El sentimiento nacionalista finlandés vivía desde la mitad de la década de los años treinta del siglo XIX un primer periodo de esplendor, sobre a partir de 1835, con la aparición del extenso poema épico Kalevala, recopilado por Elías Lönnrot e inspirado, en buena parte, en los cantos populares de los bardos carelianos. Al mismo tiempo, el poder ruso estimuló el empleo del idioma finés como fórmula para contrarrestar la influencia cultural sueca, lo que llevó a la reforma de la enseñanza, de modo que el idioma finés se convirtió en el segundo idioma oficial.
Todo ello tendría un precio. El despertar de la conciencia nacional finesa tardaría su tiempo en colisionar frontalmente con el carácter autocrático del régimen zarista y provocaría un endurecimiento de las relaciones con el paso de los años. Encontramos algunos ejemplos significativos del deterioro de la situación. En febrero de 1899, y a instancias del gobernador Brobikov, un manifiesto del zar suprimiría el ejército finlandés e impondría el ruso como idioma de la administración.
Esta situación se prolongaría hasta 1905, cuando la revolución rusa produjo una cierta flexibilización, que se tradujo un año después en una reforma parlamentaria basada en el unicameralismo y el sufragio universal. La mujer finlandesa obtuvo el derecho al voto, siendo Finlandia el primer país europeo y el segundo en el mundo en otorgarlo. Sin embargo, en 1907, el éxito de los socialistas en las elecciones de aquel año, provocó la intensificación de la represión y la “rusificación”.
El 6 de diciembre de 1917, aprovechando el fin del Imperio ruso –el Gran Duque Nicolás II había abdicado el 15 de marzo del citado año– y la actitud benévola del nuevo gobierno bolchevique, el Senado finlandés declaró la independencia [Suomen itsenäistyminen] del país como república soberana, al entender que la unión hasta entonces existente entre Rusia y Finlandia había perdido su base legal. Las negociaciones a la propuesta aprobada por el gobierno interino fue transformada en la denominada Acta de Energía [Valtalaki] en la que se reconoce el control sobre los poderes legislativos, a excepción de la política exterior y los asuntos militares y la disolución por sí misma. Cuando llegó el momento de la votación, la ley no fue aprobada, se ordenó la disolución del Parlamento y, contra todo pronóstico, se mantuvo el Gobierno provisional.
Hubo nuevas elecciones en las que el gobierno provisional resultó derrotado y el 5 de noviembre el Parlamento se autodeclaró como “poseedor de la autoridad suprema del Estado” en Finlandia, al amparo de lo establecido en el articulado del Instrumento de Gobierno de 21 de agosto de 1772, aprobado después del golpe de estado incruento del rey sueco Gustavo III.
Los acontecimientos se sucedieron a velocidad vertiginosa. El 15 de noviembre, los bolcheviques declararon el derecho general a la autodeterminación, así como el derecho de secesión para los pueblos de Rusia y en ese mismo día el Parlamento finlandés proclamó una declaración en la que asumía todos los poderes del antiguo soberano en Finlandia. Pero se entendió, entonces, que ese instrumento legal ya estaba desfasado –pese al apoyo que había recibido durante mucho tiempo por parte de la nobleza y los círculos que habían mantenido la monarquía– y se abogó por una constitución republicana.
La Declaración del 15 de noviembre dice, explícitamente, que
“el pueblo de Finlandia, por este acto, tomó su destino en sus manos: una medida justificada y demandada por las condiciones actuales. Los habitantes de Finlandia sienten que no pueden cumplir con su deber nacional y las obligaciones humanas universales, sin una completa autonomía. El deseo de un siglo de antigüedad por la libertad espera ahora su cumplimiento, el pueblo de Finlandia tiene que dar un paso adelante como nación independiente entre las demás naciones del mundo”.
(…) las personas de Finlandia osan esperar que las demás naciones del mundo reconozcan que con su plena independencia y la libertad del pueblo de Finlandia se puede hacer lo mejor para el cumplimiento de los fines que les ganen una posición independiente entre la gente del mundo civilizado”.
(…) El gobierno se acercará a las potencias extranjeras para buscar el reconocimiento internacional de nuestro país como estado. En este momento esto es especialmente necesario cuando la grave situación causada por completo al país con el aislamiento, el hambre y el desempleo obliga al Gobierno a establecer relaciones efectivas con los potencias extranjeras, lo que ayuda pronto en satisfacer las necesidades de la vida y la importación de los bienes esenciales para la industria, es nuestro rescate sólo de la hambruna inminente y el estancamiento industrial”.
El histórico documento tiene estampada la firma de los senadores P.E. Svinhufvud, E.N. Setälä, Kyösti Kallio, Jalmar Castren, Onni Talas, Arthur Castren, Heikki Renvall, Juhani Arajärvi, Alexander Frey, E.Y. Pehkonen y O.W. Louhivuori.
El 18 de diciembre de 1917, doce días después de la declaración de la independencia, el gobierno ruso emitió un decreto en el que reconocía el nuevo estatus de la República de Finlandia, cuyo primer ministro fue Pehr Evind Svinhufvud, que ocupó dicho cargo en su primer mandato entre el 27 de noviembre de 1917 y el 27 de mayo de 1918. El primer presidente de la República, Juho Stahlberg, del Partido Progresista Nacional, ostentó la máxima magistratura nacional entre 1919 y 1925.
La nueva situación sería reconocida en el Tratado de Brest-Litovsk, firmado el 3 de marzo de 1918 en la ciudad polaca de dicho nombre, entonces bajo soberanía rusa, entre el Imperio alemán, el Imperio Austro-Húngaro, Bulgaria, el Imperio otomano y la Rusia soviética. En el Tratado, Rusia renunciaba a Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, que a partir de entonces quedaron bajo el dominio y el control social y económico de los Imperios centrales. Al mismo tiempo entregó Ardahan, Kars y Batumi al Imperio otomano y Alemania consiguió reforzar el frente occidental con efectivos orientales.
Sin embargo, la derrota alemana en la Gran Guerra anuló el Tratado y sólo Finlandia y Turquía, sucesora del Imperio otomano, conservaron los territorios fruto del citado acuerdo. En el artículo 6º del Tratado se dice que Rusia debe desocupar Finlandia y las islas Aland, incluyendo sus puertos. “Si el hielo no permite que los barcos rusos dejen los puertos, debe dejarse una tripulación mínima en los mismos”, del mismo modo que las citadas islas “no deben volver a ser fortificadas”.
Sin embargo, el recién iniciado camino estaba sembrado de espinas entre los propios finlandeses, denominados “rojos” [punaiset], los apoyados por la Rusia bolchevique y “blancos” [valkoiset], los que apoyaba el Senado controlados por los conservadores y que pretendían mantener la independencia y estaban respaldados por el Imperio alemán. En los cinco primeros meses de 1918, Finlandia conoció una breve pero amarga guerra civil, que marcó la escena política del recién nacido país durante bastante tiempo.
Bibliografía:
www.finland.fi
(*) Cónsul de Finlandia en Canarias
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