Templo de Hera (Templo D)
El Templo de Hera, llamado también Templo de Juno Lacinia, es un edificio de orden dórico períptero de 6 × 13 columnas y mide 16,90 × 38,15 m, con pórticos y un santuario con cajas de escalera a los lados de la entrada. Conserva gran parte de las columnas originales, que ha sido parcialmente restaurada y aún se mantiene en pie. Está situado en el extremo suroeste de la meseta de Agrigento y su dedicación a la diosa Hera se basa en una supuesta confusión con el templo de Hera en el Cabo Licinio, próximo a la ciudad calabresa de Crotona.
El templo de Hera fue levantado entre los años 460-450 a.C. sobre una crepidoma o basamento de cuatro gradas, destinado a compensar desigualdades del terreno y, al mismo tiempo, para resaltar su visibilidad. El conflicto de ángulos consustancial a los templos dóricos se solucionó de manera diferente a otros edificios del conjunto, caso del Templo de la Concordia: los ángulos norte, oeste y sur sufrieron una simple contracción, es decir, solamente se redujo la separación de las columnas del extremo, mientras que sobre la fachada (lado este) no se practicó ninguna contracción lateral, sino sólo una reducción del espacio entre las dos columnas centrales.
El templo fue incendiado en el año 406 a.C. por los cartagineses y reconstruido por los romanos en el siglo I a.C, sustituyendo las tejas de mármol por otras de terracota, dando también cromatismo a las paredes de la cella. El anástilo se comenzó a reconstruir en el siglo XVIII. En la actualidad, 25 de las 34 columnas del peristilo han sido rehabilitadas. La columnata septentrional conserva el conjunto de sus capiteles y su arquitrabe, mientras que la cella está reducida a elementos de basamento y basas de columnas[1]. A un lado se encuentra un altar de 29,3 m × 10 m, casi tan amplio como la cella, pero inclinado respecto a ella. Asimismo, en las excavaciones del lado oeste se encontró una cisterna detrás del templo.
Templo de la Concordia (Templo F)
El Templo de la Concordia es uno de los mejor conservados del Occidente griego, junto con el Hefesteión (Teseión) de Atenas y el templo de Poseidón en Paestum. Es una de las más perfectas realizaciones de la arquitectura dórica. Se trata de un edificio períptero de 6 × 13 columnas y mide 16,92 × 38,15 m.
Recibe su nombre por una inscripción en latín encontrada cerca del templo, en la que figuraba la palabra latina “concordia”. Sin embargo, en la actualidad se considera que pudo consagrarse en realidad a los Dioscuros, por creerse que en tiempo de los griegos se habían honrado allí a dos divinidades.
El edificio fue construido entre los años 450-400 a.C. Las desigualdades del terreno sobre el cual se levanta son superadas por un basamento importante. Su plano corresponde a la forma más clásica de los templos de Agrigento: pronaos, naos, opistodomos y peristilo.
De los edificios existentes en Agrigento, el templo de la Concordia es el construido con mayor precisión. El problema de los extremos, consustancial a los templos dóricos (conflicto entre la regularidad de las metopas y triglifos por una parte, y el espaciado regular de las columnas por otra) se solucionó de una manera inusual: se procedió al mismo tiempo al estrechamiento del espacio entre las dos últimas columnas y a la prolongación de la última metopa, para un mejor efecto visual. Las investigaciones pusieron de manifiesto también que las partes inferiores del templo se adornaban con estuco blanco, mientras que los frisos, las metopas y las partes altas se pintaban de colores vivos. La techumbre estaba cubierta con tejas de mármol.
En el año 597 de nuestra era fue transformado en iglesia cristiana por decisión del obispo Gregorio de Agrigento, razón por la cual se conserva en magnífico estado. Durante algo más de 1.100 años sirvió de basílica consagrada a los apóstoles Pedro y Pablo. Cada una de las paredes de la cella fue entonces perforada con doce arquerías, y se emparedaron los intercolumnios.
La entrada se prolongó sobre el lado occidental, lo que implicó la supresión de la división entre la naos y el opistodomos, mientras que la sacristía fue ubicada en el antiguo pronaos. La iglesia se usó como tal hasta el año 1748, fecha en que se devolvió el templo a su estado inicial, siguiendo las directrices de la restauración de Bourbon, como se expresa en su fachada [2].
Templo de Zeus Olímpico (Templo B)
Los otros templos están bastante más fragmentados, pues han sufrido los efectos de terremotos y saqueos. Situado al oeste del conjunto arqueológico se encuentra el templo de Zeus Olímpico. Este templo es, con diferencia, el de mayor tamaño. Se trata de un edificio dórico pseudoperíptero con unas dimensiones excepcionales: 52,74 × 110,10 m. Se pretendía que fuese el templo principal de la ciudad y supera por muy poco, en anchura, al enorme templo G de Selinunte, con el que pretendía rivalizar.
Fue construido por el tirano Terón en 480 a.C., después de su victoria sobre los cartagineses en la batalla de Hímera, y dedicado a la gloria de los griegos vencedores de los bárbaros. Su identificación como templo de Zeus se basa en el testimonio de Diodoro Sículo, que dejó una descripción. Al este se encuentra aún el altar sobre el que se procedía a las hecatombes o sacrificios de cien toros.
El basamento tiene cinco gradas que soportaban una sala hipóstila de inspiración cartaginesa, compuesta de dos hileras de 12 pilares cuadrados cada una, de 21 m de alto, con muros hasta aproximadamente media altura. El peristilo se componía también de pilares, 7 m de ancho y 14 m de largo, de una altura de 17 m, con medias columnas unidas por las caras, todo ello formando masas de piedra de 4,2 m de diámetro. Estos pilares externos estaban conectados entre ellos por divisiones y estaba adornado con 38 estatuas de telamones de casi ocho metros de altura.
El peristilo y las naves laterales estaban cubiertos, mientras que la cella en sí sería probablemente hipetra, es decir, abierta al cielo. El número de columnas en la fachada era impar, encontrándose un pilar central en vez del habitual acceso hacia la cella; la entrada se hacía por dos pórticos situados en los extremos de la fachada este, dando acceso directo a las naves laterales, así como, según parece, por una pequeña entrada practicada en el medio del lado meridional[3].
Este templo se caracteriza este templo por la presencia de los telamones, estatuas colosales de aspecto humano. Se encontraban en una especie de nichos creados en la parte alta de las divisiones situadas entre las columnas exteriores. Estas estatuas tenían alrededor de 8 m de alto y soportaban el peso de la cubierta. Tenían rasgos cartagineses y simbolizaban a los bárbaros vencidos, reducidos a la esclavitud por los griegos. Se añadían a una representación del combate de los dioses del Olimpo contra los gigantes, tallada sobre el frontón este del templo.
Desafiando el espacio y la gravedad, su técnica era hábil y rompió con los cánones de la arquitectura. En el muro interior tenía pilastras que correspondían a las columnas dóricas del muro exterior. Los propios telamones, que eran alternativamente bárbaros y lampiños, constituían un elemento audaz. Al contrario que las cariátides que sostenían el Erecteion de Atenas, estos gigantes no cumplían la función que aparentaban, pues ésta, en realidad, la efectuaban barras de hierro que iban de columna en columna y que resultaban invisibles desde el suelo. Los gigantes ni siquiera eran sólidos: estaban construidos con bloques de piedra recubiertos de yeso y pintados[4]. Por su enorme magnitud, su ambición y su profusión, este templo representaba un mundo en el que cabe reconocer algo más sobre la historia trágica de los griegos occidentales: los grandes tiranos de las ricas colonias y el de su sobrecogedora magnificencia.
En 1825, el pintor y arqueólogo Rafaello Politi hizo reconstruir en el suelo a uno de estos gigantes, a partir de elementos dispersos. El gigante visible sobre el lugar es una copia, dado que el original se encuentra expuesto, en posición vertical, en el Museo Arqueológico de Agrigento.
Al parecer, este templo nunca se acabó, pues la construcción se abandonó después de la invasión cartaginesa del año 406 a. C. Sus piedras se reutilizaron ampliamente en construcciones de siglos posteriores, caso del embarcadero de Porto Empédocle, en el siglo XVIII.
Notas:
[1] Spawforth, Tony. Los templos griegos. Ediciones Akal. Madrid, 2007.
[2] Op. cit.
[3] Bianchi Bandinelli et al. El arte de la Antigüedad clásica. Grecia. Akal Ediciones. Madrid, 1998.
[4] Op. cit.
Fotos: Juan Carlos Díaz Lorenzo
(*) Licenciado en Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela