El hermoso trasatlántico “Alfonso XII” se fue a pique y sus restos reposan en el fondo de la Baja de Gando, a 48 metros de profundidad. Con él se hundieron las pertenencias de los pasajeros y tripulación, la carga, 90 sacas de correspondencia y dio comienzo a una leyenda que dura hasta nuestros días: un valioso cargamento consistente en diez cajas precintadas conteniendo 500.000 duros en oro, con un contravalor de diez millones de reales en metálico, que el Ministro de Ultramar del Gobierno de España enviaba a Cuba para atender las más urgentes necesidades de la Isla.
Los primeros técnicos y buzos llegados al lugar del naufragio fracasaron en el intento de recuperarlas, por lo que tanto el armador como las compañías aseguradoras, contrataron a unos afamados buzos ingleses para realizar el trabajo. Las labores fueron arduas pero provechosas, logrando sacarlas todas menos una, que finalmente, después de varios días de trabajo, dieron por definitivamente perdida. Asimismo se rescataron las sacas de la correspondencia y otros objetos de pasajeros y tripulantes.
Y a partir de aquí se incrementa el número de submarinistas “buscadores de oro”, que por cualquier medio se acercaban al barco hundido en busca del tesoro y de todo aquello que pudieran rapiñar. Pero la décima caja, oficialmente nunca apareció. Lo que sí está constatado es que en muchas vitrinas de las casas de esos osados buceadores, figuraban diferentes objetos del buque, como vajilla, cubertería, camafeos, faroles, etc. y también cuentan que se vieron en poder de los mismos, monedas de oro, tal como las que venían a bordo y se acuñaron en Madrid.
Este desgraciado accidente sirvió asimismo para avivar aún más si cabe, el famoso pleito insular (¡y de esto hace 130 años!), al ponerse en duda, según dicen, por parte de “la otra provincia”, la seguridad de la navegación en las aguas cercanas a las costas de Gran Canaria, mientras que también algún periódico extranjero y nacional, confundía a Tenerife en vez de Las Palmas, para indicar el lugar real del naufragio.
Cinco años después, en 1890, se celebró el juicio ante el Tribunal de Marina del Departamento de Cádiz y por Consejo de Guerra celebrado en San Fernando , siendo vista y fallada la causa instruida con motivo del mencionado naufragio, condenando al capitán Juan Herrera, a la pena de un año de suspensión en el mando de buques. Desconocemos si continuo en Trasatlántica, aunque sabiendo el cuidado y la excesiva obsesión que sus dirigentes imprimían por la seguridad de sus barcos, mucho nos tememos que no.
Y el 25 de noviembre del fatídico año 1885, nueve meses más tarde del hundimiento del trasatlántico español, fallece en el Palacio de El Pardo de Madrid, víctima de tuberculosis, el que fuera rey de España entre 1874 y 1885, Alfonso XII, a la temprana edad de 27 años, siendo enterrado en el Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial. Tuvo un reinado corto, como corta fue también la vida en el mar del esbelto vapor que tenía el honor de llevar su nombre.
Se casó dos veces: la primera, el 23 de enero de 1878 con su prima María de las Mercedes de Orleans y Borbón, sobrina de Isabel II y nieta del rey Luis Felipe de Francia, que murió de tifus seis meses después, a la edad de 17 años y fue la última reina cantada y alabada por los romances del pueblo. En segundas nupcias, el 29 de noviembre de 1879, lo hizo con María Cristina de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria, con la que tuvo tres hijos: las Infantas María de las Mercedes y María Teresa, y seis meses después de su muerte, nace su hijo Alfonso XIII, futuro rey de España.
Tres fueron los vapores de Trasatlántica que llevaron el nombre de “Alfonso XII”. El primero de ellos fue éste, cuya resumida historia se acaba de exponer y que sólo tuvo diez años de vida. El segundo se construyó en los astilleros Wigham Richardson and Co, de Newcastle-On-Tyne, Inglaterra y tenía un registro bruto de 5.206 toneladas, 3.418 toneladas netas y un desplazamiento de 8.400 toneladas.
Su botadura se produjo el 29 de marzo de 1888, siendo sus principales dimensiones: 123 metros de eslora; 15 de manga y 11 de puntal, complementando su sistema de propulsión a vapor, una máquina de triple expansión, con cuatro calderas dobles, unida a una hélice de cuatro palas que le proporcionaban una velocidad de 16 nudos. Tenía dos chimeneas y disponía de cuatro mástiles.
Su capacidad de pasajeros era de 1.725 y 155 tripulantes, pudiendo estibarse en sus carboneras hasta 1.120 toneladas de carbón. La compañía decide desde un principio incorporarlo a la línea Mediterráneo, Canarias, San Juan de Puerto Rico, Habana y Veracruz, comenzando a navegar en el mes de julio de 1.888. Sus viajes regulares transcurrieron los primeros años de su vida de mar, dentro de la mayor normalidad con resultados de explotación excelentes, pero los graves conflictos originados con motivo de las guerras coloniales, en especial durante los años 1895-1898, obligaron al buque a ponerse al servicio de tales acciones bélicas, transportando tropas y provisiones a las posesiones españolas de Ultramar.
En su último y fatídico viaje, el “Alfonso XII” (2º) salió de Cádiz el 16 de junio de 1898 con un cargamento de mil toneladas de víveres y pertrechos con destino a la Isla de Cuba, efectuando sin novedad la travesía del Atlántico. Ya en el mar de las Antillas, el capitán decide poner proa hacia Cienfuegos, pero a cinco millas de la bocana del puerto, divisaron cuatro buques enemigos que vigilaban la entrada.
El barco viró en redondo y a toda máquina logró perderlos de vista, dirigiéndose a La Habana navegando a lo largo de la costa hasta su llegada a la punta del Mangle, a nueve millas de la citada Habana, donde fue descubierto por otro buque enemigo que le hace un primer disparo. Seguidamente se une otro barco de guerra americano y sus cañonazos se entrecruzan sobre la arboladura de la nave española.
El barco varó a la entrada del canal, comenzando a arder desde que se iniciaron las primeras descargas. Dos días más tarde, otro buque enemigo disparó sobre la línea de flotación, ocasionando el hundimiento total. La fatalidad quiso asimismo que este Alfonso, se perdiera igual que el primero, con solo diez años de vida. Incoada la correspondiente información por la pérdida del buque, el capitán Francisco Moret y Martín fue absuelto con los conceptos más favorables, así como también a toda la oficialidad por sus pruebas de valor y disciplina en tan angustiosos momentos.
(*) Ex delegado de Compañía Trasatlántica Española en Canarias
Fotos: FEDAC y archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo