Las higueras del volcán

«El higo temprano es para el pájaro más liviano». Era la frase hecha que permitía que los higos que maduraban en las matas a finales de junio o julio se podían recolectar sin miedo a los dueños de las fincas. No eran los higos de cosecha sino fruta adelantada y se dejaba que los niños la disfrutaran. Luego los frutos desaparecían de las higueras y volvían a aparecer a mediados de agosto y septiembre, pero ya no eran tempranos: tenían dueño y se secaban al sol como alimento para el invierno.
Los primeros higos tempranos aparecían primero en la zona baja. Había una finca sobre el risco que llamábamos el Monte de Puerto Naos y allá abajo aparecían los primeros higos tempranos. Salíamos de casa por Las Salgadas por una vereda que pasaba por Las Goronas, atravesaba el volcán de San Juan por debajo de Corcús y nos acercaba al Monte por la Asomada de Los Judíos. Y allí estaban dispuestos para los primeros «recolectores de temporada temprana».
Los higos los transportábamos en «sartas» que eran ramas deshojadas de relinchones o tagasastes en las que íbamos ensartando los frutos.
Había en casa higueras en el Monte de Puerto Naos, en La Era Cercada (Todoque), Los Campitos, Las Salgadas, La Montañeta y Huerto Viejo (La Laguna). Eran las finquitas más bajas, las primeras en dar frutos. Luego les tocaba a las más altas: El Sitio, La Cerca, El Rico, Los Pelaos, Morro Faya, Pajarero, Cabeza Vaca, Bernardino y, sobre todo Las Montañitas de Jedey.
Las Montañitas están situadas bajo los Roques de Los Campanarios y era un lugar muy conocido en Las Manchas porque en una hondonada situada en ellas se jugaba al fútbol. Un equipo llamado CF Los Campanarios disputaba allí los partidos «oficiales» contra Fuencaliente, Argual y otros equipos de pueblos cercanos en los años 40 y 50 del pasado siglo. Un equipo de infantil federado, la UD Las Manchas, que jugaba en El Paso a principios de los años 70, también llegó a entrenar allí.
La finca de los higos estaba situada al sur del «campo de fútbol», en la ladera que llegaba al malpaís de las antiguas lavas del Volcán de Tihuya o Jedey de 1585. Eran todas higueras blancas, de higos blancos.
Y es que había dos tipos de higos: los blancos, mucho más sabrosos y delicados, y los gomeros, de color marrón y de menor entidad. El único instrumento que ayudaba a la recolección era el garabato, un palo con gancho que ayudaba a acercar las ramas. Las hojas de las higueras se podaban con las uñas como pasto para las cabras. Los higos maduraban pronto y había que recorrer todas las higueras a diario, en la época de recogida.
Treinta y seis higueras grandes, centenares de kilos de higos blancos que se se secaban al sol sobre pinillo y que se recogían después de veinte o treinta días de insolación. Los tendales se solían construir cerca de las higueras si las fincas estaban relativamente cerca. Los higos secos soltaban almíbar dulce y seco que se lo quitábamos y degustábamos.
En Las Montañitas no secábamos higos sino que los transportábamos en cestas para la casa, para secarlos. Y es que esta finca quedaba lejos, a cerca de cuatro kilómetros de casa.
Las guaguas que pasaban por La Cruz Alta, pago de Jedey más cercano a Las Montañitas, venían de Santa Cruz de La Palma y algunas veces no cabían en ellas las cestas de higos. Sacas del correo, costales con cereales o gofio, serecas con fruta y hasta cántaras de leche ocupaban los pasillos. Si el cobrador era amable ayudaba a subir la cesta por la escalera trasera para subirla al techo descubierto en el que había un portaequipajes. Algunas veces tocaba cargar al hombro los cuatro kilómetros porque no había lugar disponible.
Un cobrador de mal carácter me dijo en una ocasión que él no me ayudaría a subir la cesta por la escalera trasera, que no era su cometido. Con gran dolor recuerdo cómo intenté subir la escalera con la cesta sobre el hombro hacia la capota de la guagua y exhausto se me fue abajo, esparciendo los higos por toda la carretera… Hice el trayecto a pie, con la cesta vacía. Tenía once años.
Los higos blancos pasados se guardaban en cajas de tea en un almacén, junto a la bodega, que llamábamos «La Despensa». Eran recipientes con tapa pesada en las que se prensaban un poco los higos, dejando espacio para colocar una lata en la que encendíamos un poco de azufre que expelía un humo que conservaba los higos hasta el invierno. Ecología pura. Ocho cajas de tea en años buenos guardaban hasta doscientos o trescientos kilos de higos pasados. Ayudaba a la economía familiar, muy escasa en estos lugares del secano suroccidental palmero, de campesinos de autarquía.
No nos atrevíamos a comer un solo higo pasado, encerrados en las cajas de tea desde septiembre hasta finales de octubre: nos hacían creer que nos enfermaríamos gravemente si los ingeríamos. Sólo era un precepto del «manual de supervivencia»: guardar alimentos para el invierno. Unos cuantos higos pasados en un bolsillo y de almendras en el otro era el desayuno del recreo en la escuela.
Se vendían los higos por kilos. A casa llegaban decenas de personas procedentes de toda la Isla a comprar los higos pasados, blancos. Mi abuelo Valentín había traído de Cuba una balanza Roverbal con pesas sólo en onzas y libras. Cuando bajábamos a Puerto Naos subíamos cargando piedras de playa que pesábamos hasta conseguir algunas que dieran el peso exacto secuenciado de un cuarto kilo, 500 gramos, un kilo o dos…
Hace muchos años que desaparecieron casi todas las higueras que quedaron encerradas en el Parque Natural de Cumbre Vieja. Ya casi nadie atendía higuerales. La escasez de humedad también terminó con gran parte de ellas. Para evitar que se secaran había que cavarles la hierba de sus troncos.
Me quedaba una sola higuera antes del volcán, en El Rico, que cavaba todos los años y retiraba los palos secos que rozaban las ramas. Pero el granzón áspero y caliente de Tajogaite la eliminó en los primeros días: era la última de las treinta seis.
El volcán desapareció a casi todas las finquitas que daban higos adquiridas por mi abuelo Valentín con su esfuerzo en las vegas de tabaco de Taguasco. También sepultó a la pesa de Roverbal, a las piedras de playa con anotaciones de los gramos en pintura roja, a los pesos de libras y onzas. También se llevó todas las cajas de tea y «La Despensa». Pequeña historia intrascendente, pero es mi historia… quemada.
Foto: cedida
2 Comentarios
¡Qué interesante!. Una pena el olvido en el que ha caído la historia del mundo rural de la isla.
Muchas gracias y felicidades, Primitivo.
Bonita historia. Daría para hacer un documental. Gracias por el recuerdo.