A comienzos de 1992, un grupo de alumnos del maestro nacional Juan Hernández de Paz –entre ellos Eudoxio Hernández Ortega, Jaime Hernández de Paz y Narciso Hernández Cruz– promovieron un homenaje póstumo a la memoria del docente insigne del que habían aprendido en sus años mozos los apreciables valores de querer y poder ser más y mejores personas desde el conocimiento. Coincide la circunstancia de que los tres alumnos citados pudieron realizar unos pocos años después estudios superiores, gracias al buen quehacer y orientación de su maestro y la influencia que ejerció en sus respectivos padres, en una época de estrecheces económicas.
El empeño de aquellos alumnos agradecidos encontró de inmediato el apoyo necesario y consiguieron que el pleno de la corporación local de Fuencaliente de La Palma, en tiempos del alcalde Pedro Nolasco Pérez y Pérez, concediera el nombre de Juan Hernández de Paz a una calle del municipio, lo que se verificó, previo acuerdo plenario y por unanimidad, en acto público celebrado el 28 de agosto del citado año en el barrio de Las Indias, ocasión emotiva en la que tuvimos el honor de estar presentes.
Juan Hernández de Paz nació el 6 de mayo de 1891 en Las Indias, primogénito del matrimonio formado por Francisco Hernández Hernández y Manuela de Paz Armas. Le seguirían otros seis hermanos: Leonardo, Antonio, Manuela, Petra, Mateo y Maruca Hernández de Paz. Su padre, conocido como don Pancho Hernández, era un gran amante de la lectura –poseía un baúl lleno de libros de diferentes materias– y se convirtió en promotor constante y destacado de la primera escuela en su pueblo natal desde su posición de síndico del ayuntamiento local, como se refleja en los libros de actas y en su condición de juez de paz (1901-1903).
En 1908, a la edad de 17 años, el joven Juan Hernández de Paz emigró a Cuba y en Cabaiguán trabajó en la contabilidad de las casas dedicadas al cultivo y comercialización del tabaco. Regresó a La Palma en 1914, posiblemente a bordo del trasatlántico “Valbanera” y en 1920 contrajo matrimonio con Josefa Antonia Torres Martín, natural y residente en el barrio de Los Quemados, de cuya unión nacieron tres hijos varones: Pedro, Juan y Justo Pastor Hernández Torres.
Su vocación por el aprendizaje y su constante afán por el conocimiento le inclinaron por la enseñanza y sustituyó interinamente a los maestros nacionales Enriclay Ávila y Luciano Hernández Díaz, aún sin disponer del título correspondiente. Por entonces ya cursaba estudios de Magisterio en la Escuela Normal de Las Palmas de Gran Canaria, donde finalizó y ganó oposiciones, con total éxito, en 1924.
Regentó su primera escuela en Galguitos (San Andrés y Sauces) y en 1927 se trasladó a Adeje, regresando dos años después a Fuencaliente, su pueblo natal, con destino en la escuela unitaria de Los Canarios. Amante de la lectura, de las ciencias físico-matemáticas, de la gramática y, en general, de todas las ramas del saber, sintió especial predilección por las personalidades de Freud, Ortega y Gasset, así como Cervantes, Víctor Hugo, Luis de Camoens, los clásicos griegos Homero y Aristóteles y el romano Ovidio.
Se formó como excelente pedagogo siguiendo las directrices de Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827), el gran educador y pedagogo suizo y aún hoy sus alumnos octogenarios le recuerdan con la alegría del aprendizaje sin esfuerzo. Además, fue un apasionado defensor de los intereses de su pueblo y realizó estudios sobre la Fuente Santa que fueron publicados en los periódicos palmeros de la época. Le interesaban también las situaciones relacionadas con la economía, la política y la sociedad de su tiempo, todo ello interrelacionado con las experiencias obtenidas durante su estancia en Cuba. [1]
Fiel cumplidor de sus conceptos religiosos cristianos, durante la Segunda República fue presidente local de la Unión Republicana hasta el 25 de julio de 1936, una semana después de la sublevación militar contra la República. Como consecuencia de envidias y odios injustificados, fue perseguido y falleció el 30 de noviembre de 1936 en circunstancias trágicas, a la edad de 45 años, “dejando como herencia y ejemplo los eternos valores de voluntad, trabajo, honradez y dignidad humanas, enmarcado en un alma buena y libre, con proyección futura de altos vuelos sobre la familia y la Patria, vectorizados en deseos y convicciones de evolución cósmica y eternizados en la trascendencia anclada en el amor y en el ser más”.[2]
Foto: Archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo
Notas:
[1] Díaz Lorenzo, Juan Carlos. Fuencaliente. Historia y tradición. p. 325. Madrid, 1994.
[2] Consideraciones de su hijo Pedro Hernández Torres (1921-1988), en escrito remitido en agosto de 1984 a este cronista oficial.