A Constanza Negrín Delgado, in memoriam
La primitiva iglesia de esta advocación estaba construida, aunque en estado ruinoso, cuando el propietario de la Hacienda e ingenio azucarero de Tazacorte, Jácome de Monteverde, llegó a la isla en 1513 y viera entre los cañaverales “una iglesia que se dezía Sant Miguel, la cual en estos tiempos estava muy vieja y derrivada”, pues había sido la primera que se edificó en la isla, cuando, el 29 de septiembre de 1492, fecha en la que el adelantado Alonso Fernández de Lugo desembarcó en la rada de Tazacorte y prometió, como así hizo, consagrar una ermita en su honor.
Un documento firmado en Burgos el 17 de junio de 1521, y depositado en el Registro General del Sello del Archivo de Simancas (Valladolid), deja constancia del estado de ruina y abandono en que se encontraba el citado templo, a lo que había contribuido el sembrado de los caminos por donde antaño se dirigían hasta ella los peregrinos.
Debido a la voluntad del rico hacendado Jácome de Monteverde se edificó una nueva ermita en las proximidades donde se encontraba la anterior, siendo costeada por el citado propietario, que dispuso el trabajo de “sus propios esclavos y bueyes” y encomendó el trabajo remunerado a los oficiales, todo a su costa y sin aceptar donativo alguno.
La fábrica se llevó a cabo con la licencia del obispo Fernando Vázquez de Arce y estaba concluida el 13 de diciembre de 1522, fecha en la que llegó a Tazacorte el visitador fray Vicente Peraza, quien ordenaría a su fundador cercar la primitiva iglesia junto con el cementerio colindante, el derribo de las ruinosas paredes que entonces todavía existían y fijar una cruz en el centro, prohibiendo el acceso al lugar salvo para la exhumación y traslado de los cadáveres allí enterrados. Por entonces se hizo constar que hacía más de quince años que la primitiva ermita “questava desierta”, sin techo y llena de hierbas por dentro, siendo sustituida por el nuevo templo levantado en un paraje próximo, evitando con ello daños a la plantación de cañaverales.
En efecto, la razón aducida por Jácome de Monteverde parta justificar el cambio de emplazamiento de la primitiva iglesia fue el incendio propagado desde ella por su estado de abandono, de uno de sus cañaverales, valorado en 5.000 ducados –una fortuna para la época- cuando la caña “estava para moler”, ocasionándole unas pérdidas de más de 3.000 arrobas de azúcar[1].
La nueva fábrica era una “muy buena” construcción de cantería, de una sola nave y una sola puerta, con una superficie de 15 pasos de longitud por 10 de ancho, un campanario “hecho en piedra bermeja” con arreglo a las dimensiones de su campana y un tejado a dos aguas con techumbre de madera.
La sobriedad de la arquitectura local tenía un acusado contraste con la suntuosidad de su decoración, pues su promotor “hizo traer y traxo de Flandes… muchas ymágenes de bulto doradas y otras de pincel”, con un coste parcial de 24 ducados, además de la campana, un cáliz de plata, ornamentos sagrados y los demás objetos para el culto. Todo este material llegó procedente de Amberes, desde donde había sido enviado por los factores de Monteverde, aprovechando los viajes de retorno de las naves que habían transportado hasta el puerto del Escalda los cargamentos del excelente azúcar producido en los ingenios de Argual y Tazacorte.
En un inventario realizado en 1528 consta la presencia de un Cristo crucificado en el centro, un grupo sedente de Santa Ana Triple y la imagen de San Miguel, intercalándose unas tallas de menor tamaño de San Cristóbal con el Niño Jesús al hombro y un pino en la mano, Nuestra Señora del Rosario con su hijo en brazos y el citado Crucifijo con la Dolorosa y San Juan Evangelista dentro de una urna.
También consta la presencia de tres pequeñas esculturas “de un palmo de alto”: un Niño Jesús ataviado con su camisita entre Santiago el Mayor y Santa Margarita de Antioquia, que gozaban de especial veneración realzados en sus tabernáculos por tratarse de los patronos del comitente y de su esposa, Margarita de Pruss, cubriéndose a sus extremos los espacios libres del testero con sendos cuadros de la Virgen y el Niño. Habría que añadir dos lienzos colgados a ambos lados de la cabecera y otras representaciones al óleo –la Natividad, la Anunciación y Santa Ana- en los costados de la nave, además de otros ornamentos[2].
Para el servicio religioso de la ermita, y de la iglesia de Nuestra Señora de Las Angustias, Jácome de Monteverde había designado a un clérigo extranjero llamado Nicolás Alemán, a quien el visitador eclesiástico concedió licencia, en diciembre de 1522, para administrar los sacramentos y servir su capellanía.
El clérigo debía decir misa diaria en la ermita de San Miguel y cantar la salve en la ermita de Las Angustias todos los sábados por la tarde en su presencia, así como en las fiestas y en sus vísperas, siempre en presencia del rico hacendado y de su familia, que le pagaba el salario, además de la comida y la bebida.
El fallecimiento del opulento caballero germano afincado en La Palma, ocurrido en Sevilla en julio de 1531, cuando cumplía condena en el monasterio de San Francisco el Grande –donde recibió sepultura en una capilla del claustro por él fundada- como “sospechoso” de herejía luterana impuesta por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, dejó en manos de su esposa y herederos el patronato de las citadas ermitas, con la obligación expresa de sufragar sus gastos de mantenimiento, aceite y cera y de continuar sustentando la capellanía con sus obligaciones.
Además de las vestiduras sacerdotales, y de otros ornamentos, también traídos de Flandes, estaba depositada la arqueta que contenían las Santas Reliquias, provenientes de Roma, que fray Ignacio de Acevedo había regalado en julio de 1570 a Melchor de Monteverde y Pruss, poco antes de padecer el cruel martirio a manos de los hugonotes frente a la costa de Fuencaliente, cuando viajaba a bordo del galeón Santiago camino de la evangelización del Brasil.
En el sagrario se guardaban, con mucha veneración, el cáliz y la patena, regalo del Papa Pío V, conque habían dicho la misa, el cual conservaba una confusa melladura hecha con los dientes incisivos en el momento de sumir el sanguis, atribuyéndose entonces este hecho a la revelación de que en aquel momento había tenido dicho sacerdote de que iba a padecer el martirio[3].
La iglesia parroquial de Tazacorte también poseía un grupo que representaba a Santa Ana-Triple, según se desprende del inventario del templo recogido en el archivo de las Haciendas de Argual y Tazacorte en 1613, situadas en un altar, donde figuraba “un retablo a el olio de Nuestra Señora con un niño Jesús y otro de vulto de Santa Ana i nuestra Señora con el niño Jesús…”.[4]
En el mismo documento se anotó la existencia de una pequeña arqueta de madera forrada en cuero repujado y sobredorado, realizada en torno a 1570, que contenía las reliquias que el padre Ignacio de Azevedo regaló el mismo año de su martirio al caballero flamenco Melchor de Monteverde y Pruss, hijo primogénito de Jácome de Monteverde. Esta pequeña arqueta de origen flamenco se cierra con tapa semicircular y se decora con motivos fitomorfos repujados sobre cuero rojo y sobredorados; tondos renacentistas con cabezas masculinas y femeninas afrontadas, se repiten sobre la tapa y las caras laterales.
Los compromisos adquiridos por los herederos de Monteverde en las sucesivas particiones patrimoniales, especialmente en la citada de 1613, hicieron que la ermita de San Miguel mantuviera su compostura, como lo acredita el visitador Juan Pinto de Guisla en julio de 1678. Sin embargo, medio siglo después, el paso del tiempo y la desidia de sus sucesores habían hecho mella y el templo estaba arruinado, de modo que en 1739, un auto del visitador general del Obispado de Canarias, Luis Manrique de Lara Trujillo de Vergara, ordenaba su reedificación a uno de los copatronos, el capitán Juan Lorenzo Vélez de Ontanilla y del Hoyo-Solórzano.
En esta época la iglesia estaba cercada por un muro coronado de almenas, cerrándola con portada por la entrada principal hacia poniente, con arco de cantería adornado con el escudo de armas de Monteverde y Vandale con perillones y agujas, la puerta abalaustrada y con llave, que se abría los días de culto, pues había otra puerta en la parte trasera para el uso del capellán.
En 1922, la iglesia de San Miguel fue elevada a la categoría de parroquia, desmembrándose de la de Nuestra Señora de Los Remedios, a la que hasta entonces había pertenecido y en la década de los sesenta se ejecutó una ampliación hacia la derecha, con el añadido desafortunado de una nave lateral, de dudoso mérito.
Notas:
[1] Negrín Delgado, Constanza. Catálogo de la Exposición “El fruto de la Fe. El legado artístico de Flandes en la Isla de La Palma”. Santa Cruz de La Palma, julio-agosto 2005.
[2] Op. cit.
[3] El cronista palmero Juan B. Lorenzo (Noticias para la historia de la Palma, tomo I, 1975), cita que en el año 1831, el obispo Luis Folgueras y Sión visitó La Palma y se llevó esta reliquia, enviándola a Roma.
[4] Negrín Delgado, op. cit.
(*) Licenciado en Historia del Arte (Universidad de Santiago de Compostela).
Fotos: Fernando Rodríguez Sánchez (palmerosenelmundo.com)