María Belén Castro Morales ha escrito la última página de su cátedra vital y se ha marchado en silencio. Lo ha hecho como ella siempre hacía sus cosas: con discreción y pulcritud. Aun así nos resulta una sorpresa amarga y nos produce un desconsuelo, pues se ha ido cuando estaba en plenitud intelectual y disfrutaba y nos hacía disfrutar de su legado bien cultivado. Nos queda la satisfacción y la gratitud inmensa de haberle conocido y al desgranar el rosario de los recuerdos, las cuentas de la memoria evocan su voz dulce y melodiosa, su gesto siempre amable, el brillo de sus ojos en los momentos plenos, la virtud del afecto y el buen sentir y el latido de lo afectivo convertido en sonrisa entrañable.
Su presencia, así como la de sus padres Federico y María Belén, y la de su hermano Federico, compañero y amigo de días felices, está vinculada a nuestra existencia desde los primeros años juveniles cuando compartíamos estudios, vivencias y aspiraciones y frecuentes encuentros en su casa de Santa Cruz y en Tacoronte. Han transcurrido años, muchos a decir verdad, en los que el vínculo de la amistad y el respeto se forjaron en letras mayúsculas de aliento y gratitud. Siempre le admiramos su dinamismo y su trayectoria vital y ella alentó nuestra estela en los momentos difíciles y en los momentos dulces.
María Belén Castro Morales pertenece, por derecho propio, a una generación de mujeres que pusieron en valor su condición y su gran capacidad intelectual y personal. Trabajó sin descanso, llegó a donde quiso y lo hizo siempre con humildad y honradez, demostrando su valía y sus deseos de querer ser más y mejor persona en el tránsito por esta vida terrenal. Consagró parte importante de su vida a la docencia universitaria, y lo hizo con conocimiento, trabajo, esfuerzo y dedicación, a modo de divisas de su compromiso honesto y su vocación arraigada.
Su vena literaria le venía de cuna, pues en el seno familiar vivió en un ambiente que le ayudó singularmente en su trayectoria vital, acrisolada en los eternos valores y las enseñanzas de sus padres -especialmente de la mano de su madre, María Belén Morales y su tío abuelo José Morales Clavijo- y de quienes fueron sus maestros. Nos deja una huella extraordinaria de su paso docente por la Universidad de San Fernando de La Laguna, en la que se licenció en Filología Hispánica en 1981, obtuvo el doctorado en 1988 y la cátedra en Literatura española, especialidad iberoamericana, en 2001.
María Belén dedicó especial atención a los estudios sobre el modernismo y las vanguardias, sobre los cuales publicó ensayos y artículos en diversas revistas españolas e hispanoamericanas; participó, asimismo, en numerosos simposios y congresos sobre dicha especialidad, acreditando además su vocación de viajera incansable, que le llevó a visitar un número importante de países y a intervenir en encuentros de reconocido nivel. Por la trascendencia personal que tuvo para quien suscribe, tiene especial recuerdo el ciclo dedicado a la isla de San Borondón, celebrado en 2007 en el Ateneo de La Laguna.
De 1987 data su libro Altazor: la teoría liberada, al que sigue J. E. Rodó modernista: utopía y regeneración (1990). En 1995 preparó la edición, con introducción y notas, de Ariel, del propio Rodó, y en 2010 publicó Memoria de Antonio Dorta. Poemas suyos se han publicado en diversas revistas y suplementos literarios de Canarias y de esa dedicación queda su único poemario titulado Flor de cactus (1976). Es autora, asimismo, de La isla azul y otros cuentos y en su atracción por su especialidad y vocación compartió trabajos de investigación y publicaciones con su hermano Federico y otros autores reconocidos.
Descanse en paz.
Foto: cedida