En nuestros viajes a Venezuela hemos la oportunidad, en dos ocasiones, de visitar la antigua sede de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, un soberbio edificio de la época colonial que forma parte del rico patrimonio arquitectónico del país, afortunadamente bien conservado. Sobrevivió casi milagrosamente a las graves inundaciones que asolaron el Estado Vargas en diciembre de 1999 y allí volvimos a verlo erguido sin daños apreciables en la primera visita que hicimos al país después de la impresionante tragedia.
La Real Compañía Guizpucoana de Caracas se creó por real cédula de 25 de septiembre de 1728 expedida por el rey Felipe V y, como su propio nombre indica, formada en su mayoría por comerciantes vascos allí establecidos. Se le concedía el privilegio de la única autorizada para la importación y comercialización de toda clase de mercancías europeas en la provincia de Venezuela, así como la fijación de precios y compra de los bienes producidos en el país para su comercialización en España.
Abastecida la provincia de Venezuela, la Real Compañía Guipuzcoana estaba autorizada para comerciar con las provincias de Cumaná, Margarita y Trinidad, y facultada para operar indistintamente en los puertos de La Guaira y Puerto Cabello, aunque se le imponía que en España debía partir de Guipúzcoa y a su regreso debía arribar al puerto de Cádiz.
Hacia 1730 llegó el malestar contra las prácticas monopolísticas de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y comenzaron las protestas y las conspiraciones, entre ellas la del zambo Andresote, apoyado por hacendados y comerciantes de los valles de Yaracuy y por contrabandistas holandeses. El denominado Motín de San Felipe (1741) recibió apoyo del Cabildo, los terratenientes y comerciantes y “gente del pueblo”, y el movimiento en 1749 del destacado herreño y canario universal Juan Francisco de León (1699-1752), que estuvo apoyado por mestizos, mulatos y negros libres y sustentado con armas de los hacendados. Más que romper los lazos políticos del momento, estos movimientos pretendían debilitar el control excesivo que ejercía la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Aunque la semilla de la independencia había conseguido germinar.
En esta ocasión nos interesa el singular edificio, que es un soberbio ejemplar colonial cuya construcción finalizó en 1736. El inmueble tiene forma de paralelepípedo con un cuerpo central más elevado que define el eje de simetría, proporcionando énfasis a la fachada. Consta de dos pisos y un cuerpo central elevado. Se accede a través de un zaguán, que conduce a un patio circundado por corredores que relacionan los diferentes ambientes en las plantas a partir de un corredor en planta baja.
Techado y definido por pilares, se convierte en balcón en los otros niveles. Escaleras de madera tallada conectan verticalmente los pisos. En el primer nivel se observan los balcones con columnillas y balaustres de madera torneados, tanto en el centro como en las esquinas laterales. La estructura está construida con muros de mampostería de piedra, las columnas del patio central, los vanos de las puertas y ventanas son de de coral: los entrepisos son de madera así como los techos que están a la vez cubiertos de tejas.
La intervención más reciente la realizó el ingeniero Santico Calcina, por orden de la desaparecida Gobernación del Distrito Federal, quien por entonces era secretario ejecutivo de la Comisión para el Rescate de La Guaira Colonial. En 1964, la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de Venezuela, resolvió la declaración de monumento nacional y un año después, el Ilustre Concejo Municipal del Distrito Federal declaró el edificio patrimonio histórico de la ciudad de Caracas. En julio de 1997, el Ilustre Concejo del Municipio Vargas declaró a la Casa Guipuzcoana como sede del Museo Municipal y Oficina del Patrimonio Cultural y Natural de dicha ciudad, además de la Oficina del Cronista Oficial.
Foto: Whylmhar Daboín