La empresa naviera española «A. López y Compañía», fundada en Cuba en 1850 y que más tarde pasaría a ser Trasatlántica, se traslada definitivamente a España en el año 1861, donde encuentra el campo adecuado para el desarrollo de sus actividades comerciales, obteniendo además del gobierno de la nación en pública subasta, la concesión oficial postal de los vapores correos de La Habana, haciendo frente a la competencia que en estos servicios hacían las compañías inglesas que hasta entonces tenían el monopolio marítimo de las Antillas españolas.
Establecido en Barcelona, centro comercial y financiero para las grandes empresas relacionadas con sus actividades marítimas, Antonio López, su fundador, pasa por una grave crisis que en algún momento le puso al borde de renunciar a sus empresas, y fue la pérdida de su hijo mayor Antonio cuando contaba veinticuatro años de edad y fiaba en él sus mejores esperanzas de continuidad. Pero ante las necesidades nacionales en un trance muy crítico y las graves complicaciones por las que atravesaba la política económica del país, decide sacrificarlo todo, anteponiendo los sentimientos de los servicios que le pedía la nación, al retiro que reclamaba su dolor.
Desde siempre fue profundamente católico y monárquico, siendo a partir de 1868 en que la revolución destrona a Isabel II y esta abdica en favor de su hijo Alfonso, cuando Antonio López se alista en las filas del movimiento monárquico, con ánimo de restaurar la dinastía en Alfonso XII. Pero tendrá que pasar un periodo triste y dramático de más de un lustro en la historia española, para que el jovencísimo Alfonso XII recupere en diciembre de 1874 el trono de España. Ese espacio de tiempo, abarcará los gobiernos de Amadeo de Saboya, como rey de España por dos años; la proclamación de la Primera República en febrero de 1873 en la que se nombraron cuatro presidentes en un solo año, además de la insurrección carlista que se desarrollaba en el país por esos tiempos y las graves revueltas en los territorios de ultramar.
Para atender el envío de tropas a Cuba como movilización militar urgente para pacificar la Isla, que en aquellos tiempos era un autentico polvorín, el gobierno de la nación, acude a Antonio López para que éste aplique sus recursos financieros en beneficio de España. Ante tales obligaciones, ofrece los barcos precisos para transportar a la isla caribeña a veinticinco mil soldados, al mando del general Martínez Campos y pone a disposición del estado, una importante cantidad de millones de pesetas, creando para ello el Banco Hispano Colonial. Fue entonces cuando ante las prudentes advertencias de sus amigos previsores, Antonio López pronunció las siguientes palabras que se pueden calificar de históricas: «Prefiero arruinarme por salvar a mi Patria, a presenciar la ruina de ésta sin haber hecho lo que esté en mi mano para evitarlo».
En 1877 se le adjudica a la compañía un nuevo contrato con el gobierno español para el servicio de la correspondencia pública a la América central y a las Colonias españolas en las Indias de Occidente, para cuyo servicio se requieren más vapores de hélice, motivos por los cuales la compañía empieza a adquirir un desarrollo inusitado, al aumentar entonces el número de barcos con mayor tonelaje. Y es aquí cuando apareció por primera vez el vapor «Alfonso XII», el más grande de la flota, bautizado con el nombre del monarca que en aquellos tiempos reinaba en España y que sería buque insignia de la marina mercante española y de la nueva Trasatlántica, nacida como consecuencia de la transformación de la naviera en Sociedad Anónima. En 1878, la guerra de Cuba, o de los diez años, terminó con una paz que aseguraba a la madre patria la posesión de la más preciada de sus colonias y es también cuando el rey confiere a Antonio López, el Collar de Carlos III y pocos meses después lo eleva al marquesado de Comillas.
En 1881, el rey Alfonso XII que siente una alta consideración hacia Antonio López, le hace saber que le agradaría pasar una temporada de verano en su casa de Comillas, a pesar de que el edificio no se encuentra aún terminado. Conmovido ante esta prueba de honor y benevolencia, sabe lo que esto significa, porque un monarca no pide hospitalidad sino a quien estima profundamente. Su único hijo varón y benjamín de la familia Claudio y su jovencísima esposa María, que posee una gran belleza y está llena de inteligencia y bondad, serán los que hagan los honores de la casa a los regios invitados, mientras don Antonio, algo cansado se retira con su esposa María Luisa a su residencia en Barcelona.
La estancia en Comillas de los reyes de España, se hará celebre y serán tanto los elogios al joven Claudio, como a aquel bellísimo rincón santanderino de Comillas, que el recuerdo aún perdura y que supuso la gran transformación de un pueblo hasta entonces desconocido para la mayor parte de España. En julio del siguiente año 1882, Alfonso XII repite su visita, en esta ocasión solo, aunque más tarde se unirán su madre Isabel II y las infantas Paz y Eulalia.
El 31 de octubre de 1881, Antonio López recibiría un mensaje con el sello real, en el que se le nombra Grande de España, con lo que se le eleva a las más altas cumbres de la nobleza en consideración «a sus méritos y a los relevantes servicios que ha prestado a la nación como armador». Un año y tres meses más tarde, el 16 de enero de 1883, fallece en Barcelona a la edad de 66 años y entre los numerosos telegramas de pésame recibidos, el joven Claudio López Bru, abrió uno que decía «Usted ha perdido un padre excelente, pero España ha perdido uno de los hombres que le han rendido los más altos servicios». Firmaba el telegrama «Alfonso, Rey».
Antonio López había nacido en la villa de Comillas el 12 de abril de 1817, culminando su obra al dejar una gran naviera, la más importante compañía de navegación española, que tantas páginas gloriosas había escrito en torno a las horas más críticas de la historia de España, rindiendo el máximo esfuerzo al servicio de la nación, transportando cerca de medio millón de hombres en 1.028 viajes y perdiendo seis buques a causa de las guerras coloniales.
(*) Ex delegado de Compañía Trasatlántica Española en Canarias
Fotos: Archivo de Manuel Marrero Álvarez y Mutari