Una vez descargado el cargamento en Portland, continuamos viaje a bordo del petrolero “San Marcial” a Venezuela a fin de cargar crudo pesado para la refinería de Tenerife. Estos viajes de Tenerife-Golfo Pérsico- EE.UU-Venezuela-Tenerife, se conocían en la época como “viajes triangulares”, con dos meses de duración y con tripulaciones prácticamente fijas en ambos barcos, donde los sueldos eran, a consecuencia del sobordo, muy superiores a los demás buques de la flota.
Las largas estancias, con dos meses de vacaciones cada dos años (un viaje redondo), hacían que el estado de estrés, en ocasiones, dificultasen las relaciones humanas a bordo, a lo que tampoco contribuían los extraordinariamente amplios espacios disponibles. Además, siempre había un oficial en el puente, otro durmiendo y el tercero procurando entretenerse en solitario. Ayudaba en algo la presencia de los alumnos, que llevaban la misma vida que los oficiales de sus guardias. Basta ver el tamaño de la “isla”, para comprender que era un espacio muy amplio para las necesidades del capitán, los tres oficiales y tres alumnos de puente, contando con el comedor y sala de estar. El resto de la tripulación ocupaba los espacios de popa.
Recuerdo una curiosidad. Cuando embarqué y me mostraron los espacios del buque, tuve la oportunidad de visitar un pañol, que me pareció enorme, con unas baldas de madera colocadas en los mamparos, casi llenas de novelas del oeste, de moda en aquellos tiempos con autores como Zane Grey, Marcial Lafuente Estefanía, etc., a cuya biblioteca tenían libre acceso las personas autorizadas, es decir los que se habían hecho “socios” haciendo la obligada contribución de un número determinado de novelas que ahora no recuerdo.
Como puede comprenderse, el número de ejemplares crecía con cada viaje y con cada nuevo lector, además de actualizarse continuamente. No era raro encontrar a los aburridos timoneles –navegábamos con el automático– reviviendo los duelos a pistola, la rapidez en sacar el arma, o algún oficial arrastrándose por la alfombra en su camarote, novela en mano, reviviendo la sed del desierto, repitiendo: “agua, agua…”.
Recordemos también que en aquellos tiempos no sólo no se veía televisión alejados de la costa, sino que en el Atlántico Central no se captaba ninguna emisora de radio, a menos que se tuviese un equipo de onda corta suficientemente potente, cosa que apenas nadie tenía. En mi caso, disponía de un Grundig satélite de 27 bandas. También teníamos el problema de la antena exterior, que íbamos instalando a través de los portillos, hasta que, de vez en cuando, llegaba la orden de retirarlas porque creaban interferencias.
El 13 de julio salimos en lastre de Portland para Puerto La Cruz –al menos nos ahorrábamos el incómodo Golfo de Maracaibo– a 09h-07m, navegando con precaución a causa de la niebla. Después de un día de mala visibilidad y chubascos, entramos en la zona de buen tiempo, que nos acompañaría hasta nuestro destino. El 17 de julio entraríamos en el Caribe por el Paso de Barlovento, con la isla Mona al 270º y 7,5 millas.
A las 23h25m del 18 de julio dimos atención a la máquina frente a Puerto La Cruz, donde quedamos atracados a las 02-30m del día 19. En poco menos de seis días habíamos pasado de los 14º de Portland a los 32º de Puerto La Cruz a mediodía (ambas a la sombra).
Al día siguiente, 20 de julio a las 05h-53m, salimos para Tenerife con un cargamento de crudo, después de una estancia de 24 horas. La travesía fue agradable, aunque el alisio rara vez bajó de fuerza 4 del NNE. La velocidad tampoco descendió de 15,2’ con tiempo de proa y cargados.
En los viajes largos el tiempo transcurría con gran monotonía, casi solamente rota cuando había paella en el almuerzo, lo que indicaba que ya era jueves o domingo, cosa que no pocas veces nos cogía de sorpresa. También el radio, Nicasio Rosellón Coca, con sus macetas, que colocaba un tiempo determinado en la banda oportuna atendiendo al efecto solar del lugar y momento, a la vez que distinta para cada planta, era un motivo más de entretenimiento. No obstante, el entretenimiento favorito eran las mezclas de cafés, de procedencia colombiana, cubana, dominicana ó brasileña, con las que disfrutábamos, degustándolas y comparándolas. Ciertamente, en los viajes de altura nos sobraba tiempo.
El 28, a las 04h-21m avistamos el pantallazo del faro de Orchilla, en la Isla de El Hierro, primer contacto con nuestras islas desde el 27 de abril que habíamos salido de Tenerife. Aún faltaría algún cambio de carta más, con un mayor tamaño de las islas en cada cambio, para entrar en Santa Cruz de Tenerife el 28 de julio en el que quedamos fondeados a 14h-26m. En esta travesía del Atlántico habíamos navegado 3.015 millas.
Recuerdo con una sonrisa la llegada a puerto, especialmente Tenerife, con la llegada a bordo del habitual equipo burocrático de tierra. Siempre nos preguntaban cómo nos había ido en el Pérsico, especialmente con sus atractivas lugareñas y los supuestos cabarets. Cuando les contábamos que no habíamos descendido a tierra porque cargábamos fondeados, o que si atracábamos no había otra cosa en el muelle que la caseta del Stella Maris, donde comprábamos las tarjetas postales y las franqueábamos, al igual que la correspondencia, se molestaban porque no les queríamos comentar nuestras verdaderas aventuras, como hacían nuestros compañeros de otros barcos. Vivir para ver…
Desembarqué el día 29 de julio de 1964, quedando a órdenes, para embarcar en el buque-tanque “Ciudad Rodrigo”. Dos años más tarde, estando embarcado de segundo oficial en el “Arapiles”, llegamos a Tenerife el 18 de abril, donde debería desembarcar con permiso de natalidad, por estar mi esposa en estado, prácticamente cumplida, de mi hija María del Carmen, que nació el 5 de mayo.
Dado que el barco iba a Cádiz a reparar, el inspector de la Compañía me convenció de que, ante la escasez de oficiales disponibles, fuese a Cádiz con el barco, de donde regresaría en avión en pocos días, y aunque podría dar a luz mi esposa en ese pequeño período de tiempo, lo normal sería que tuviese tiempo para estar presente. Estuve de acuerdo y salí de Tenerife con el “Arapiles” para Ceuta, donde atracamos el 5 de mayo, para descargar parte del refinado que transportábamos. Desde allí seguimos a Melilla, llegando el 8 para descargar el resto. Seguimos para Cádiz el 9 de mayo, parando por averías o para limpieza de tanques antes de entrar en dique, por lo que entramos en Cádiz el 13 de mayo, fondeando a 19h-30m. Al día siguiente, 14, quedamos atracados a 10h-53m.
(*) Capitán de la Marina Mercante. Catedrático de Universidad