Con fecha 2 de febrero de un ya lejano 1971, la Armada daba de baja en su Lista Oficial de Buques a uno de sus submarinos, el S22. Este submarino, tercero y último del trio que formaron la serie D, se construyó en su momento por la Bazán cartagenera, y tuvo –como sus otros tres hermanos– la particularidad de que se comenzaron a construir durante la II República (su quilla se había puesto el 11 de diciembre de 1934), pero la Guerra Civil impidió que se siguiera adelante con ellos, no siendo terminados hasta bastante tiempo después de finalizar la contienda, teniendo lugar su puesta flote el 12 de febrero de 1952 y pasaron otros dos años hasta que causó alta, el 20 de febrero de 1954, en que lo hizo como submarino D3.
El hecho de haber estado tanto tiempo en grada supuso que ya toda la serie saliera anticuada, pero pocos años después de su alta, y tras los acuerdos de Cooperación y Ayuda Mutua firmados por España y los EE.UU., gracias a los dólares USA se sometió -junto con el segundo de la serie, no así del primero que quedó fuera del plan de modernización-, a una profunda remodelación, que le supuso no solo un cambio de equipos, sino la inclusión de otros de los que adolecía en origen, como radar y sonar principalmente, cambiando bastante incluso su aspecto físico a partir de 1962.
Pasados nueve años sería definitivamente retirado de las listas de la Armada, lo que supuso su posterior venta como chatarra, siendo finalmente desguazado en los meses siguientes en las instalaciones de la dársena de Espalmador de Cartagena, donde operaban dos empresas dedicadas a estos menesteres, quedando en poco tiempo convertido en pequeños trozos, a excepción de uno que aún se conserva.
Resultó que cierta persona era amigo personal del dueño del desguace (se omiten identidades, obvia e intencionadamente) y un buen día que se acercó a visitarlo se encaprichó de un trozo del submarino, de lo poco que en esos momentos quedaba por ser troceado, pensando en que le daría un toque especial y por supuesto único a su finca como adorno dentro de la misma.
Haciendo bueno el dicho de “los amigos estamos para algo”, el chatarrero en cuestión le ofreció regalarle el trozo más grande que aún quedaba prácticamente intacto, que venía a ser unos cinco o seis metros de proa, contados desde la misma roda, de modo que dicho y hecho, así que tras el clásico apretón de manos que a veces suele tener más valor que una firma autógrafa sobre un papel, el trato quedó zanjado.
En los días siguientes, el receptor lo recogió con un camión, y se lo llevó a su finca para admiración del resto de sus amigos que no daban crédito a semejante pieza ornato de su jardín… pieza que a día de hoy aún conservan los herederos de quien tuvo en su momento el singular capricho de solicitar a su amigo un trozo de submarino, y aunque pueda parecer algo insignificante pienso que no lo es, pues es el trozo más grande conservado en manos privadas de un submarino que en su día prestó buenos aunque breves servicios -por lo breve que fue su vida operativa- al Arma Submarina española, y por tanto, no deja de ser un trozo de historia de la misma en particular y de la propia Armada en general.

Fotos: archivo de Diego Quevedo Carmona
1 comentario
Esos submarinos fueron unos «cojos» toda su (corta) vida, con muchas limitaciones.
Me alegro de que se conserve un trozo de historia.