Iberia Express sabe desde hace mucho tiempo que en algunos vuelos de conexión, los equipajes corren el riesgo severo de no llegar a su destino al mismo tiempo que los pasajeros. Lo sabe y no pone remedio, lo cual evidencia dos cosas: la autocomplacencia y el desprecio a sus clientes y su incapacidad para resolver una situación que causa daño y enojo, algo que podría evitar si hubiera mejor voluntad. Iberia Express sabe perfectamente que una programación ajustada conlleva esos riesgos y cualquier mínima incidencia va a repercutir directamente en la calidad del servicio. Con ello jamás conseguirá alcanzar niveles de excelencia, puesto que se ha acostumbrado a la mediocridad y parece que así se siente cómoda.
Con el eufemismo “llegada tarde del avión”, que puede ser debido a diversas causas, el vuelo IB 3879 Santiago de Compostela-Madrid de ayer despegó con media hora de retraso y a su llegada a destino, 45 minutos de transbordo parece que no fueron suficientes para que el personal de handling pudiera pasar las maletas de un avión a otro.
No conocemos los entresijos en materia de equipajes de un aeropuerto como Madrid-Barajas, aunque suponemos que han de pasar por un distribuidor central para su posterior reparto al avión asignado. Sucedía, en este caso, que era el mismo avión (EC-MEG) en el que habríamos de continuar viaje a Tenerife Norte. Sin embargo, según el piloto, un golpe externo a la estructura de la aeronave obligó a su desalojo quince minutos después de la hora programada para su salida y el transbordo a otro avión (EC-LEA); algo que, sorprendentemente, se hizo en apenas una hora.
De modo que ese mayor espacio de tiempo, conocida la incidencia, no fue suficiente para que los equipajes que habían quedado colgados pudieran ser embarcados en el avión correspondiente. Y ahí es donde pensamos que algo falla en los procedimientos en algún momento concreto de su recorrido, cuando parece que es preferible dejar las “maletas localizadas” para el día siguiente y perjudicar con ello al pasajero, antes que resolver la situación habiendo margen suficiente para ello.
Y como no hay dos sin tres, aparte de la verborrea de la sobrecargo del vuelo, en el que el incómodo avión tenía como destino las “Islas Afortunadas” en lugar de Tenerife Norte y se despidió con un panegírico sobre las cualidades paisajísticas y gastronómicas de Canarias que causó las risas del pasaje, a la llegada al aeropuerto de destino no funcionaban los “fingers”, a pesar de que había varios de ellos libres, con lo cual el pasaje desembarcó por las escaleras y llegó a la terminal en jardineras. Sumando minutos y más minutos, luego vino la reclamación correspondiente y como a Iberia Express le importa poco el tiempo de sus pasajeros, harán el reparto hoy a partir de las 17 horas, pese a que han debido llegar a mediodía a su destino.
Conclusión. En la medida de lo posible, hay que evitar volar con Iberia Express. Los buenos gestos de los pasajeros que facturan su maleta que bien podría ir en cabina, y que se pierde por el camino, tiene el desprecio como respuesta. Cuando no quede más remedio, sobre todo en vuelos de conexión, es preferible llevar el equipaje consigo, a riesgo de que luego lo bajen a bodega. La política de equipajes deja mucho que desear y se ha vuelto sectaria. Pensamos, sin embargo, que un procedimiento eficaz para estos casos ahorraría muchos disgustos, pero tenemos la impresión que no hay interés en que sea así.
El sucedáneo de la otrora gran compañía que fue orgullo de España sigue inmersa en la mediocridad. La pertenencia al holding IAG, lejos de ser una ventaja para los pasajeros, solo favorece a sus accionistas y directivos cómodamente apoltronados. Y no culpamos al personal, que tiene que lidiar con lo que les viene impuesto, sino a quienes tienen responsabilidad y capacidad para hacer que las cosas funcionen mejor y no lo hacen, así como a quienes, en instancias más altas, lo permiten. Y a buen entendedor, pocas palabras basta.
Foto: Juan Carlos Díaz Lorenzo