Por espacio de algo más de tres décadas, Juan Matías Torres Pérez y quien suscribe fuimos amigos de buen hacer. Una amistad nacida al calor del paisanaje, herencia acrisolada de nuestro pueblo de Fuencaliente y la admiración que siempre sentimos hacia su trabajo bien hecho, conjunción de paciencia y sabiduría heredada y transmitida a las nuevas generaciones. En la hora de su despedida sentimos una pena grande, sí, pero también una satisfacción inmensa por haberle conocido y tenido entre los amigos leales y haber disfrutado durante todos estos años de su amistad y de sus amplios conocimientos.
Sucede que, asociada a la larga tradición vitivinícola de Fuencaliente, que remonta sus orígenes al siglo XVII, en los últimos años han consolidado su presencia en el mercado regional algunas bodegas familiares, las cuales, en clave de relevo generacional, han pasado el testigo de padres a hijos y, en algunos casos, han marcado el comienzo de una nueva etapa, en la que han consolidado y logrado expandir sus posibilidades.
Uno de los casos más significativos corresponde a Juan Matías Torres Pérez (Fuencaliente, 1948-2015), propietario de la bodega de su mismo nombre y las marcas comerciales “Vid Sur” y “Matías i Torres”. La cuarta generación de la familia Torres, que acaba de extinguirse con su despedida terrenal, siguió la senda que trazaron sus predecesores. Juan Matías era bisnieto, por línea paterna, de Luciano Hernández Armas (1856-1951), destacada figura de la historia contemporánea de Fuencaliente.
Personaje carismático, el viejo Luciano, como se le recuerda aún en el municipio, era maestro nacional, condición en la que llegó a Fuencaliente en agosto de 1874, con carácter interino y 18 años recién cumplidos. El ayuntamiento, en tiempos del alcalde José Domínguez Yanes, le encomendó dicha función porque “es persona apta para dicho desempeño por su saber e intachable conducta moral y política”.
Sin embargo, su temprana vocación docente habría de dejarla aparcada en agosto de 1882 para dedicarse al oficio administrativo en el ayuntamiento de la localidad, en el que prestó innumerables servicios y del que sería secretario por espacio de 46 años (1882-1927). Además, ejerció los cargos de presidente de la Cámara Agraria Local, secretario del juzgado de paz y estando jubilado ocupó cargo de concejal durante varios años. Hacia 1895, Luciano Hernández Armas, con la ayuda de familiares y amigos artesanos, construyó en terrenos de la familia Torres un lagar de pinotea para las vendimias, en el que se efectuó la primera cosecha.
La naturaleza volcánica de Fuencaliente y el buen y bien hacer de manos artesanas y laboriosas constituye el elemento básico para la calidad de sus viñedos. A finales del siglo XIX y durante buena parte del XX, la familia Torres Pérez tenía sus viñas repartidas en cuatro hectáreas de terrenos en los parajes denominados Los Llanos Negros y Las Rosas, cuyas cosechas eran elaboradas en dos lagares y cuatro bodegas situadas en sitios estratégicos y equidistantes de los campos de cultivo. La variedad más importante entonces era el listán blanco, cuya producción, en tiempos de Juan Torres Díaz, yerno del viejo Luciano, era enviada en barriles en su mayoría a Las Palmas, así como sacos de cochinilla, quesos y pieles.
El relevo generacional, a comienzos de la década de los años cincuenta, llegó de la mano de su hijo José Torres Hernández, etapa en la que se compraron terrenos en Las Machuqueras, lo que permitió aumentar considerablemente la producción de vinos, que eran vendidos en Las Breñas y, sobre todo, en los bares y casas de comidas en Santa Cruz de Tenerife, regentados por paisanos de Fuencaliente, caso de los primos Isaac Francisco de Paz e Isidro Francisco Pérez -arrendadores o propietarios de los bares “Galicia”, “Orinoco”, “La Pila”, “El Puerto” y “La Viña del Loro”-, así como un cuñado de éste y su esposa, Ismael García Mederos y Vicenta Francisco Pérez, que alquilaron y después adquirieron en propiedad “La Nueva Viña Palmera”. Cuando la cosecha palmera no era suficiente, entonces se importaban vinos de El Priorato y Jumilla, aunque la clientela, a éstos últimos, les concedía poco aprecio.
Aquellos eran otros tiempos. José Torres Hernández enviaba a sus clientes de Santa Cruz de Tenerife una media de 50 bocoyes anuales de 450 y 600 litros, respectivamente, así como algunos destilados, sobre todo aguardiente. Las pipas iban y venían a medida que el comercio lo demandaba. En Fuencaliente se cargaban en camiones y se descargaban sobre muelle para luego meterlas en las bodegas de los barcos de cabotaje por medio de tablones y la ayuda de lingadas.
A pesar del cuidado que se ponía en este tipo de trabajos, en más de una ocasión se produjeron roturas y la pérdida total del producto, pese a lo cual se trataba de recuperar el envase para su retoque y calafateado a cargo del carpintero. Y, así, una vez más, vuelta a empezar. En un año bueno, la cosecha de la familia Torres se traducía en unos 16.000 litros de vino, que la clientela tinerfeña esperaba con ansia, habida cuenta de la buena reputación que mantenía su proveedor.
En 1973, y debido a la enfermedad de José Torres, asumió el negocio familiar su hijo Juan Matías, que decidió continuar la tradición después de que le hubiera sido denegado el permiso para emigrar a Inglaterra, siguiendo la senda de muchos jóvenes palmeros de la época. La producción y la comercialización se mantenía en la misma tónica, tanto en envases grandes de madera como en garrafones, aunque en los años siguientes se produciría un cambio radical a raíz de las nuevas normativas sanitarias, lo que planteó la necesidad de renovarse o cerrar el negocio.
Por entonces, la bodega familiar se había incrementado en otras 29 pipas de 450 y 600 litros de capacidad, hasta alcanzar la cifra de 20.000 litros, y en la actualidad, gracias a los nuevos envases de acero inoxidable que suman otros 10.000 litros, la capacidad se ha incrementado a 30.000 litros.
En los últimos años se ha producido, además, un cambio en la tendencia de cultivo de las variedades, de modo que el listán blanco, uva tradicional por antonomasia de la comarca de Fuencaliente, ha cedido el paso a la tinta negramoll, de la que la familia Torres Pecis cosecha el 80% de su producción, repartiendo el 20% restante entre listán blanco y otras varietales y malvasía, con apenas un dos por ciento, traducido en cosecha propia en unos 300 litros, a los que suman otros 500 litros, por término medio, de uva comprada a otros cosecheros.
“La malvasía –nos decía, satisfecho, Juan Matías Torres Pérez, en un reportaje que publicamos en junio de 2008 en Diario de Avisos, periódico decano de la prensa de Canarias– es una joya a nivel mundial. Los Llanos Negros, que es la mejor zona vinícola de La Palma sin discusión alguna, debería estar dedicada exclusivamente a su cultivo, como si se tratara de reserva del varietal. Las posibilidades de la malvasía son muy importantes y puede tener un alcance insospechado si sabemos orientarlo adecuadamente y darle el trato que merece”.
El cambio de orientación de cultivos de uva blanca a tinta obedece a razones de mercado. “Siempre se ha identificado a Fuencaliente como tierra de vinos blancos, como así es, pero su cuota de mercado está muy limitada, cuando no estancada. El público prefiere los vinos tintos. En La Palma, al igual que en otras comarcas de Canarias, los tintos han mejorado mucho, y a ello ha contribuido la tecnificación y los cambios en los criterios de cultivo. Todas las bodegas, en la actualidad, producen vinos tintos. En nuestro caso hemos mantenido la forma tradicional para los tintos y malvasías y, aunque no soy enólogo, el resultado alcanzado ha sido muy satisfactorio. Con la producción de blancos seguimos otro camino, ahora más tecnificado, para evitar aireaciones y oxidaciones, con fermentación en acero y niveles adecuados de sulfuroso, de manera que el producto mantenga sus cualidades”.
El propietario de Bodegas “Vid Sur” y “Matías i Torres” ponía entonces especial énfasis en las vendimias: “Debemos procurar hacerlas lo más frescas y afrutadas posibles”, para lo cual resulta indispensable recoger la uva en horas tempranas, dispensarle un trato exquisito, evitando golpes y amontonamientos innecesarios. “A la uva, lo mismo que al plátano y a otras frutas, hay que mimarla”, nos decía convencido.
En 2000, ante el curso de las nuevas normativas, Juan Matías Torres Pérez registró la marca “Vid Sur”, con la que se identifica el fruto de su trabajo. La producción se ha mantenido estable, con ligeras variaciones al alza, en función de la calidad y cantidad de las cosechas. El apoyo del público a una producción exquisita y bien elaborada consigue su fruto y cada cosecha está prácticamente vendida. Además, la concesión de premios supone “un estímulo y un impulso para seguir trabajando”. El relevo lo ha tomado una mujer perteneciente a la quinta generación Torres. Su hija mayor, Victoria Eugenia, viene trabajando desde hace tiempo y dando pasos consistentes, que aseguran la continuidad de una tradición familiar que ya tiene rango centenario.
Fotos: Juan Carlos Díaz Lorenzo y Victoria Torres Pecis