El crudo invierno invade con su manto blanco a la bella Finlandia y nos deja sugestivas imágenes del bello pueblo de Porvoo [Borgå en sueco, que se traduce por río del castillo], considerado por muchos el más bonito, aunque son muchos los pueblos bonitos y atractivos que tiene el país nórdico. Se trata de una visita muy recomendable en cualquier estación del año, aun en esta época, pues la zona residencial del casco antiguo con sus casas de madera y sus calles adoquinadas en ordenada mesura visual tienen un encanto especial, cuyo disfrute nos hace evocar vivencias y recuerdos de los años idos para siempre.
Porvoo está situada a unos cincuenta kilómetros de la capital del país, Helsinki. Desde 1380 ostenta el título de ciudad, si bien algunas fuentes sitúan la fecha de su fundación en 1346, cuando recibió la visita de Magnus Eriksson. Defendida por un castillo levantado sobre una colina, en sus orígenes se había convertido en sitio de descanso del Camino del Rey, conocido también como Gran Camino de la Costa. La catedral data de comienzos del siglo XIV, consustancial a la fundación de la ciudad y tiene la excepcional historia de que ha ardido en cinco ocasiones –tres de ellas en el siglo XVI–, siendo reconstruida otras tantas veces.
El enclave prosperó debido al comercio y la naturaleza de su espacio físico, unida al mar por un río, por cuyo cauce pasaban los barcos que traían las mercancías procedentes de Europa que iban hacia el norte y, a la inversa, confluían las pieles y otros productos que se vendían en Tallin y Europa central. Ello atrajo a comerciantes alemanes que formaron la burguesía local e implantaron el esquema arquitectónico que conocemos en la actualidad, además de la organización social y administrativa con un mercado y un ayuntamiento.
La tradición dice que las casas rojas de la costa se pintaron así en honor a la llegada de Gustavo III, rey de Suecia. Convertidas en almacenes de ribera de un puerto medieval, por ellas han pasado cantidades ingentes de sal y otros productos. En el siglo XVI le fueron concedidos derechos propios de exportación, que se prolongaron durante parte de la centuria siguiente, favorecido por el auge del comercio de la mantequilla, la madera, el pescado seco, el lino y el alquitrán. La euforia duró hasta que ese tráfico mercantil fue desviado al puerto de Helsinki.
El casco histórico es una muestra de la perfecta simbiosis entre lo antiguo y lo nuevo y sus tiendas y cafeterías son muy conocidas en todo el país, convirtiéndose en un atractivo nacional. A ello ha contribuido la reorganización administrativa, efectiva desde enero de 1997, en la que la ciudad vieja y la nueva y la municipalidad rural de Porvoo se unieron en una sola y con la combinación de sus recursos, se ha convertido en un espacio cada vez más atractivo para personas y empresas.
Fotos: Niko Laurila / Discovering Finland