Las cuentas del rosario de los recuerdos se vuelven interminables y se enjuagan en lágrimas de gratitud cuando se desgranan tantos años de feliz convivencia. No es fácil escribir a vuela pluma en un día de tan grande y contenida emoción las sensaciones que se agolpan en la memoria fértil de la dicha compartida, porque todos los recuerdos son buenos y galopan para situarse unos encima de otros, como si tuvieran preferencia por estar siempre entre los primeros.
Escribimos de la emigrante memoria de Félix Lorenzo Hernández, tío materno y padrino de bautismo, que ha emprendido hoy la singladura eterna. Desde su Fuencaliente natal, en la ladera oeste donde se abriga la casa que nos vio nacer, emprendió muy joven la aventura de la emigración clandestina a bordo del motovelero “Delfina Noya”, en un viaje lleno de riesgos hacia la tierra prometida en Venezuela, a donde arribó el 25 de junio de 1950 después de 37 singladuras, cuando aun no había cumplido 18 años de edad.
Trabajador infatigable, honesto y visionario, en Venezuela labró parte de su futuro; allá llegaron sus hermanos Juan y Panchito –más tarde llegaría tía Fernanda y su familia– y desde Palo Negro todos ellos ayudaron a quienes quedaron en Fuencaliente, a donde el tío Félix regresó a comienzos de 1959 para casarse con Isabel Pérez García, su novia de toda la vida, con quien ha compartido sesenta años de feliz matrimonio y apadrinó a quien esto les escribe, antes de regresar de nuevo a Maracay, donde fijaría su residencia por espacio de algo más de una década y allí formó su familia.
Recordamos el regreso humilde y triunfal al mismo tiempo de su persona, todo un acontecimiento en la familia, fruto del esfuerzo y el trabajo de quien había sembrado y supo recoger. Entre frecuentes idas y venidas en avión durante años a la siempre añorada y querida Venezuela, en Tenerife siguió trabajando en el día a día vital de sus aventuras empresariales en unión de su hermano Juan –el bar Tahití, el bar Hawai, la finca de Tacoronte, las plataneras de Las Galletas…– y siempre con el mismo afán y sentido práctico de las cosas bien hechas, del buen quehacer, del mejor sentir y querer, de su filosofía de entender la vida siendo cada día mejor persona sin hacer daño.
En 1974 fue uno de los cofundadores de la Casa de Venezuela en Canarias, aquella extraordinaria iniciativa del cónsul general Jesús Enrique Márquez Moreno, que estrechó lazos entre las conciencias y los afectos de ambas orillas. Entonces dio rienda suelta a la memoria colectiva de los años vividos en la tierra acogedora y durante años, muchos a decir verdad, disfrutó de su afición por el juego de las bolas criollas, formando parte de equipos que alcanzaron reconocido éxito y prestigio en su especialidad deportiva.
Cuando su salud empezó a resentirse, tío Félix afrontó con meridiana claridad y resignación cristiana su realidad y luchó hasta el final con plena conciencia y entereza. El pasado sábado le vimos por última vez en su cama hospitalaria y asintió nuestra presencia con el movimiento leve de su cabeza. Comprendimos, entonces, que estaba próxima su partida terrenal y hoy, estando lejos de Tenerife, nos llega la triste noticia.
Nos queda, por encima de todo, la honda emoción de haberle conocido, de sentirle parte esencial de nuestras vidas, de haber compartido con los suyos y todos nosotros tantos y tantos momentos sencillamente entrañables; nos quedan las enseñanzas de un hombre digno y honesto, empresario y emprendedor de éxito; un hombre consecuente con el carácter esencial de su generación, divertido y serio al mismo tiempo, amante del orden y el respeto, del baile y la música latina y esposo y padre de familia consecuente que ha cerrado su ciclo vital con la inmensa satisfacción del deber cumplido.
Descansa en paz, querido tío y padrino Félix.
Foto: Juan Carlos Díaz Lorenzo