En estos días hemos despedido a uno de los palmeros que han sido paradigma de trabajo, constancia y éxito. Federico Simón Cruz (1933-2016) era un año más viejo que mi padre y ambos amigos desde la infancia. Razón por la cual le conocí hace casi cincuenta años y siempre mantuvimos una relación cordial y afectiva, algo que era consustancial con su forma de ser.
Trabajador infatigable, a su regreso de la emigración a Venezuela atendió una finca de plátanos en Tazacorte y comenzó la aventura de lo que años más tarde sería el célebre “Bodegón Tamanca” –para los que peinamos canas “la bodega de Federico”–, que habría de convertirse en uno de los restaurantes emblemáticos de La Palma, reforzado por la creación de la marca de vinos “Tamanca”.
Tiene su origen en una cueva excavada en una montaña en Las Manchas donde comercializaba los vinos con los que acreditó su merecida fama y que eran herencia de su padre. A los clientes y a los muchos amigos de Federico les gustaba la recalada en la singular bodega, que años más tarde se amplió y se hizo restaurante con su singular disposición y ambiente.
Hemos recordado en estos días, en nuestros años mozos, las muchas veces que Federico nos llevó de Las Manchas a Los Llanos de Aridane y viceversa en su furgón Mercedes y en su rubia Peugeot 404, siempre de buen agrado y siempre servicial y amable. De las muchas veces que nos saludamos y conversamos al visitar el restaurante y le encontramos detrás de la barra del bar, al timón de su exitoso negocio.
Gracias, Federico. Gracias por la suma de tantas cosas que el rosario de los recuerdos no alcanza a contar las cuentas. Descanse en paz el admirado y entrañable amigo, del que mi padre fallecido en edad temprana me pasó el testigo de su amistad.
Foto: cedida