buque y por supuesto del ilustre capitán, por lo que las fotos se multiplican y en una de ellas, que Manuel Deschamps intercambia con la Infanta Isabel, el capitán escribe lo siguiente: “la infanta ha vivido en el barco como grumete, se ha hecho querer de todos como madre y ha recibido honores de reina”.
El buque continuaría realizando sus tráficos regulares, Mediterráneo, New York, Cuba y México hasta el año 1926 en que se produce una reestructuración en todas las líneas de la compañía, llegando hasta aquí la larga vida del vapor “Alfonso XII”, que nunca fue rentable para la naviera, pero si era un orgullo tenerlo en su flota, por su sólida construcción, suntuosidad y ser el más rápido. Finalmente pasó al triste grupo del que muchos siempre nos preguntamos: ¿Porqué se desguazan los hermosos trasatlánticos?, ¿no se protegen las grandes mansiones y los majestuosos palacios? Lo cierto es que todo se reduce a que los buques quedan obsoletos en un mercado ferozmente competitivo y a este extraordinario vapor, con todo su esplendor a cuesta, le llegó lamentablemente su hora, poniendo término con ello a la trilogía del “Alfonso XII”, que la Compañía Trasatlántica Española tuvo el honor de llevar su nombre en tres de sus mejores barcos. Fue vendido a la firma italiana Stabilimento Metalurgico Ligure para su desguace y definitiva desaparición.
(*) Ex delegado de la Compañía Trasatlántica Española en Canarias
Fotos: Archivo de FEDAC y Manuel Marrero Álvarez