La pala mecánica de la carretera que lleva a ninguna parte

El Corazoncillo, El Cantillo y Las Goronas, topónimos de este episodio de lavas y desespero de tres meses de angustia. La Montaña Rajada protegió Las Breñitas hasta que el brazo de la destrucción asomó por la carretera, entre la propia montaña y Capa de Burro, a los diez u once días de la erupción.
Era el sur. Y por el sur no había televisiones en diferido ni periodistas para los directos que, desde Tajuya emitían al mundo la barbarie de Alcalá, Todoque y La Laguna.
La colada, que en los dos volcanes anteriores a éste, llamaban brazos, sepultó rápidamente Las Breñitas, se llevó casas, bordeó la Montaña Rajada por el sur y oeste, engulló las viviendas de La Montaña, históricas de D. Demetrio y D. Celestino y todas las que encontró por el Llano del Corazoncillo, tres viviendas vacacionales recién construidas y decenas de viviendas en el Camino de Montaña Rajada, llegó a la curva de Las Moraleras y cambió de rumbo hacia el norte. Le tocó a la casa de Facundo, antigua escuela de niños, el taller de Nico, antigua tienda de Pomponona, el Morro de Soto, más viviendas habitadas y reencuentro con la primera colada, en La Muralla.
Embistió hacia la Montaña de Cogote, arrasó más casas, la portada histórica, una parte de la casa de mamá y donde nací; la antigua zapatería de Ismael y Secundino y bajó sin control hacia Los Cinco Caminos.
Algún dron descubrió que El Corazoncillo estaba cubierto de negro. Algún medio publicó que al sur del volcán había casas entulladas de arena. El sur.
Arena, granzón, cenizas sobre las casas por efecto de los vientos alisios predominantes que nos situó en medio de su camino. No había imágenes, era el sur del volcán. Los propietarios mirábamos con lupa las escasas imágenes que alguna empresa de drones hacía desde mucha altura. Imágenes que únicamente nos decían que las casas existían. No sabíamos si estaban quemadas o sepultadas. Pero estaban.
Las coladas, las fajanas, las kipukas… Dos días antes del final una colada, brazo de lava, reventaba por El Salto y se desbordaba por Las Plantas hacia el sur. No hubo imágenes de las televisiones en directo, se llevó cinco casas más de la Urbanización El Corazoncillo. Llanto, desesperación y angustia.
Otra vez el sur, porque una boca del volcán nació por debajo de una vivienda de Los Pelados que corrió a seguir sepultando por la zona, se llevó lo que quedaba de la casa en la que nací y… el cementerio, en Las Goronas. Bordeó la Montaña de Cogote por Las Salgadas y se unió a las anteriores coladas por el Llano de don Pablo.
Ahora el sur, que es Las Goronas, El Cantillo y El Corazoncillo existe. La arena cubre las casas y accesos. Afortunados. Los vecinos sabemos que, enterradas las casas en toda esta zona y Los Pelados, agrietadas las casas, sin agua y corriente eléctrica, anuladas las carreteras y en un paisaje inerte e inanimado, volverá la ilusión y el poblamiento de las pocas casas que quedaron en pie.
Ahora no hay pájaros, no hay nada verde, se divisan decenas de casas en las que sólo quedan los tejados, viviendas incendiadas y semidestruidas. Además, altivo y omnipresente se presenta enfrente, a escasos metros el cono volcánico humeante y desafiante. Este volcán no nació en la Cumbre sino en medio de las casas de La Hoya. No podemos evitar no mirarlo. Impone.
Una pequeña pala escarba en donde había una carretera que nunca más unirá pueblos. Pero da esperanza.
Foto: cedida
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