[Artículo publicado en el Programa Oficial de la Bajada de la Virgen 2010]
Nuestra Señora de Las Nieves abraza, un lustro más, la devoción de sus hijos en la hora emotiva del reencuentro de una nueva Bajada, la segunda del tercer milenio. Santa Cruz de La Palma, histórica ciudad marinera que nace y se abriga al resguardo del risco de La Concepción, se convierte en el escenario de la fiesta más importante de la Isla, reflejo del buen y bien hacer de un pueblo noble que ha sabido conjugar en feliz armonía acontecimientos religiosos, sociales y culturales, contribuyendo así a modelar su personalidad y el carácter insular.
El patronazgo de Nuestra Señora de las Nieves sobre el pueblo palmero es un hecho consustancial con la fe latente, que se expresa en la veneración y la admiración hacia su Patrona. El respeto, el cariño y el acendrado amor en torno a la efigie mariana genera sentimientos sin límites en cuantos corazones hacen brotar su humilde tributo a los pies de la Señora. A Ella han acudido los palmeros, siempre, como protección divina e invocación frente a las calamidades provocadas por la naturaleza, destacando su preferencia, sin duda, sobre cualquier otra advocación, aún en el aprecio incuestionable al arcángel San Miguel, copatrono de la Isla; y otras veneradas imágenes, como Nuestra Señora de Los Remedios, de Las Angustias, de Montserrat, del Rosario y del Socorro, por citar sólo algunas.
La Fiesta de todas las fiestas de La Palma tiene su origen en el último tercio del siglo xvii, arraigada en la creencia del favor intercesor de Nuestra Señora de Las Nieves y en el profundo fervor religioso que generaciones de palmeros le han profesado a través de los tiempos. Relata el licenciado Juan Pinto de Guisla, beneficiado de El Salvador y visitador eclesiástico, que en el año de 1676, La Palma sufría el invierno más seco de la década, lo que provocó una situación que había llevado el hambre, la desolación y la muerte a los habitantes de la capital y de los campos de la isla. Dicha penuria coincidió con la segunda visita pastoral del obispo de Canarias, Bartolomé García Ximénez[1], quien fue informado por los regidores y por los sacerdotes Melchor Brier y Monteverde y Juan Pinto de Guisla[2], “de la especial devoción que hay en esta isla con la Santa Imagen de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de toda ella, de cuyo patrocinio se vale en todas sus necesidades”, por lo que dispuso que se trajese a la iglesia parroquial de El Salvador, “para que, colocada en ella, en trono decente”, se celebrase la octava “con mayor solemnidad y asistencia del pueblo”, disponiendo el obispo que el ciclo lustral comenzase en 1680 “y de allí en adelante”[3].
La Bajada nació siguiendo el pensamiento y la creatividad del espíritu barroco, razón por la cual el trasfondo mariano explica también la profusión de loas sacramentales, carros alegóricos y otras representaciones de índole religiosa que nutren su imaginario simbólico, rico en matices y sustancias destinadas a la alabanza de Nuestra Señora. Y en torno a Ella y su celebración lustral se forjó, además, una consolidada tradición literaria y teatral nacida al amparo de las fiestas del Corpus Christi, “fiesta central del catolicismo, la que alcanza mayor brillantez”[4].
Desde entonces lo ha hecho ininterrumpidamente hasta nuestros días, aunque, en el recuento histórico de los últimos tres siglos, la venerada imagen de la Patrona palmera ha sido trasladada en varias ocasiones a la capital insular en rogativas y celebraciones especiales y siempre con el mismo motivo. Ante las adversidades y las calamidades, los caminos de La Palma se llenaron de peregrinos que acudían al pequeño santuario para pedir la intercesión de la Virgen ante las furias desatadas de la naturaleza, tanto en sequías prolongadas como en erupciones volcánicas, incendios, plagas, enfermedades, tempestades…
Volcán de Martín (1646)
En el año de 1646, La Palma vivió la sobrecogedora experiencia de una nueva erupción[5], que se produjo 61 años después del volcán de Tihuya (1585) y afectó directamente a los pagos de Tigalate y Fuencaliente, sobre los que extendió un manto de destrucción salido de las entrañas de la tierra. Núñez de la Peña refiere que, habiéndose llevado con este motivo la imagen de Nuestra Señora de Las Nieves en rogativa desde su santuario hasta la iglesia de El Salvador, amaneció al día siguiente la cima cubierta de nieve y se extinguió la actividad eruptiva:
“En el año de 1646, por el mes de noviembre, rebentó un bolcán en la isla de La Palma, con tan grandes terremotos, temblores de tierra y truenos, que se oyeron en todas las islas; despedía de sí un arroyo de fuego y açufre, que salió al mar. Los vezinos de la ciudad truxeron a ella en procesión a Nuestra Señora de Las Nieves; imagen muy milagrosa; y al otro día, caso admirable, amaneció el bolcán cubierto de nieue, con que cessó, auviendo durado algunos días”[6].

En el diario de notas locales del capitán Andrés de Valcárcel y Lugo, natural de Santa Cruz de La Palma, ciudad natal en la que transcurrió la mayor parte de su vida, se encuentran referencias concretas a esta erupción volcánica por haber sido su autor testigo presencial de la misma. Bajo el título Cosas notables, expone, entre otras cosas, lo siguiente:
“Hubo muchos temblores de tierra en todos estos días y los edificios parecía venían al suelo, con que todos estábamos temerosos y nos recogimos algunas noches en los bajos de las casas y algunos estando en los patios; y una noche fueron tantos y tan grandes, que todos los habitantes de esta isla se fueron a las Iglesias, y a media noche se hizo una solemne procesión con Ntra. Señora de las Nieves, que estaba en la Parroquial de esta ciudad, y se trajo a ella en esta ocasión para que nos favoreciese en ella, y todos iban en ella con la mayor devoción que se puede ponderar y algunos llorando y todos temiendo el castigo de Dios”.
“El no haberse caído los edificios y sucedido con estos lamentables sucesos, lo atribuimos a la intercesión de tan buena medianera como la Virgen de las Nieves […]”.
“Hizo muchos daños en las tierras por donde corrió […] y duró este volcán con sus arroyos, temblores y ruidos hasta el 21 de Diciembre; y fue cosa pública y notoria que la Gloriosísima Señora de las Nieves, Nuestra Señora, con su rocío favorable, nevó en el volcán; y en esta isla hubo un rocío pequeño, que tanto como esto puede la Reina de los Ángeles Nuestra Señora con su Benditísimo Hijo Nuestro Redentor Jesucristo. En esta ocasión estaban todos los vecinos desta isla tan devotos y frecuentadores de los Templos, que no salían de ellos”[7].
Nuestra Señora de Las Nieves permaneció en el templo de El Salvador desde el 22 de junio de 1646 hasta el 9 de enero de 1647, en la que posiblemente haya sido una de sus estadías más largas en la ciudad. La cera gastada durante todo ese tiempo se elevó a 50 reales, cantidad que fue abonada por el doctor Francisco Fernández Franco, racionero de la catedral de Santa Ana[8].
En otro documento posterior, referido a la erupción del volcán de San Antonio, adscrito al visitador Juan Pinto de Guisla[9], se constata que:
“Ha padecido esta isla diversas veces la calamidad de estos volcanes, en la parte que mira al sur, o mediodía, como se reconoce por la tierra quemada reducida a riscos que llaman ‘mal país’, en que convierte la materia que arroja de sí, y aún está muy viva la memoria del último que reventó por principio del mes de Octubre del año 1646, que duró hasta 18 de Diciembre del mismo año, en que se celebra la fiesta de la Expectación de Ntra. Señora, día en que amaneció de nieve la boca del volcán, con universal aclamación de milagro de Ntra. Señora de las Nieves, cuya Santa Imagen se venera como Patrona de esta isla y a cuyo patrocinio se recurre en sus mayores aflicciones y necesidades, como se recurrió en aquélla trayéndola a la Parroquia de esta ciudad, donde estaba colocada cuando cesó el volcán, y se cubrió de nieve” [10].
Desde entonces, las erupciones volcánicas y la venerada imagen de Nuestra Señora de Las Nieves mantienen una estrecha relación histórica, social, cultural y espiritual. En recuerdo de tales prodigios existen en el Real Santuario dos cuadros, en los que su autor quiso parangonar los hechos milagrosos de la nieve atribuidos a la intercesión de la Virgen: el del Monte Esquilino, en Roma y el del volcán de 1646, en La Palma.
En uno de ellos aparece la siguiente inscripción:
«Consolatrix Aflictorum / a tu presencia nevado / el Mongibelo palmense / zelos le dio al Esquilino, / nuevas glorias a Tu Nieve».
Asimismo, resulta interesante el testimonio de fray Diego Henríquez, escrito en 1714:
“… acordó luego la ciudad se tárese la sagrada protectora como en tales ocasiones se hazía. Tráxose con la solemnidad y devoción que siempre y prosiguiendo las devotas suplicaciones y fervorosos ruegos a esta milagrosa señora de Las Nieves, fue tan copiosa la que mandó sobre el bolcán que lo extinguió su abundancia totalmente, sin dexar viva sentella de aquel voraz elemento, cediendo por entonces su furiosa sobervia a la mansedumbre de los nevados copos. Hizo más admirable el prodigio aver sido la brecha que abrió aquel horrendo fuego en parte en que nunca antes avía caido nieve, ni después se ha visto caer en aquel sitio, para que lo raro desta circunstancia hiciese a todos visible lo singular del beneficio”[11].
Volcán de Fuencaliente (1677)
En el siglo xvii se produjo una segunda erupción, la del volcán de Fuencaliente[12]. El extraordinario cráter volcánico de San Antonio, tradicionalmente asociado a ésta, como se ha recogido en la bibliografía histórica, corresponde —según los estudios geológicos recientes y el análisis y la reinterpretación de los relatos de la época— a un aparato volcánico preexistente, relacionado con algún episodio eruptivo de varios miles de años de antigüedad[13].
La erupción del volcán de Fuencaliente, además de sepultar el manantial de aguas termales de la Fuente Santa, causó daños de cierta importancia, según explicitan las crónicas de la época, provocando, debido a los continuos movimientos sísmicos, el desplome de la espadaña de la iglesia de San Antonio Abad, así como la desaparición de un grupo de casas, algunas de las cuales se encontraban en las proximidades del Roque Teneguía y acabaron sepultadas por las cenizas y las escorias vomitadas por el volcán[14].
De los documentos consultados, uno de especial interés es la versión que ofrece Juan Pinto de Guisla, testigo presencial del singular acontecimiento, compilada por el cronista palmero Juan Bautista Lorenzo Rodríguez a finales del siglo XIX. Al final de la citada crónica, se dice lo siguiente:
“Los temblores de tierra se han continuado sintiéndose en la ciudad y causando mucho temor; y en particular se sintió uno mayor que los ordinarios el domingo 9 de Enero a las 5 de la mañana con que se atemorizó el pueblo, de manera que mucha parte con el Clero se juntó a aquella hora en la Parroquia donde está Ntra. Señora de Las Nieves, a implorar su Patrocinio; y este día se puso patente el Santísimo Sacramento y se hizo procesión general con mucha devoción, que se remató con una plática que estaba prevenida después de otras que habían precedido los días anteriores, y tocó al Padre Fray Lucas Milán, Lector de Arte, en el convento de San Francisco de esta ciudad, con la cual, así por el espíritu del Predicador como por lo adecuado del asunto que eligió y disposición de los ánimos atemorizados con el temblor de tierra, conmovió al pueblo a muchas lágrimas”.


“Está el volcán en su fuerza sin disminución, y de todas las bocas que abrieron sólo permanecen la principal de sobre la montaña, por donde salen llamas, humo, piedras y arena, y las tres que están a la subida, que son las que brotan la materia flúida que ha cubierto y cerrado las demás bocas corriendo sobre ellas continuamente, los temblores de tierra y con ello las tribulaciones de los habitadores de esta isla que con continuas súplicas, imploran la Piedad Divina por medio de María Santísima Nuestra Señora, cuya Santa Imagen de las Nieves queda en esta ciudad en el Convento de Religiosas Claras, de donde se volverá a la Parroquia continuándose las rogativas hasta que Nuestro Señor se acuerde de usar con nosotros de misericordia, librándonos de esta tribulación”[15].
Otro conjunto documental interesante corresponde a las cartas escritas por el licenciado Melchor Brier de Monteverde, vicario del obispo, fechadas los días 22 y 30 de noviembre y 10 de diciembre de 1677, respectivamente. En la segunda de ellas, Melchor Brier anota:
“Dicho D. Antonio [Pinto, alguacil mayor] dio aviso de cómo había cesado a Dios gracias el volcán dejando de correr los tres ríos de fuego, y desde el día 22 siguiente Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de aquella isla, siendo digno de notar que el mismo día 21 dijo el Sr. Obispo misa en Nuestra Señora de Candelaria […] aplicada por esta intención y remedio para este volcán, y parece que desde el cielo está manifestando Nuestra Señora el que para veneración de este prodigioso santuario de Candelaria, y no es menos circunstancia la del día 21, que dedica la Iglesia a la gloriosa virgen y mártir Santa Inés, cuyos méritos apagaron la hoguera de fuego que estaba encendida para su martirio”[16].
Volcán de El Charco (1712)
Habían transcurrido casi 35 años desde el volcán de Fuencaliente cuando se produjo una nueva erupción, en octubre de 1712, la del volcán de El Charco[17], una de las menos conocidas en la historia volcánica de La Palma. La actividad telúrica incendia los pinares y las lavas se derraman en acusada pendiente por la vertiente occidental de la isla. Y, de nuevo, el volcán estremece la conciencia de los palmeros, que acuden a implorar la protección de Nuestra Señora de Las Nieves. El testimonio de fray Diego Henríquez detalla la invocación:
“… recurrió apresurada a su valerosa protectora para que, con el poder e irrefragable virtud de sus nieves, matara segunda vez tanto incendio y les librara de tan cruel enemigo. Traxeron a la santa imagen a la ciudad con la devoción y fervor acostumbrado, claro es que en esta ocasión fue mayor, quando mayor el conflicto y más a la vista del peligro. Hiziéronle solemnísimas rogativas, celebrárosle generales procesiones, ofreciéronle repetidos clamores, consagrárosle aventajados cultos, manifestárosle sus cordiales y crecidas ancias, pusiéronle como asylo tan valiente a la vista del adversario y no tardó la poderosa reyna en mostrar su imperio sobre todo lo criado. Obedeció el fuego a esta superior virtud, abatieron su sobervia las empinadas y arrogantes llamas, temploce el viento, expeliose de los corazones el susto, y aumentó en todos la fe de su benigno amparo, con que creció en ellos la obligación a más subidos cultos, más continuas veneraciones y más exacto conocimiento de su deuda”[18].

Conviene llamar la atención, asimismo, sobre el testimonio del regidor decano y alcalde mayor de la isla, Juan de Guisla y Pinto, y del regidor Juan Ignacio Fierro, quienes, hallándose en la sala capitular del Concejo de La Palma, manifestaron:
“Que por cuando el día nueve del corriente reventó un Volcán de fuego en la cumbre dentro de la hacienda de Doña Ana Teresa Massieu y Veles, donde llaman ‘El Charco’, y se necesita por los grandes daños que amenaza tanto comunes como particulares implorar el auxilio divino para que usando de sus misericordias experimentemos en tan horrorosa ruina sus piedades. Se acordó; se dé noticia al Ve. Vicario, Beneficiados y Prelados de las Religiones y Religiosas para que con duplicadas rogativas suspendan la ira divina; y si no bastare esto, se haga procesión general con María Santísima de los Dolores, pasando después, si fuere preciso, á traer a Nuestra Señora de las Nieves, como nuestra Patrona, y en quien en otras ocasiones como en la presente, se han experimentado sus piedades”[19].
Volcán de San Juan (1949)
Desde octubre de 1712, en que se produjo la erupción del volcán de El Charco y hasta junio de 1949, habían transcurrido casi 237 años de aparente tranquilidad en la historia volcánica de La Palma. Fue un periodo muy largo en comparación con los intermedios de las cuatro erupciones anteriores, en las que mediaron 61 años entre los volcanes de Tihuya y Martín; 31 años entre éste y el de Fuencaliente; y otros 35 años respecto al volcán de El Charco.
La erupción del volcán de San Juan[20], la primera de las registradas en la isla de La Palma en el siglo xx, fue motivo, una vez más, para que el pueblo palmero acudiera a Nuestra Señora de Las Nieves en busca de auxilio espiritual ante las furias desatadas de la naturaleza o, como decía la prensa decana, «para por su mediación pedir al Todopoderoso apagar las iras del volcán»[21].
El 24 de julio de 1949, domingo en el calendario, cuando se cumplía un mes del comienzo de la erupción, la Patrona palmera salió bien temprano en procesión desde su santuario camino de Breña Alta. Al llegar a la ermita de la Concepción, se ofició una misa y, a continuación, prosiguió la comitiva hasta la parroquia de San Pedro, donde, antes de entrar, la venerada imagen dio vista al volcán y se ofició de nuevo la liturgia.

Al día siguiente, a media tarde, la venerada imagen salió de la parroquia —desde la que se distinguían las luminarias de la erupción del volcán en la cumbre— hasta la iglesia de El Salvador, en Santa Cruz de La Palma, «seguida de una multitud inmensa, que con el mayor recogimiento decía sus oraciones, uniéndose a la suntuosa manifestación de los numerosos vecinos del trayecto que querían unir sus preces»[22].
El cortejo estaba presidido por los alcaldes de Breña Alta, Martín Cabrera Monterrey, y de Santa Cruz de La Palma, Rafael Álvarez Melo, así como por el clero de las dos parroquias y el arcipreste del distrito, Luis Vandewalle Carballo. A las nueve de la noche, la venerada imagen entró en la iglesia de El Salvador, donde fue recibida en medio de un gran fervor y, a continuación, se oficiaron solemnes cultos, iniciándose un novenario de rogativa.
«Los fieles de La Palma —dice la crónica de Diario de Avisos— se aprestan a asistir devotamente a estos piadosos actos para por mediación de su Santísima Madre impetre del Altísimo que apague la gran hoguera en que hoy arden las tierras de La Palma, sumiendo en el dolor y la miseria a numerosos vecinos hermanos nuestros»[23].
El 26 de julio, al día siguiente de encontrarse Nuestra Señora de Las Nieves en la capital palmera, la actividad del volcán decreció considerablemente. Presente en la memoria colectiva sigue hallándose el hecho de que la lava se hubiese detenido a escasos metros de la ermita de Las Manchas, cuya desaparición parecía inminente.
La promesa del sacerdote Blas Santos Pérez, conocido más tarde como el párroco del volcán, de levantar un monumento a Nuestra Señora de Fátima, allí donde la lava arrolladora se había detenido, añadía mayor emoción al fervor religioso. En los días posteriores y a excepción del día 30 —en que se produjo una reactivación del cráter de Hoyo Negro que provocó el derrame de lava por el flanco oriental—, en el municipio de Mazo, la erupción cesó en su furia. ¿Milagro? La devoción insular así lo creyó.
El 5 de agosto del citado año, la imagen de Nuestra Señora de Las Nieves, «con la fe, nunca desmentida, y el amor, no menos demostrado, en el transcurso de todas las generaciones» —en el emotivo decir de Alberto José Fernández García—, inició el viaje de regreso a su santuario y, en 1950, año lustral, volvió de nuevo a la capital insular en su tradicional Bajada.


En el siglo XX hubo una segunda erupción volcánica en la isla de La Palma. En octubre de 1971 reventó el Teneguía [24], localizado en el término municipal de Fuencaliente. Habían transcurrido apenas 22 años desde la anterior (el volcán de San Juan). En esta ocasión, no hubo procesión de rogativa de Nuestra Señora de Las Nieves a la capital insular, pero a los pies de la venerada imagen acudieron muchos devotos, vecinos del pueblo afectado por la furia desatada de la naturaleza —convertida en singular espectáculo— para implorar su protección y el cese de la tribulación que en algún momento puso sus vidas en jaque.
Las plegarias permanecen en el corazón y en la memoria anónima de quienes mantienen inquebrantables sus creencias —transmitidas de padres a hijos, de generación en generación y siempre— en la admirada y rendida devoción a la Madre amada, la bella Morenita que habita en su santuario del monte y en el corazón de todos los palmeros.
Bibliografía
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Notas
[1] El prelado García Ximénez (1618-1690), de origen sevillano, había sido promovido a la Silla de Canarias en mayo de 1665 por el Papa Alejandro vii y visitó La Palma por primera vez en 1666, volviendo a finales de 1675.
[2] Considerada, sin duda, como una de las personalidades más relevantes de La Palma del Seiscientos, Juan Pinto de Guisla (1631-1695), clérigo presbítero, estudió en la Universidad de Salamanca, donde se licenció en Derecho civil y eclesiástico. Fue notario ordinario, consultor y calificador del Santo Oficio y beneficiado de la parroquia matriz de El Salvador (1656). Nombrado visitador general de La Palma por el obispo García Ximénez, realizó una loable tarea en la recopilación de datos y citas históricas de la isla, evitando con ello su pérdida.
[3] Lorenzo Rodríguez (1975-2000), v. i, pp. 12 y ss.
[4] Martín Rodríguez, (1995), p. 111.
[5] El cráter está localizado a 1.808 m de altitud sobre el nivel del mar, en el extremo sur del edificio volcánico de Cumbre Vieja y a unos dos kilómetros de la montaña de El Cabrito. La erupción comenzó el 2 de octubre de 1646 y cesó el 18 de diciembre del mismo año. Derramó sus lavas en la vertiente oriental de la isla, en una zona de pronunciada pendiente, y cubrió un gran espacio hasta alcanzar el mar, entre los límites de Mazo y Fuencaliente, estimado en unos 7.600.000 m3.
[6] Núñez de la Peña (2006).
[7] Testimonio recogido por Martel San Gil (1960), pp. 9-10, aunque no cita su procedencia.
[8] Martel San Gil (1960).
[9] Lorenzo Rodríguez (1975-2000), v. i, pp. 242-244.
[10] Idem.
[11] Pérez Morera (2005), p. 108.
[12] Un equipo de científicos españoles, británicos y franceses, entre los que figura el director de Vulcanología del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiológicos de Canarias, el profesor Juan Carlos Carracedo, llegó a la conclusión, durante un estudio realizado entre 1993 y 1996 sobre la dorsal de Cumbre Vieja, que el cono volcánico de San Antonio presenta fases eruptivas de energía relativamente elevadas. Este importante descubrimiento científico, constatado a través de dataciones radiométricas realizadas por el método del Carbono 14 y potasio argo, introdujo un cambio significativo en la historia vulcanológica de La Palma. Dicho estudio fue publicado en laRevista de Estudios Geológicos [Madrid, 1996] y presentado a la comunidad científica en el Congreso Internacional de Vulcanología celebrado en septiembre de 1997 en Puerto Naos (Los Llanos de Aridane) y en otro encuentro posterior celebrado en México.
[13] Otros datos que avalan el error histórico sobre el volcán de San Antonio figuran en un informe del ingeniero L. Torriani de 1585 —coincidiendo con la erupción del volcán de Tihuya—, en el que traza un rudimentario mapa volcanológico y aparece el cono volcánico de San Antonio. Además, la presencia de lavas en lo alto del caserío de La Fajana, en Fuencaliente, datadas en unos 3.500 años de antigüedad, bordean también la base del edificio volcánico de San Antonio, lo que viene a ratificar que ya se encontraba allí mucho antes de 1677.
[14] El volcán estuvo en actividad durante 66 días, desde el 17 de noviembre de 1677 hasta el 21 de enero de 1678, en que sepultó la renombrada Fuente Santa. En comparación con las erupciones de 1585 y 1646, el aporte documental resulta más reducido. Contemporáneo a la erupción sólo existe un manuscrito, cuyo paradero se desconoce, del que existen varias transcripciones completamente distintas, aunque el autor del que se afirma recoger los datos es siempre el sacerdote Juan Pinto de Guisla.
[15] Lorenzo Rodríguez (1975-2000), v. i, pp. 242-244.
[16] Anaya Hernández, Fajardo Spínola (1993), pp. 52-57.
[17] La erupción del volcán de El Charco tuvo un período activo de 56 días, entre el 9 de octubre y el 3 de diciembre de 1712. Los primeros síntomas se produjeron el 4 de octubre y el día anterior a la apertura de la fractura eruptiva vino acompañado de emisión de gases. Los focos están localizados en Cumbre Vieja, a 1.700 metros de altitud y a unos 2,5 kilómetros al noroeste del volcán de Martín (1646); derrama sus coladas hacia la vertiente occidental, atravesadas en la actualidad por la carretera general del sur.
[18] Pérez Morera (2005), p. 108.
[19] Lorenzo Rodríguez (1975-2000), v. ii. Apostilla el cronista palmero lo siguiente: «aquí dejaron en suspenso la relación de este volcán, y aún cuando tuvieron cuidado de dejar blanco bastante para continuarla, no lo hicieron; privándonos á nosotros de más amplias noticias sobre esta catástrofe».
[20] Precedida por varios días de intensos movimientos sísmicos, la erupción comenzó en la mañana del 24 de junio de 1949, onomástica de San Juan, de ahí el hagiónimo utilizado, aunque también se emplearon los nombres de Nambroque, Las Manchas y El Duraznero. El 8 de julio comenzó la emisión de lava por la fractura de Llano del Banco, sobre el barrio de Las Manchas. El 27 de julio cesó toda actividad y entró en fase de fumarolas; pero, al amanecer del día 30 del citado mes, se produjo una reactivación del cráter de Hoyo Negro, propiciando el vertido de lava líquida por la pendiente oriental, que corrió a gran velocidad por el barranco de La Jurada, situado entre los pagos de Tirimaga y Tigalate (Mazo) y cortó la carretera general a la altura del km 17; ello provocó el aislamiento total del municipio de Fuencaliente. A última hora de la tarde, la lava se tornó lenta y viscosa, y comenzó a solidificarse a unos 300 m antes de llegar al mar.
[21] Diario de Avisos (Santa Cruz de La Palma, 9 de julio de 1949).
[22] Idem.
[23] Idem.
[24]Los primeros síntomas fueron detectados por la Estación Hidrofónica de la Universidad de Columbia (EE.UU.) ubicada en Puerto Naos (Los Llanos de Aridane), en servicio desde 1965. Varios días antes de percibirse los primeros temblores que anunciaban el nacimiento del nuevo volcán, el personal de la base americana —como así la llamaba la gente de la isla— captó unos extraños ruidos subterráneos, cuyos registros fueron enviados por vía urgente a la Base de Torrejón de Ardoz y, después, al Centro de Evaluación situado en EE.UU. La erupción del volcán Teneguía comenzó el 26 de octubre de 1971 y alcanzó una duración de 24 días. El cese de la actividad se produjo el 18 de noviembre y a partir de entonces entró en fase de fumarolas.
Fotos: Archivos de José Guillermo Rodríguez Escudero, Fernando Rodríguez Sánchez y Juan Carlos Díaz Lorenzo
(*) Licenciado en Historia del Arte (Universidad de Santiago de Compostela). Máster Universitario en Ciencias de la Comunicación (Universidad de La Laguna).