Durante años, muchos años a decir verdad, la venta de Ferraz, conocida también como Casa Ferraz, situada a la vera de la carretera general a su paso por el barrio de El Granel, donde dicen El Corcho, en el municipio de Puntallana, fue parada obligada de las guaguas del norte de La Palma, y también de los camioneros, transportistas y viajeros que transitaban por la citada vía que enlaza Santa Cruz de La Palma con los pueblos del noreste y norte de la isla hasta llegar a Garafía.
Aquellos eran los tiempos de la carretera estrecha, del tránsito lento de las guaguas y los camiones y las temibles curvas de San Juanito, que tanto imponían a propios y extraños. En estos días, Fernando Rodríguez Sánchez, amigo entrañable de días felices, promotor de la web palmerosenelmundo.com en su entusiasta quehacer por mantener el patrimonio insular, refresca la memoria al cronista –acaso sin él pretenderlo- con estas fotos en las que vemos a Casa Ferraz en plena actividad en los años cincuenta del siglo pasado y como la encontramos hoy en día.
Nos cuenta Miguel Hernández Abreu y lo hace también Elías Ibarria, vecinos de Los Sauces, que las guaguas, tanto a la ida como a la vuelta, paraban un buen rato delante de la venta de Ferraz para que los pasajeros descansaran, tomaran y compraran lo que se les podía ofrecer, y así lo hacían el tiempo necesario hasta que el último viajero subía de nuevo y ésta continuaba su viaje.
Un viaje de cinco horas por lo general entre Santa Cruz de La Palma y Santo Domingo de Garafía, entonces por pistas de tierra a partir de Barlovento y barrancos salvados por puentes de madera, entre curvas y más curvas. Había ocasiones en las que coincidían en la venta de Ferraz dos, tres o más guaguas, las que iban y las que venían, con lo que se formaba un gentío y colas, pero en la sociedad de la época no había prisa.



Los conductores, además de su oficio, hacían de carteros y recaderos, compraban medicinas, traían y llevaban encargos diversos. Todos ellos eran personas muy apreciadas y entre otros hemos de citar a Juvencio, Evelio, Soto (que también hacía de mecánico), Manolo, Porfirio y Javier, éste último de Puntallana. Sería bueno conocer sus apellidos y algunas vivencias que nos pudieran aportar sus descendientes, familiares y conocidos. Ojalá podamos reconstruir también la parte humana, que es absolutamente fundamental.
Ese capítulo de la historia está por escribir en profundidad y por ello animo a mis compatriotas sensibles con la intrahistoria del transporte insular –no les voy a nombrar, ellos saben quienes son– para que se pongan manos a la obra y así quede reflejada, de modo que no se pierda el conocimiento de un capítulo tan atractivo como interesante. En los últimos tiempos, el profesor palmero José Ángel Hernández Luis, titular de la ULPGC, ha hecho algunos estudios dignos de interés y un palmero adoptivo de pro, Maximiliano Fernández Gil, está haciendo una meticulosa labor de recopilación fotográfica desde su activa página “Historia de La Palma” en facebook.



Lo mismo que la fabricación de las carrocerías sobre chasis Willis, Indiana, Dodge y Austin con trompa -con motores diesel fabricados por BMC-, entre otras marcas de aquellos años y por último Mercedes, que tanto definían la personalidad de las guaguas de Transportes del Norte de La Palma, cuyos orígenes se remontan a 1933 y más tarde sería reconvertida en cooperativa.
En 1936 la carretera general del Norte llegó a Las Lomadas. En 1940 alcanzó Los Sauces y a partir de entonces comienza el desarrollo del transporte por carretera y, por ende, de las guaguas, en la comarca noreste de la isla. Por entonces las había de dos tipos: abiertas y cerradas, cuyos precios de fábrica y montaje de carrocería oscilaban entre 15.000 y 20.000 pesetas.
Según noticias, la concesión de la primera que circuló por el norte de La Palma la obtuvo el señor Ormuz. La propiedad de los vehículos podía ser unipersonal o compartida, figurando entre sus propietarios los señores Norberto, Pompilio, Juan Hernández “el gallo”, Domingo y Humberto. Sería bueno concretar los nombres completos y algunas vivencias de estas personas. Existían tres servicios, en horario clásico de mañana, mediodía y tarde, que enlazaba Santa Cruz de La Palma y Los Sauces y a finales de la década de los cuarenta rodaban al menos seis guaguas.











Fabricadas las carrocerías a manos de carpinteros y ebanistas finos y pintadas con sus colores característicos en rojo, negro y amarillo-ocre y bien mantenidas por los mecánicos de los talleres de la Exclusiva, las guaguas del norte se distinguían claramente de las de Herederos de María Santos Pérez, concesionaria del servicio del sur de la isla, pintadas de rojo y blanco y de marcas y modelos más variopintos.
Uno de los ebanistas más afamados de aquella etapa fue Manolo Curbelo Sanfiel, esposo de mi prima Adelina Lorenzo Hernández, ambos ya fallecidos, que vivieron su vida de casados en el número 56 de la calle Baltasar Martín de Santa Cruz de La Palma. Su hija Esther, como docente vocacional y persona meticulosa y exquisita, posee una interesante recopilación de datos legados por su padre.
Al desgranar el rosario de los recuerdos, hemos de recordar unos letreros pequeños, con letras negras pintadas sobre chapas blancas y apretadas a la madera con tornillos, en las que se informaba a los pasajeros de las normas elementales: “No distraer al conductor” (lo que no se cumplía, pues la gente se ponía a hablar con el conductor para evitar que se durmiera, recuerda Abilio Reyes Medina), “Se prohíbe fumar y escupir”, “Entréguese el billete al conductor al rendir el viaje”, así como un asiento reservado para mutilados de la guerra civil, que tenían ciertos privilegios, como el viaje gratis.



Entre las guaguas de Herederos de María Santos Pérez estaba la famosa “cucaracha”, que hacía el servicio entre Los Llanos, Las Manchas y Jedey -después también enlazó Los Llanos y Tijarafe-, conducida por Gabriel y Rafael, ambos vecinos de Las Manchas y “el correo”, de superior categoría, montado sobre un chasis Dodge, de la que Alberto Calero, fue durante muchos años su conductor y Ciro su cobrador y como todos ellos, a la voz de “¡vamos!” tiraba dos veces -“¡tin, tin!”- de una cuerda hecha en cuero que tocaba una campanilla situada a crujía cerca del conductor y le indicaba que podía continuar viaje.
En las guaguas “mochas” de María Santos Pérez -luego Herederos de María Santos Pérez-, la caja del motor dejaba al conductor sentado a la izquierda y a la derecha había un asiento individual y el resto de la guagua lo formaban asientos dobles numerados con una asilla metálica en su extremo y un pasillo central y cinco asientos en la parte trasera. El embrague del cambio tenía un sonido peculiar, lo mismo que el motor en marcha, cuyo calor calentaba el ambiente en invierno y lo hacía más sofocante en verano. Dos puertas situadas a la derecha permitían el acceso y por una escalerilla metálica situada en la parte trasera se subía a la baca donde se colocaban mercancías, garrafones y otros enseres, debidamente atados con sogas para evitar su rotura durante el viaje, entre constantes vaivenes y baches y en el que se tragaba mucho polvo.


Todavía hoy existen en servicio guaguas muy similares de la marca Austin con trompa –volante a la derecha y puerta a la izquierda, como en Inglaterra– en La Valletta, capital de la isla de Malta, donde tuvimos ocasión de verlas funcionando pintadas de amarillo-ocre, negro y blanco. La memoria, inmediatamente, nos llevó a nuestros años primeros en La Palma, cuando la parada de las guaguas del sur estaba en la Avenida Marítima, entre el Cabildo y la calle Apurón, y la de las guaguas del norte frente al Parador Nacional de Turismo, que fue el primer establecimiento de su clase que existió en Canarias.
Volviendo a la venta de Ferraz, llamada también Casa Ferraz, es un inmueble de dos plantas que abrió sus puertas en 1933 y durante muchos años estuvo atendida por María y Cesárea. Como toda venta de la época, en sus vitrinas y mostrador había de todo un poco: bebidas, enlatados, ropajes, calzados, aceites, legumbres, azúcar, gofio, frutas, piensos para los animales y un largo etcétera. Tenemos entendido que fue la primera familia que tuvo coche particular en Puntallana y en el interior del inmueble todavía se conserva la estructura de la venta. El tráfico hace años que no pasa por ese trozo de carretera, desde que las obras de ampliación y mejora acortaron el paso.

Concluimos. Lo que iba a ser una nota sencilla sobre la venta de Ferraz, como le habíamos prometido a nuestros amigos Miguel Bravo y Fernando Rodríguez Sánchez, se ha alargado pues al escribir estas líneas nos han venido a la memoria multitud de recuerdos vividos en las guaguas del aquel tiempo. A modo de sugerencia al Ayuntamiento de la localidad, pensamos que un panel explicativo colocado adecuadamente serviría para recordarle a las nuevas generaciones la importancia que tuvo este sitio, en la historia cotidiana del transporte de viajeros y del transporte en general en el norte de La Palma, al igual que el famoso “bar Parada” lo fue en Fuencaliente.
Fotos: Miguel Bravo, Manuel López Hernández, Fernando Rodríguez Sánchez, José Ayut, Francisco Jiménez Acosta y José Miguel Rodríguez Brito