Cada primer domingo del mes de octubre, peregrinos llegados de todos los puntos de La Gomera y gomeros de la diáspora, se acercan a la ermita de Puntallana para “cumplir” con la Virgen de Guadalupe, patrona de la Isla, que también lo es de Guadalupe (Cáceres) y de Méjico. Llegan a Puntallana por tierra y por mar a bordo de pequeñas embarcaciones de pesca o de recreo al pequeño embarcadero. En el pasado, a los que iban por mar los trasladaban los pescadores de la villa en sus botes de pesca artesanales, que eran el único medio existente. Actualmente el corto trayecto de dos millas desde San Sebastián se hace en embarcaciones de todo tipo, deportivas y de pesca.
A partir de su incorporación en julio de 1974, el ferry “Benchijigua” era algo más que un barco para los gomeros, el “ferre” como le llamaban, porque era el único existente y el primer car-ferry que navegó en Canarias, que redimió a la Isla de su secular aislamiento y supuso para La Gomera el arranque, el punto de inflexión para su actual desarrollo y por ello se puede hablar de La Gomera antes y después del ferry.
El pequeño «Benchijigua» era considerado entonces por los gomeros como “su ferry”, pues no se creían que se pudiesen trasladar a Tenerife con aquellas desconocidas comodidades. El ferry entró a formar parte del patrimonio de La Gomera, trascendió al folclore local e incluso le dedicaban “pies de romance” en las fiestas, como aquél que dice:
¡Viva el “ferre” de La Gomera y el capitán que lo guía! . Y que se repetía con cada cuarteta acompañado de chácaras y tambores.
El primer barco de línea que se acercó a Puntallana para saludar a la Virgen de Guadalupe fue el primer «Benchijigua», el primer domingo de octubre de 1975, estando bajo el mando del capitán Tomás González Sánchez Araña (1941-2012), que lo había asumido dos meses después de su puesta en servicio, en 1974 y en el que permanecí por espacio de tres años.
Aquel domingo de 1975 “el ferre” salía del puerto de San Sebastián de la Gomera a las once en punto de la mañana en su viaje regular a Los Cristianos (Tenerife), pero su capitán se desvió unas dos millas a barlovento para pasar cerca de Puntallana. El pequeño «Benchijigua», que iba empavesado con todas las banderas del Código Internacional de Señales, al estar muy cerca de Puntallana emitió las pitadas de saludo reglamentarias. Después de haber “cumplido” con la Virgen de Guadalupe, el ferry enmendó su rumbo a estribor poniendo proa hacia Los Cristianos y a este nuevo rumbo, con la mar y el viento por la aleta de babor.
El saludo del barco a la Virgen de Guadalupe fue contestado desde tierra con una ristra de voladores o “foguetes”, como agradecimiento de los peregrinos gomeros por el insólito detalle del Benchijigua. No obstante navegar estas dos millas extra, el ferry «Benchijigua» rindió viaje en Los Cristianos a la misma hora de siempre, sobre las 12,30 h, llegó en el horario previsto, no hubo ningún retraso y el viaje resultó incluso más cómodo para el pasaje y más entretenido.
La iniciativa del capitán González Sánchez-Araña de acercarse a Puntallana tuvo una repercusión inmediata. El mismo día recibió una llamada del contralmirante Leopoldo Boado, presidente de Ferry Gomera, advirtiéndole de que se abstuviese de desviarse de la ruta sin permiso expreso de la naviera, aunque al día siguiente recibió otra llamada de don Leopoldo, esta vez a contraorden, después de que hubiera recibido la felicitación de las autoridades de La Gomera, autorizándole a acercarse en el futuro con el barco a Puntallana el día de la Virgen de Guadalupe, aunque con el permiso de la compañía.
Al contralmirante Boado se le explicó que en aquella ocasión el capitán había seguido la derrota que hacían las antiguas embarcaciones menores como la falúa de Ramón Padilla y el armador Juan Padrón Saavedra con el buque Águila de Oro, que transportaban pasajeros y carga entre La Gomera y el Sur de Tenerife. Estas pequeñas embarcaciones, con vientos y mar del nordeste, cuando salían de San Sebastián no ponían el rumbo directo a Los Cristianos, sino que ponían proa a Alcalá o más al Norte, al objeto de “ganar barlovento”, y millas después arrumbaban hacia Los Cristianos. Navegaban unas millas de más, pero era mucho mejor esta derrota para la navegación del barco, que lo hacía con el viento por la aleta, se movía menos para comodidad del pasaje, se gastaba menos combustible y se llegaba a la misma hora que haciendo un rumbo directo.
Foto: archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo