Son recuerdos que siempre me quedaron grabados para toda la vida. Considero que a todos nos ha pasado en aquel momento en que, por primera vez, después de haber superado el ciclo de estudios de aquella época, en la que con todo orgullo denominábamos la Escuela Oficial de Naútica, iniciábamos nuestra nueva singladura. Unos como alumnos de puente, otros alumnos de máquinas y, en mi caso, como oficial radiotelegrafista.
Realmente, mi primer embarque fue, en principio, desconcertante. Ahora trataré de explicarlo con aquellos recuerdos tan agradables y que llevo en el fondo de mi alma. Pondré nombres propios de las personas que nunca he olvidado, porque ellos fueron mis maestros y, sobre todo mis amigos.
Fue en el puerto de Pasajes, Finales de noviembre de 1968. Yo era un novato en mi vida marinera. Lo máximo que había navegado era en las lanchas que cruzaban la ría de Ferrol. Todo nervioso e ilusionado llegué a embarcar en el buque “Alcácer”, de la compañía COFRUNA, fletado por la Compañía Trasmediterranea, que realizaba ruta regular entre Pasajes y Canarias con puertos intermedios del norte de la Península.
Cuando llego a pie de escala, observando todo el barco con admiración y, a la vez con satisfacción y orgullo, con mi maleta pegada a mis piernas, bajó una persona a recibirme. Nunca lo olvidaré. Era un señor de estatura bajita, delgado y con los rasgos de la cara templados por muchos años de mar. Se llamaba Francisco y residía en Pasajes desde hacía años, aunque era gallego de la zona de Muros. Siempre lo recordaré porque me enseñó muchas manualidades que solamente se aprenden a bordo.
Acompañado por Francisco, que no permitió que portase la maleta, me llevó hasta las dependencias del capitán, que ya me esperaba. Yo me encontraba algo apocado dado que era mi primer embarque y nunca me había enfrentado a tales circunstancias. El capitán, don Emilio Sanchís, me saludó y sugirió a Francisco que me acompañase a ver a la persona a la cual iba hacer el relevo. Así, subimos a la TSH y camarote que se ubicaba hacia la popa del puente. Allí se encontraba don Paco, un «colega» al cual yo le iba a hacer el relevo. Madrileño y con muchos años de experiencia y de mar a sus espaldas. Era su despedida, pues ya se jubilaba.
Juntamente con don Paco repasamos todos los equipos. Trasmisores, receptores, cargadores de baterías, etc., Por veces me sentía como un niño con zapatos nuevos. Miraba y remiraba como diciendo «Aquí estoy, a ver cómo te apañas.»Ahora es tu responsabilidad».
Saliendo de Pasajes, mi primer mensaje recuerdo que era para dar un ETA al próximo puerto. Me temblaba la mano como un flan. Fue a través de Santander Radio/EAS. Siempre agradeceré al compañero de la Costera su paciencia. Gracias a él adquirí confianza en mí mismo.
Después de esta introducción y recordando a unos grandes compañeros y unas grandes personas, generalizando a todos los tripulantes, de las cuales tuve la suerte de aprender y tratar de ser como ellos, buena gente, buenos profesionales y sobre todo, recordarlos con mucho cariño, trataré de contar algunas experiencias de novato y también algunas anécdotas.
Como antes mencioné, era mi primer embarque y también era algo jovenzuelo. Ahora sé que me encontraba algo desbordado por el cambio de haber sido estudiante y tener un título a ser un oficial con responsabilidad del cargo en un buque. Aquello que tanto había soñado era realidad.
Una vez me fueron presentando a los otros oficiales de Puente y Máquinas, comencé a perder la lógica timidez inicial y, dado que los nuevos compañeros eran unas personas muy abiertas, rápidamente me sentí muy cómodo.
Como la mayor parte de nuestra vida vivimos de recuerdos, sobre todo de los agradables, nunca podré olvidar el mote que cariñosamente mis «protectores» me pusieron. En aquella época de la televisión en blanco y negro había una serie que se titulaba la «Isla de Gilligan». Pues no se les ocurrió otra cosa que bautizarme como el tal Gilligan. Y así me quedó en ese barco. Nunca preguntaban por Ángel o el radio sino por Gilligan.
El capitán don Emilio era, como ya he dicho, muy religioso. De los que en su camarote rezaba el rosario todas las tardes. Lo recuerdo como un hombre corpulento, sonriente y muy dicharachero, pero con clase y muy buena persona.
Del resto de oficiales me acuerdo perfectamente y, sobre todo con mucho cariño aunque por veces me hacían alguna «putadita», con eso de que era su protegido con todas las letras.
Ramiro Andión Brea, primer oficial. Siempre con su porte tranquilo y la pipa en la boca. Natural de La Estrada. Era el que oficialmente ejercía de mi máximo protector. Finalmente ingresó en la Reserva Naval y la última vez que lo ví fue en Cádiz siendo capitán de corbeta.
El segundo oficial, José Luis Lorenzo Hernández. También de la zona de Pontevedra. Siempre con su parsimonia y muy tranquilo. Su esposa Sara Díaz, andaluza de Gilena, con mucha guasa y simpatía, venía por veces a hacer viajes y alegraba la travesía. José Luis desembarcó y trabajó en una empresa relacionada con el puerto de Cádiz.
José Luis Castro Lucini, tercer Oficial. Casualidades de la vida, además de habernos conocido, confraternizar en este barco y navegar juntos durante meses, a finales de la década de los ochenta coincidimos en tierra. Él como Ayudante Militar de Marina de Noia y yo en Porto do Son gestionando la construcción del Centro de Salvamento Marítimo de Finisterre.
Y de alumno de puente estaba mi buen amigo y compañero de salidas en puerto Emilio Portela Babío. Yo le decía que era mi guardaespaldas, ya que era fortachón y mas bien grandote.Pero tan grande era como buena persona.
En cuanto al personal de máquinas, también recuerdo algunos aunque tenía menos relación. Era por aquello de la convivencia en los barcos antiguos en cuanto a que existía doble habilitación, comedor y cámara para puente y lo mismo para máquinas pero independientes y a distinto nivel de cubiertas.
Aún así, recuerdo al jefe de máquinas don Benilde, ya un señor muy mayor residente en La Coruña. José Luis, ferrolano, de primero de máquinas. Luego desembarcó y se jubiló en Bazán. Andrés estaba de segundo y era hijo del mayordomo. Y de tercero estaba un canario llamado Enrique, con su cuidado bigotito, estilo cantante de corridos mejicanos.
Este buque era un buen barco de los de aquella época. Casco soldado y remachado, puente al medio y máquina alternativa de vapor de dos pistones con caldera alimentada a fuel. Así, en la máquina, además de jefe, tres oficiales y alumno iban calderetero y fogoneros /engrasadores. En cubierta, capitán, tres oficiales, alumno, contramaestre, marineros y carpintero. En fonda, mayordomo, cocinero, marmitón y dos camareros. En total entre 20 y 25 tripulantes.
El gobierno del barco era con timón a mano, con turnos de marineros cada cuatro horas. Nada de automático y resto de equipos de navegación básicos. Un radar que solamente podía usar el capitán o en quien él delegase, Un gonio giratorio y el compás magnético. Así se navegaba en ruta Península-Canarias y posteriormente a puertos de Suecia, Alemania y Mediterráneo.
Para finalizar, tal como titulo estas vivencias «Mi primer embarque», ahora que han pasado muchos años, las tengo grabadas porque además de ser mi inicio en la mar, fue el haber encontrado una nueva familia. Familia de amigos, compañeros y maestros. Gracias a todos por haberme ayudado a hacerme marino y persona.
Foto: archivo Alberto Mantilla