Fue a bordo del buque “Río Asón” donde conocí a quien años después sería el capitán Nazario Martínez Martínez, fallecido recientemente. Había embarcado como alumno de puente en prácticas, que entonces se le decía agregado. Dio uno o dos viajes al Golfo de Guinea, como mucho. En Nigeria las estancias eran largas, sobre todo en Lagos, donde había una congestión terrorífica de barcos fondeados y los días en puerto no cuentan para los alumnos de puente.
El principal puerto de Nigeria es Lagos, situado en una gran laguna abierta al mar, y además de ser un gran puerto, es uno de los más importantes de África. Los puertos del delta del río Niger son Koko, Sapele y Warri, situados al oeste del Níger en el Delta State. Al Este, en el Rivers State y en el río Bonny está Port Harcourt, capital de dicho estado. Estos cinco puertos los conocí personalmente.
La anécdota que narro aquí es corta, pero pudo haber sido fatal. Sucedió en el puerto de Koko, situado en el río Benin, que forma parte de un laberinto de canales interconectados con los ríos Forcados, Warri y alguno más y están vinculados al río Escravos, tributario del río Niger. Escravos era una zona donde se raptaban a los nativos para llevarlos a los mercados de América.
Una vez atracados se nos acercaron por la popa unos cuantos cayucos para pedir cualquier cosa, también comida. Al cocinero le dije que la comida que sobraba la pasara sobre todo a los niños y a las mujeres con niños muy pequeños, bebés, incapaces de manejar un cayuco. Todos los días a la misma hora estaban allí.
Posteriormente a nosotros llegó un barco belga que lo fondearon a mitad del río. Cuando bajaron a tierra vinieron a visitarnos, nos tomamos unas cervezas y estuvimos hablando un rato sobre el puerto, el río y todo lo que nos llamaba la atención. Nos invitó a ir a su barco y aceptamos. A todo esto, Braulio, el jefe de máquinas, quería llevarse un cayuco de recuerdo y mandó que le hicieran uno.
Las relaciones con los belgas eran cordiales a pesar del duque de Alba, y pasados unos días nos invitaron a una fiesta que daban en su barco. Lógicamente, aceptamos. Quedaron en mandarnos la panga que tenían ellos para los desplazamientos a tierra y para hacer esquí acuático, y al atardecer vinieron a recogernos. Íbamos el jefe de máquinas, Braulio Jiménez de Paz; el segundo oficial de puente, los dos alumnos, Nazario Martínez y el de máquinas, del que no recuerdo su nombre y un servidor.
Pasamos un buen rato hablando y tomando algunas cervezas. Braulio animaba con la guitarra y así pasaron las horas. Cerca de la medianoche nos avisaron que el piloto de la panga se retiraba, por si nos queríamos ir, para llevarnos. Se fue el segundo oficial y alguno dijo que nos quedábamos un poco más porque venían a buscarnos. Yo ni siquiera pensé en aquél momento quién iba a venir a buscarnos.
Cuando ya decidimos irnos, se retiraron Braulio y los alumnos y yo me quedé. A los pocos minutos volvió Nazario para avisarme que ya estaban listos. Nos acercamos a la escala real y bajé hasta la altura del cayuco. Eso era lo que tenían, un cayuco pequeño de souvenir para los turistas. El que le hicieron al jefe.
Yo me quedé parado en la escala mirándolos y les digo:
– Yo no me monto en eso ni borracho. Insistieron.
– Todavía no estoy loco, les dije.
Nazario dice:
– Quédate tú y ahora vengo a buscarte.
Me fui otra vez a cubierta y me senté a esperar. Pero el tiempo pasaba y no venía nadie. La espera se me hizo eterna y por fin llegó Nazario. Lógicamente lo primero que le pregunté fue ¿qué ha pasado?.
– Después te cuento todo, Antonio, contestó Nazario.
Nos dirigimos a la escala y allí había un cayuco con un negro esperando, subí sin decir nada porque el cayuco era diferente, pero sobre todo por la presencia del negro, pues ellos han nacido en un cayuco y desde su más tierna infancia ya lo están manejando. Y siempre llevan varios cacharros para achicar, y seguro que los que ellos usan no son para turistas.
Una vez a bordo me contaron todo. A los pocos minutos de separarse del barco, el cayuco se llenó de agua y se hundió. Nazario y el alumno de máquinas llegaron nadando a la orilla y dieron la voz de alarma, pero Braulio, como no podía llegar, fue inteligente y no perdió la calma, dejándose llevar por la corriente. Del barco belga salieron con la panga a buscarle… y lo encontraron. !! Gracias a Dios¡¡ y a los alumnos que llegaron y dieron la voz de alarma, Nazario y el de máquinas, de quien no recuerdo su nombre pero sí tengo su fotografía.
Al día siguiente, Braulio vino a decirme que estaba muy preocupado, pues pensaba que tenía apendicitis porque le dolía mucho el estómago. Que podía ser por todo el agua que había tragado. Le dí dinero para un taxi y que llegara a Benin, única ciudad próxima con hospital. Una vez allí y cuando iban a atenderle, algo vio que no le gustó y salió corriendo. Cuando llegó al barco decía que estaba muy bien y que ya no le dolía nada.
En las dos semanas que pasamos en el puerto de Koko ocurrieron cosas pero todas se resolvieron felizmente. En los cinco años que estuve yendo a Nigeria ocurrieron muchas más, todas con final feliz. Para muchos barcos no fue así. Y la malaria siempre estaba latente. Pero esas son otras historias.
Fotos: Antonio Guillén Rodríguez