Las relaciones entre la corporación local y el párroco en los primeros años de existencia del municipio de Fuencaliente de La Palma no siempre fueron cordiales. La gravedad de algunos hechos queda incluso reflejada en el Libro de Actas, como puede leerse en febrero de 1845, en que se expresa en los siguientes términos:
“Acordose igualmente que no pudiendo por más tiempo sufrir esta municipalidad y su vecindario los excesos cometidos y escándalos que está dando el Ve. Cura párroco de este pueblo, Dn. Domingo Aguilar y Cubas con el mal comportamiento con que se conduce en su vida pública y privada, se ocurra que represente al Iltmo. Sor. Obispo de esta Diócesis para que este digno prelado en vista de los hechos se digne corregirle”.
Todo lo contrario de lo expresado, a petición del interesado, el 25 de agosto de 1857:
“Se presentó una solicitud del Venerable párroco en la que pide al Ayuntamiento le informe acerca de su conducta con el pueblo como tal párroco y como vecino y la corporación acordó que como párroco, desde que llegó a esta iglesia, la que se hallaba con poco aseo, se propuso componerla y adornarla con el esmero que merecía la Casa de Dios, que saben es público que careciendo de ornamentos para solemnizar los actos religiosos, los ha buscado como igualmente imágenes que no las tenía esta parroquia, que es público que diferentes domingos del año y particularmente en la Cuaresma ha explicado el Evangelio reprehendiendo los vicios, inclinando a la virtud a sus feligreses y en esto no considera la municipalidad le exajera, sino es cumplir con un acto de justicia y de verdad en justa manifestación de gratitud para con su digno pastor”.
Sin embargo, al margen de ese tipo de tensiones, fueron varias las ocasiones en las que el gobierno municipal solicitó al cura ayuda divina para afrontar situaciones tan delicadas como la siguiente:
“… acordose oficiar al Venerable párroco para que se haga rogativa, quitando en procesión ordinaria á Nuestra Señora de los Dolores para ver si la Divina Providencia nos socorre con lluvia para que no se pierdan los sembrados”.[1]
La necesidad de contar con los servicios de un sacerdote también se pusieron de manifiesto, cuando, “en virtud de haber tiempo que se halla este pueblo sin párroco fijo, ocasionándose a este católico vecindario los perjuicios consiguientes, se acordó que el Sr. Presidente dirija al Iltmo. Sr. Obispo de la Diócesis, una razonada instancia suplicándole se digne proveer este Curato y elija un vecino para Mayordomo de Fábrica á fin de que atienda las necesidades del culto”.[2]
Quejas de ida y vuelta
Un hecho poco común alteró la vida cotidiana en Fuencaliente y las relaciones con el clero cuando, en la convocatoria plenaria del 13 de junio de 1902, el alcalde Antonio de Paz Armas informó a la corporación de que se había recibido una comunicación del obispo la Diócesis, Nicolás Rey Redondo, “referente á las quejas que por falta de agua, arrieros y recursos le había dado el cura de este pueblo D. Tomás Brito” y que “se vería precisado á marcharse al pueblo inmediato por no suministrarle estos vecinos el agua necesaria para sus necesidades domésticas”.
La reacción de la corporación fue inmediata y se acordó contestar al obispo adjuntándole la lista de los vecinos que “le han traído y traerán agua y de los que gratuitamente se la dan de sus algibes y facilitan bestias para el acarreto, cuya lista de veinte y cinco vecinos hasta hoy, con ciento sesenta y dos barriles de agua, justifica el buen proceder de la Alcaldía y la falta de caridad del párroco al quejarse á su superior sin necesidad indispensable, acordando el Ayuntamiento aprobar lo hecho por el Sr. Alcalde en este asunto”.
Sin embargo, según se desprende, el párroco no cesó en su actitud hostil y decidió marcharse de Fuencaliente sin previo aviso, de modo que el problema se fue acrecentando.
“A propuesta del Sr. Presidente, el Ayuntamiento acordó consignar en esta acta y por unanimidad su más sentida protesta por el extraño proceder del párroco-ecónomo D. Tomás Brito Rodríguez, que á pesar de los ofrecimientos de agua para su gasto personal hechos por la alcaldía y particulares sin tener obligación legal para hacerlo y de facilitarle bestias para el acarreto de la misma, sin aceptar la ofrecida ni dar así aún las debidas gracias, se ha despedido hoy de este vecindario para marcharse con su mueblaje y familia para la ciudad capital, dejando á este pueblo abandonado del servicio de los Santos Sacramentos y demás auxilios espirituales, cuando todo el pueblo merecía más consideraciones, ya que en este año se ha esforzado tanto para facilitar importantes donativos y peones para el ensanche y refuerzo de la iglesia parroquial, acordándose convocar al vecindario para pasado mañana á fin de autorizar una protesta que elevar al Excmo. Sr. Obispo de la Diócesis acerca de tan lamentable asunto y comisionar dos o tres individuos que la presenten á dicho Superior y pidan á nombre de este católico vecindario la reparación debida por los actos de soberbia realizados por dicho Sr. párroco, que contrastan con las pruebas de cordura dadas por el Ayuntamiento y vecinos que creyendo modificaría sus tendencias y carácter, no ha protestado hasta hoy, de haber suspendido motu propio la terminación del templo, cerrarlo al público, alusión en sermones, en las cuentas á la Junta Patriótica de reforma de las cantidades que se le han entregado é invertido en las obras, ni de lo que adeuda, y marcharse de este pueblo con el pretexto de que no le dan agua para su gasto personal, cuando se le han ofrecido ciento sesenta y dos barriles y bestias para el acarreto”. [3]
El asunto se complicó. El 12 de agosto se reunieron “autoridades y gran número de vecinos” y como se había acordado en la sesión plenaria anterior, se nombró a una comisión -que la formaron Pedro Pérez Díaz, juez suplente y Luciano Hernández Armas, secretario- que se desplazó a La Laguna para entrevistarse con el obispo de la Diócesis, a quien “se elevó una razonada instancia para conferenciar” sobre el delicado asunto.
Doce días después, el 24 de agosto, se reunió de nuevo el Ayuntamiento para dar cuenta de las gestiones realizadas por la comisión que había viajado a Tenerife y que regresó el día 19 “conduciendo una orden del Sr. Obispo para dicho cura, á fin de que desde luego se hiciera nuevamente cargo de la parroquia, practicase un balance de los ingresos y gastos de la fábrica de la iglesia y se procediese á su terminación en armonía con la Junta y que se mandasen á tocar las ánimas y oraciones con las campanas de la iglesia, según costumbre y que á pesar de haberle entregado dicha orden y puesto el agua en el algibe de la casa del Curato, según lo ofrecido por la comisión al Sr. Obispo, accediendo a los deseos del bondadoso prelado, aún el Sr. Cura no ha regresado á este pueblo y se acordó volver á oficiar á dicho Sr. Obispo sobre este abandono”.
Una semana después el pleno volvió a tratar el asunto. El obispo contestó que “por ahora nada puede decidir, puesto que el Sr. Cura, el propio día 24 le había escrito diciéndole que se ponía en marcha para este pueblo”. Y el día 31, como el cura no había aparecido, la corporación volvió a escribir de nuevo al obispo “acerca de dicho abandono que tan disgustado trae á este católico vecindario”.
El 7 de septiembre se supo que el obispo había reiterado sus órdenes al sacerdote para que se reincorporara a su destino en Fuencaliente “y se acordó dar gracias al dignísimo prelado por su justa resolución”.
Recuperada la normalidad que siempre debió existir, pasaron los años sin que se advierta -al menos en los libros de actas- queja o malestar alguno entre unos y otros.
En agosto de 1920 la corporación municipal se dirige en “atenta súplica” al gobernador civil “para que influya” ante el obispo de la Diócesis “á fin de que nombre párroco que se haga cargo de esta parroquia, pues el encargado D. Agustín F. de la Guerra hace más de catorce días se halla ausente en Tazacorte teniendo estos católicos habitantes en completo abandono con desprestigio de la Religión”.[4]
Notas:
[1] AMFP. Acta del 1 de marzo de 1854.
[2] AMFP. Acta del 26 de noviembre de 1882.
[3] AMFP. Acta del 10 de agosto de 1902.
[4] AMFP. Acta del 5 de agosto de 1920.
Bibliografía:
Díaz Lorenzo, Juan Carlos (1994). Fuencaliente. Historia y tradición. pp. 205-207. Cabildo Insular de La Palma. Ayuntamiento de Fuencaliente de La Palma. Madrid.