La mezquita de Sevilla, probablemente construida en tiempos de Abd al-Rahmân II –así aparece en una inscripción de 830– o cuando menos ampliada por él, ocupa el lugar en el que en la actualidad se encuentra la iglesia de El Salvador. Al igual que la mezquita mayor de Córdoba, constaba de once naves transversales a la qibla y su nave principal era la de mayor altura, separadas entre sí por arcadas montadas sobre viejas columnas hispano-romanas o visigodas.
El edificio podría tener unas medidas aproximadas de unos 50 m de ancho, aunque es probable que fuera más largo. En el campanario de la actual iglesia sólo se conserva la parte inferior del antiguo alminar, situado al costado norte del patio, frente a la nave central. Su planta formaba un cuadrado que medía 5,88 m de lado, tenía varios pisos y poseía ventanas gemelas y a la galería superior se accedía por una escalera de caracol. De este edificio árabe del siglo IX se conserva, además, el Patio de Abluciones.
En tiempos de los almohades –que han sido comparados con sus contemporáneos europeos, los monjes cistercienses, caracterizados por el desprecio del lujo y la prédica del retorno a la sencillez más extrema–, su ascético rigor religioso se plasmó en una arquitectura austera, de ladrillo, con espacios vacíos para el descanso de la vista. En Sevilla existen dos edificios emblemáticos de aquella época: la mezquita mayor y la torre albarrana del Oro.
La mezquita mayor de Sevilla se levantó en el siglo XII, entre 1172 y 1176, el solar que actualmente ocupa la catedral hispalense. El oratorio tenía diecisiete naves y fue derribado en 1401 para construir en su lugar la actual catedral gótica. Sólo se conserva el patio y el espléndido alminar, heredero de la Kutubiyya de Marrakech y de la torre Hassan de Rabat, que en el siglo XVI recibió el universal título de Giralda por la veleta cristiana que la remata.
La situación es incorrecta, pues el alminar está descentrado en el muro oriental, cuando debía elevarse en la pared norte junto a la Puerta del Perdón, en eje con el acceso principal. Tal inexactitud responde a problemas de cimentación. Los textos árabes indican que, al proceder en 1184 el príncipe de los alarifes, Ahmed ben Basso, a su asiento en el punto ortodoxo, topó con un manantial y que sucesivas prospecciones en busca de terreno firme condujeron hasta el sector donde se alza actualmente. La obra se inició en piedra, aunque se interrumpió a los pocos meses, y en 1188 la prosiguió Alí de Gomara en ladrillo cortado, siendo inaugurada diez años después.
Se trata de un bellísimo prisma en el que, a pesar de la sobriedad y austeridad de los almohades, triunfa el concepto ornamental andaluz. García Lorca la llamó “torre enjaezada”, al comparar las labores de rombo o sebka que tapizan sus cuatro frentes con el alegre atalaje bordado de un arnés. Con posterioridad, estos delicados paños geométricos serían fuente de inspiración permanente para decorar los campanarios mudéjares de Castilla la Nueva, Aragón y Andalucía.
En el Museo Arqueológico de Córdoba se conserva una espléndida celosía calada en mármol, de estética puramente geométrica y abstracta. La celosía es un elemento muy característico de la cultura islámica, relacionado con el concepto de intimidad y preservación de la vida privada al que tanta importancia otorgan los musulmanes. La decoración geométrica es aquí pura, sobria y lineal.
Bibliografía
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http://www.otraarquitecturaesposible.com
(*) Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela.