De pequeño y en viaje de Navalmoral de la Mata a Plasencia y viceversa a bordo del Renault Ondine de mi tío Luis, me llamaba especialmente la atención la visión de un precioso palacio situado en lo alto de una colina. La pregunta obligada a mi tío era siempre la misma:
-¿Quien vive allí…?.
La respuesta era repetitiva e instantánea:
– La bruja Carriona….
A partir de oír su respuesta, siempre, un cierto temor morboso hacía que permaneciese en silencio y acurrucado en el asiento trasero hasta la llegada a destino. Pasados los años pude saber que aquella maravilla era el Palacio de las Cabezas, mandado a construir a finales del siglo XIX por Antonio López, primer marqués de Comillas como residencia de caza para él y sus amigos e invitados. La residencia veraniega la poseía en su tierra natal, en Comillas, en otro suntuoso palacio y la habitual, en el barcelonés Palacio de Moja.
Antonio López eligió para situar su residencia cinegética uno de los lugares con más caza de la península y en una de las regiones de más belleza de Extremadura, en pleno corazón de Campo Arañuelo, donde perdices, liebres, jabalíes, corzos y venados campaban a sus anchas bajo el abrigo y la protección de alcornoques, encinas y jaras.
El tiempo y las circunstancias harían que el Palacio de las Cabezas se convirtiera en mudo testigo del retorno de la monarquía borbónica a España, cuando en un par de ocasiones, el 28 de diciembre de 1954 y el 28 de Marzo de 1960, Franco y don Juan de Borbón eligiesen este lugar, a medio camino entre Estoril y Madrid, para pactar el retorno de la monarquía. Fueron los ya lejanos herederos de Antonio López los que en esta ocasión prestaron servicio de nuevo a los Borbones.
A día de hoy, en Navalmoral de la Mata, capital de Campo Arañuelo, los Comillas siguen siendo objeto de muy variados sentimientos y opiniones, cosa esta normal entre gente o familias influyentes. Muy comentado fue en su momento el caso de aquel alcalde, de no dudosa ideología, que cambió el nombre de la plaza del Marqués de Comillas por plaza de Rafael Alberti. En algunas ocasiones que he visitado el lugar tras la mutación nominativa, he podido comprobar que el pueblo llano y quizás agradecido, le sigue llamando plaza del Marqués de Comillas.
Los extremeños siempre tuvimos espíritu aventurero, en ocasiones para aportar nuevos y grandes territorios a la Corona de Castilla y en otras circunstancias más dolorosas, para defender lo conquistado en anteriores siglos de aventuras separatistas. En este último caso, muchos fueron los soldados del regimiento Castilla 16, asentado en Badajoz, que viajaron en los barcos de Trasatlántica a Cuba y Filipinas y no pocos los que dejaron la vida en los campos de batalla o en las cubiertas de los buques durante el viaje de retorno a causa de las heridas de guerra o el beri-beri.
Es muy posible que para atender este trasiego de militares desde y hacia Extremadura, la Compañía decidiese abrir una oficina consignataria en Badajoz. Contaba mi padre que en el balcón de una distinguida casa de esta ciudad, cuando él era pequeño, solían colgar una jaula con un loro, que incansablemente repetía: “Viva Azaña”.
El 14 de Agosto de 1936, el loro calló para siempre, no se sabe si enmudeció como consecuencia de los desmanes cometidos por el laureado Yagüe o porque algún miembro del tabor moro que lo acompañaba se lo comió con arroz. En el portal de la casa del loro, contaba mi padre, había una siempre brillante placa de latón, en la que podía leerse:
José García Ortega
Delegado de la Compañía Trasatlántica
Mucho tiempo después y por los coincidentes avatares de la vida, mi padre estaría acompañado hasta sus últimos años por un locuaz loro que el capitán José Catalá tuvo el detalle de regalarle a quién escribe estas letras durante una escala de uno de los barcos de la Compañía en el puerto de Cádiz, que con tanta inteligencia y buen oficio mandaba el citado capitán.
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