Un hombre llamado Sotero intentó llevar una tubería para transportar agua desde El Riachuelo, en donde estaban las galerías, hasta la Costa de Fuencaliente, seguro que con la intención de roturar las fajanas y llenarlas de plataneras.
Era el año 1969 y en Las Manchas no había agua sino la que se recogía en los aljibes cuando llovía o la que se repartía en los chorros públicos, instalados los primeros por la voluntad altruista de José Antonio Jiménez González, «Patachueca» que, desde principios de siglo hacía cuestaciones populares para traer desde El Paso una tubería que aliviara las penurias de la sed. Cinco litros diarios de agua por familia.
La tubería de Sotero llegó a Jedey sorteando la altura de La Juncia, en el Barranco de Tamanca, pero no pudo seguir ante las dificultades orográficas que presentaron zonas como Las Goteras o Los Rodaderos.
Sotero no tuvo más remedio que renunciar al proyecto, ya con la tubería instalada hasta Jedey. Y fue la salvación para muchos vecinos que lograron, por primera vez, tener agua de derechos en las viviendas. Recuerdo siempre cómo se reunieron los vecinos en casa para ver llegar el primer chorro de agua de La Laja Azul que cayó sobre el aljibe. Todo un espectáculo.
Esta cajita de agua estaba en El Cantillo, sobre las lavas del San Juan. Cuando regresábamos de la escuela acudíamos a veces a escuchar el sonido del agua caer en los fieles de reparto de la pequeña cajita con puerta de madera y candado.
Se formó una comunidad de tubería llamada «Manchas Jedey» para repartir acciones que daban derecho a transportar un litro de agua por minuto de la tubería de Sotero. Unos años más tarde se formaron dos comunidades más, «Nueva Lucha» y Manchas de Arriba» que instalaron dos tuberías que llegaban a Jedey y a El Barranco, en Las Manchas de Abajo.
El volcán sepultó para siempre las tuberías de reparto y la casa del aljibe a la que llegó aquel primer caudal bondadoso. La cajita de agua de El Cantillo sigue en pie, humilde, como siempre lo ha hecho desde 1969 . Pero no tiene sonido, ya no tendrá nunca más agua que repartir por gramos en los fieles de madera.
Foto: Primitivo Roberto Jerónimo Pérez