Para seguir hablando sobre el por qué de los cambulloneros, conviene trasladarnos en el tiempo e imaginar la desastrosa situación en la que se encontraba el archipiélago canario, como consecuencia de la desgraciada guerra civil española (1936-1939) y el comienzo de la segunda guerra mundial, en la que las naciones se desangrarán durante seis años, hasta agosto de 1945 en que finaliza y donde el saldo de víctimas es pavoroso: 55 millones de muertos; 35 millones de heridos y tres millones de desaparecidos. Nunca en la historia hubo tantas pérdidas civiles y exterminio, como el del pueblo judío, en que murieron más de cinco millones en los campos de concentración.
A todas estas calamidades, hubo que añadir el bloqueo económico a que fue sometida España por parte de los aliados, mientras el Plan Marshall, promovido por EE.UU. bajo la presidencia de Harry Truman, que nunca nos miró con buenos ojos, ayudaba a la reconstrucción y crecimiento económico de los países europeos devastados por la segunda guerra mundial.
Esto no hizo más que acentuar la tremenda crisis y el aislamiento de nuestra economía, por lo cual la escasez de alimentos era dramática, creándose por ello las cartillas de racionamiento para adquirir el sustento básico de la población, al tiempo que en el archipiélago se establece en 1941 el Mando Económico, bajo la jefatura del capitán general de Canarias Ricardo Serrador Santés, y a su muerte en enero de 1943, la del también capitán general Francisco García-Escámez, muy recordado en nuestra historia contemporánea por la importante labor social que realizó en las islas, en la posguerra civil.
Estas circunstancias influyeron sobremanera en el éxodo masivo de emigrantes a América y a que se incrementaran los cambalaches y negocios de los cambulloneros, contribuyendo a ello de forma especial, los barcos que llegaban a nuestros puertos y vendían los comestibles excedentes, que aquí compraban ante la carencia total de alimentos.
Dichas prácticas ya se usaban desde años antes, cuando las tripulaciones de los buques que fondeaban en el antepuerto para efectuar faenas de carboneo y aguada, invitaban a los lugareños a adquirir o intercambiar mercancías, que luego éstos vendían a unos pocos privilegiados que disponían de dinero, para su consumo o reventa. Muchos de los barcos ya venían con la lección aprendida y colocaban pancartas en los costados de la cubierta principal, con la frase COME BUY ON, reuniéndose con tal motivo numerosas lanchas a remo, que querían participar de tal invitación.
Nadie puede olvidar la etapa de la aparición de la penicilina y su comercialización, donde el cambullonero participaba en su traída a las Islas, para hacerlas llegar a profesionales de la medicina y farmacia, que previamente encargaban y que supusieron una importante ayuda en la curación de miles de enfermos necesitados de este tipo de medicamento.
Los cambulloneros eran unos personajes oriundos de las Islas Canarias, que actuaban individualmente y siempre alrededor de los barcos. En nada tenían que ver con los estraperlistas peninsulares, que formaban bandas bien organizadas dedicadas, entre otras facetas delictivas, a la falsificación de cupones de abastos, el contrabando de carne y todo aquello que se les pusiera por delante.
Al margen de los “suministros” que proporcionaba el cambullón, se recuerdan los cargamentos oficiales que llegaban a Tenerife y Las Palmas a bordo de los vapores “Habana” y “Manuel Calvo” de Trasatlántica, convirtiéndose en unos asiduos visitantes amigos, que arribaban con sus bodegas abarrotadas de maíz, trigo y leche en polvo, que los gobiernos argentino y norteamericano enviaban a Canarias para mitigar la miseria que invadía el territorio español y en especial estas Islas.
Y como se rememora también, junio de 1947, cuando Eva Duarte, esposa del presidente argentino Juan Domingo Perón, visitó España y prometió continuar con la ayuda que nos prestaban, como así sucedió, traduciéndose en llegadas masivas de maíz y trigo procedente de la Pampa húmeda argentina. Eva Perón falleció en julio de 1952, víctima de leucemia, a la temprana edad de 33 años.
El amanecer del puerto tinerfeño, con la resplandeciente salida del sol allá en el horizonte, por las primeras décadas del siglo pasado, con aquellos grandes vapores atracados al muelle sur, procedentes de nuestras antiguas colonias americanas, era espectacular y producía en los viandantes madrugadores, sentimientos de ilusión y nostalgia, al observar el incesante ajetreo de pasajeros, tripulantes y mercancías que generaban las escalas de estos trasatlánticos.
En medio de semejante trasiego, los cambulloneros se afanaban en controlar y organizar en tierra, sus géneros y se esforzaban en apaciguar el incesante ruido que producían los multicolores guacamayos, loros y cotorras, mientras se respiraba en el ambiente el exquisito aroma que desprendían las maderas olorosas y el café, entre otros artículos, todos ellos adquiridos previamente a bordo.
Y a este bullicio, se sumaba la recogida de equipajes de bodega por parte de los pasajeros, donde se amontonaban multitud de baúles, cajas y maletas, sobresaliendo los indianos, algunos con su Cadillac, y otros vestidos de forma extravagante, con camisas de colorines, americana blanca y sombrero de jipi, mostrándose la zona en aquellos momentos, semejante a la de cualquier lugar exótico que España poseyó allende los mares.
Se comentaba que el cambullonero era pícaro, especialmente en los momentos de trapichear, pero se conocen casos de tripulantes que les imitaban muy bien e incluso superaban. Una de estas acciones, ocurrió a bordo de un buque que regresaba de América, en el cual un marinero entregó una jaula con ocho loros y recibió a cambio unos relojes y transistores por parte del cambullonero, despidiéndose como siempre, con un apretón de manos y un ¡hasta la vuelta!.
A la mañana siguiente y cuando el buque había zarpado, el cambullonero comprobó que de los ocho loros, solo uno era verdadero; el resto eran palomas pintarrajeadas de color verde. Jamás volvió a ver al astuto tripulante, pero como entre pillos andaba el juego, se quedó con la tranquilidad de que los relojes y transistores que había entregado, eran también falsos.
Ya en la década de los setenta, cuando iba disminuyendo el gran negocio de los artículos tradicionales que generaban pingües beneficios y se vislumbraba que el final del cambullón se iba a producir más pronto que tarde, apareció en los barcos que procedían de Centroamérica el contrabando de crías de cocodrilo disecadas, pieles también de cocodrilo, maracas, etc., cuyo destino final era, al parecer, el vecino Marruecos.
Viendo la enorme cantidad de tales crías y pieles, se llegó a temer un gran deterioro y posible exterminio de esta clase de reptiles en la zona, pero afortunadamente pronto llegó la prohibición de sus capturas en el país de origen y con ello, el cese de su comercialización clandestina.
A raíz de la histórica visita del presidente norteamericano Eisenhower a España, en diciembre de 1959, comienza el que se daría en llamar milagro económico español. De estar totalmente aislados y de ser uno de los países más pobres de Europa, pasamos a crecer a un ritmo superior a cualquier otro país del continente. Previamente, fuimos admitidos en organismos internacionales y en 1955 se produjo el ingreso definitivo en la ONU, como miembro de pleno derecho, que antes habían condenado el régimen de Franco. Era obvio, que el tan deseado “Plan Marshall” había llegado también a España, aunque con 14 años de retraso.
Con todo ello y tal como se presumía, a partir de 1975 el número de cambulloneros disminuye como consecuencia del bienestar social y económico del país, siendo 1980 cuando prácticamente los negocios con los barcos desaparecen, coincidiendo además con la entrada arrolladora en las Islas de los supermercados y grandes superficies.
Y se fueron en silencio; sin hacer ruido, a pesar de la fama de alborotadores que tenían cuando estaban en grupo. Los sitios de sus multitudinarias reuniones, en las esquinas de Correos y Olympo, quedaron desiertos. Cada cual marcó su rumbo y desaparecieron, encargándose la vida misma de llevarlos a su destino, que suponemos no sería otro que la tranquilidad del hogar, que muchos de ellos casi desconocían. Hoy, la mayoría por motivos de edad, ya no están en este mundo.
Como queriendo unirse a este adiós, también se fue para siempre el trasatlántico español “Begoña”, barco muy querido y muy familiar en la vida de estos personajes y último buque de la emigración, cuyas llegadas a este puerto de Tenerife eran esperadas con la máxima expectación. Lo hizo el 4 de octubre de 1974, zarpando de Santa Cruz para nunca más volver y poner fin, asimismo, a siglo y medio de historia en las Líneas Regulares de Pasajeros de la Trasatlántica Española.
Con el final de los cambulloneros se observa la gran diferencia entre Tenerife y Las Palmas, en cuanto al trato periodístico y de toda índole, que se les da en el momento del adiós, teniendo en cuenta que no eran, ni más, ni menos, que las de unos personajes que formaban parte de la triste historia que nos tocó vivir en las islas, dejadas de la mano de Dios, especialmente en la posguerra civil española. Y si no, lean:
LAS PALMAS- “Los últimos cambulloneros del puerto de La Luz se resisten a dejar su actividad. José Rodríguez y Pedro Laso mantienen vivo en la actualidad un oficio centenario que está ligado a la historia de la ciudad. Con sus rostros curtidos por el sol, son el reflejo de una intensa, dura y casi legendaria vida y a sus 80 años, – y mientras el cuerpo aguante-, siguen madrugando para estar al pié de los cruceros, ofreciendo manteles y cigarros a los turistas, porque llevan en la sangre la profesión del cambullonero, que fue siempre su forma de vida y de subsistencia…”
TENERIFE- “¿Cambulloneros en Tenerife? El pasado martes escalaron en Tenerife tres grandes cruceros y observamos como los turistas se aglomeraban ante un chiringuito aberrante con diferentes tipos de mercancías que se vendían públicamente. Lo que vimos nos dejó sin aliento. La escena nos remonta a los años 50 en la que en nuestros muelles existían los cambulloneros que esperaban a los barcos para venderles bebidas y chucherías. La imagen fue impactante y si queremos dar un servicio de calidad a los turistas, debemos acabar con este tipo de ventorrillos que denigran la ciudad…” ¿Que les parece?
En la Isla hermana tienen el detalle de poner sus nombres: “José Rodríguez y Pedro Laso, los últimos cambulloneros del puerto de La Luz”. Y lo escriben con orgullo y los defienden con pasión. Aquí, “un chiringuito aberrante”; “ventorrillos que denigran la ciudad” y “lo que vimos nos dejó sin aliento”.
Pues ese puesto de ventas, semejante al de sus colegas de Las Palmas, pertenecía al también último cambullonero de Tenerife, fallecido hace poco tiempo y al que le prohibieron continuar con su trabajo en el muelle, gracias a esa y otras lamentables denuncias, como la del Sr. Bermúdez, otrora vicepresidente del Cabildo y consejero insular de Turismo, que exigió a la Autoridad Portuaria “hiciera cumplir la Ley, prohibiendo la actividad de los cambulloneros”.
También se debe saber, que esos pequeños espacios de venta al costado de los buques, están aún hoy, en la mayoría de los puertos, en especial en aquellos que carecen de terminales cercanas al atraque. El Caribe, rey de reyes de los grandes cruceros, ve como se montan estos tenderetes en casi todas las escalas, para satisfacción y agradecimiento de la mayoría de los pasajeros y en especial de las tripulaciones que no están libres de servicio y les impide salir del muelle. Lo atestiguan personas que han hecho más cruceros que años tienen y algunas son septuagenarias. ¿Donde está la terminal de cruceros de Tenerife?
Y como estamos finalizando y los amigos de Las Palmas dan nombre y apellido a los dos últimos cambulloneros del Puerto de La Luz, en la breve semblanza que dedican a su memoria y respeto, nosotros vamos a hacer lo propio con el último, del puerto de Santa Cruz de Tenerife: Otilio Padrón Jiménez.
Le conocíamos personalmente y también a su hija Sonia. Sabíamos de su trayectoria ejemplar como esposo y padre, así como su dedicación plena a los trabajos y negocios en los muelles y en los barcos, al que dedicó la mayor parte de su vida. Era un experto en detectar dólares falsos y cuando entraban esas divisas en los cambalaches o compraventas, todos acudían a él para comprobar si eran o no de curso legal.
Persona atenta, educada y respetuosa, nunca pudimos saber porqué nos llamaba don Juan, a pesar de que nos conocíamos desde hacía muchísimo tiempo. Tal vez, por nuestra relación con la consignataria “Viuda e Hijos de Juan La Roche”. Al margen de su edad avanzada, nos habían informado que tenía problemas de salud, y la última vez que le vimos, fue en el Hospital Dr Guigou de Santa Cruz, cuando le estaban practicando unos análisis. Nos dijo que era una revisión rutinaria y que ya lo habían retirado de los muelles.
Pero notamos algo raro en él; no era tan extrovertido y dicharachero como siempre lo había sido y también que la permanente sonrisa que le acompañaba, lo había abandonado. Meses más tarde nos llegó la triste noticia de su fallecimiento. Tenía 87 años y, según nos informan, cumpliendo sus deseos, fue incinerado y sus cenizas vertidas en las aguas que compartieron su existencia, porque quería seguir eternamente unido con lo que siempre convivió; la mar y los barcos.
Con su muerte se acabaron los cambulloneros de Tenerife; se extinguió la especie y llegó la hora del romanticismo. Con toda seguridad, el devenir de los tiempos los irá convirtiendo en leyenda y los poetas podrán cantar ya sus andanzas, como antes lo hicieran con otros personajes isleños.
Y con ironía, pero sin acritud, debemos imaginar que para aquellos comercios de la zona centro de Santa Cruz, que tanto pedían su desaparición en los últimos tiempos, les habrá llegado la ansiada tranquilidad y notado como sus ventas se han incrementado, así como también, que el número de cruceros y turistas, ha aumentado para suerte de nuestro puerto y de la economía de nuestra isla. Y es que, ¡no hay mal que por bien no venga! .
Descansa en paz estimado Otilio y que este recuerdo se haga extensivo para todos tus colegas que ejercieron un trabajo sumamente complicado en momentos extremadamente difíciles para el archipiélago canario.
Seguro que por allá arriba, te habrás tropezado con los Tobita; Juan El Polludo y su hermano; Mario el Abuelo; Pepe el Gomero; El Dueña; Chalito; Segundo; los hermanos Wenceslao y Alejandro el Cubano, y muchos, muchísimos más, cuya lista se haría interminable; y puede que también, con algún calvo, a los que tanto temíais, interesados todos en conocer cómo andan las cosas por aquí. Suponemos que ya los habrás puesto al día.
Los homenajes y reconocimientos públicos, los tienes que buscar en la isla hermana de Gran Canaria, como las populares coplas con que cerramos este reportaje, porque aquí en Santa Cruz de Tenerife, para algunos y para los que mandan, los cambulloneros, debieron ser gente indeseable.
De La Isleta al refugio
y al muelle grande
con los hombres valientes,
que Dios los guarde.
* * * * *
Quiero yo a un cambullonero
que me tiene enamorada,
él quiere que yo le quiera
pero él no me quiere nada.
* * * * *
Soy del refugio
Cambullonera
nací en la orilla,
de las Canteras
P.D. …¡Ah!, se nos olvidaba. Como estos personajes eran tan bromistas, permítannos que terminemos con una guasa, que seguro a ellos les hará sonreír allá arriba. Aprovechando la fiebre de cambios en los nombres de las vías públicas de Santa Cruz, proponemos que el actual conato de calle, que lleva el nombre de General Gutiérrez, y que fue siempre el punto de reunión y la “oficina” de los cambulloneros, pase a llamarse, eso, “calle de los Cambulloneros”.
El general Gutiérrez, por su brillante historial, merece algo mucho mejor, o por lo menos, igual a la que honra, al que fue su enemigo y derrotado Horacio Nelson. Para ello proponemos una calle más grande y más importante en la zona y que está un poquito más arriba; Cruz Verde, que nadie sabe porqué se denomina así y además, sí que tuvo gran protagonismo en la gesta del ilustre militar, el 25 de julio de 1797… ¿Se imaginan? “Calle General Gutiérrez, antes Cruz Verde“… Creemos que todos quedarían contentos.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
(*) Delegado de Compañía Trasatlántica Española en Canarias (1984-1993). Miembro de la Academia Canaria de Ciencias de la Navegación