A mi joven amigo Luis M. Machín Martín, vecino de San Andrés
Pascual Madoz, en su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1850), escribe de la villa de San Andrés que se encuentra “en un pequeño y delicioso valle entre los barrancos del Agua y de San Juan, con cielo alegre, buena ventilación y clima saludable. Forma ayuntamiento con el lugar de Los Sauces y los pagos de Galguitos, Las Lomadas y barranco del Agua”.
En la fecha a que se refiere la villa tenía 658 casas, “pocas de ellas agrupadas en el centro de la jurisdicción y las demás esparcidas en los referidos pagos, y una iglesia o parroquia bajo la advocación de San Andrés, de la que es aneja la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate que se halla en Los Sauces, servida por un cura, un presbítero y dos sacristanes: el curato es de primer ascenso y se provee por S.M. o el diocesano, mediando oposición en concurso general”.
En la interesante descripción señala, asimismo, que “hay una escuela de primeras letras, un pósito de corto capital y cuatro ermitas dedicadas a San Sebastián y San Juan Bautista en el pago de Los Galguitos; a San Pedro en el de Lomadas y a Nuestra Señora en el barranco del Agua. Antes de la exclaustración hubo un convento de frailes franciscos, cuya iglesia y edificio nada tienen de particular”. El terreno, de buena calidad y abundancia de aguas, producía cereales y legumbres, vinos, frutas y junto a la cabaña ganadera daba sustento a 2.635 vecinos.
Así pasaron los años en la vida apacible y sencilla de la villa de San Andrés, aunque en recelo con la localidad de Los Sauces, como lo acredita el hecho de que en el año de 1855 se dispuso “para cortar rivalidades antiguas entre ambos pueblos”, que se alternase el orden de las fiestas, es decir, que se hicieran las fiestas principales en los días en que correspondían según el almanaque, un año en una parroquia y otro año en la otra, “y que ambas se considerasen como iguales” [1].
La viajera inglesa Olivia Stone, que visitó La Palma en 1887, escribe en su libro Tenerife y sus seis satélites, refiriéndose a la villa de San Andrés, que “es un lugar mucho más antiguo que Los Sauces pero como, por desgracia, no posee agua sino que tiene que abastecerse del barranco, está decayendo ante su rival más joven y más próspero. San Andrés es famoso porque posee la iglesia más antigua de La Palma. La visita mucha gente procedente de todos los puntos de la isla, que viene a que le cure el Gran Poder de Dios, favor que concede a los que visitan la iglesia”.
“Como en Los Sauces, aquí también hay muñecas vestidas y figuras de cera colgadas alrededor de una columna particular. El piso de la iglesia es de ladrillos rojos y blancos, colocados entre trozos oblongos de madera. También nos mostraron unas imágenes talladas de San Juan y de la Magdalena y una talla, de tamaño real, de un Cristo yaciente, en una caja de madera: “El Cristo muerto” lo llamaban. Sólo alcanzamos a oír la palabra “muerto” y, cuando vimos la caja, pensamos que nos iban a mostrar un cadáver o una momia. Estas imágenes fueron todas hechas y regaladas a esta iglesia por un hijo de la Ciudad. Fuera, en el patio de la iglesia, crece el eucalipto, curativo y aromático. Cerca de la iglesia se encuentran las ruinas del convento de la Piedad. Su último monje, San Francisco, murió alrededor de 1867″ [2].
Otro viajero inglés, Charles Edwardes, autor del libro Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888), describe San Andrés diciendo que “la iglesia se levanta en su pequeña y descuidada plaza. Nada hay de excepcional en ella excepto sus pinturas melodramáticas, su altar, fechado en 1694, y su añejo techo de madera. El sacristán nos lo enseñó todo, incluidas las enmohecidas botas del cura y sus calcetines, que se guardaban en la sacristía junto con los vasos sagrados”.
“Hoy en día -prosigue-, San Andrés y Los Sauces forman una sola población, de la que la primera es su parte inferior. El distrito es famoso por sus aguas, su fertilidad y su aire puro y estimulante. Si La Palma ha de tener un sanatorio, éste debería ser construido en Los Sauces, cuya parte superior se halla a más de mil pies sobre el nivel del mar. Varias hermosas casonas y fincas, con sus jardines, otorgan un grado de esplendor a las afueras del pueblo que contrasta con el rosco y austero casco. Un enorme y antiguo monasterio, compacto como una ciudadela, se alza desde su soberbia posición. La plaza contiene un jardín italiano de palmeras, naranjos y multitud de arbustos y flores salpicados de estatuas. Al llevar largo tiempo desatendido, sus elementos luchan y se estrangulan entre sí” [3].
Bibliografía:
Edwardes, Charles. Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888). Traducción de Antonio Arbona Ponce. Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1996.
Madoz, Pascual. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1850). Ámbito Ediciones / Edirca. Valladolid, 1986.
Stone, Olivia. Tenerife y sus seis satélites. Vol I. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
Notas
[1] Madoz, Pascual. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1850). p. 41. Ámbito Ediciones / Edirca. Valladolid, 1986.
[2] Stone, Olivia. Tenerife y sus seis satélites. Vol I, p. 377. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
[3] Edwardes, Charles. Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888). Traducción de Antonio Arbona Ponce. Pp. 268-269. Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1996.
Foto:
Archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo