El buque portacontenedores “Lucía de Pérez”, propiedad de Naviera Asón, de Santander, estuvo fletado una temporada a la compañía islandesa Hafskip Line, que le puso el sobrenombre “Hvita” y traducido al español significa “Río Blanco”. Con él estuvimos realizando la ruta Reikjiavik-New Jersey City- Norfolk-Reikjiavik durante los años que duró el contrato.
La tripulación, todos españoles, éramos una piña de capitán a paje. Y había que serlo porque las condiciones de malos tiempos en que normalmente navegábamos y entre puertos no españoles, parecía que nos daba más confratenidad y unión. Cada uno en su puesto, sabiendo lo que tenía que hacer y con respeto mutuo, pero sin esa diferencia de cargos que quizás se darían en otras circunstancias. Como decían los mosqueteros, “todos para uno y uno para todos”.
Dicho esto, paso a contar una anécdota, de las muchas que pasan en los barcos, que siempre recuerdo con afecto y sonrisa cada vez que me viene a la mente.
En una de nuestras arribadas a Reikjiavik, el atraque estaba ocupado y nos fondearon dentro de la zona portuaria en espera de que quedase libre. Era una de las pocas estancias en las que hacíamos noche y día en puerto. El oficial “Y”, del cual obviamente no voy a dar su nombre, tenía una amiga en Reikjiavik. Era el prototipo de mujer islandesa, rubia y esbelta. Muy guapita.
Resulta que cuando quedamos fondeados vino la aduana a pasar los trámites correspondientes y el segundo oficial pidió a los aduaneros si podía bajar con ellos a puerto, lo cual hizo quedando de volver a bordo una vez atracado el barco. A la mañana siguiente, nada más atracar, regresó (algo ojeroso) y a las 12 nos sentamos a comer.
La cámara era comedor por un extremo y por el otro sala de estar. Desde la mesa se veía el portalón pudiendo controlar quien accedía a bordo. De repente, vemos que el oficial “Y” se agacha y se esconde debajo de la mesa quedando oculto por el mantel que colgaba. Nos dice: “Ahí viene “X”, decidle que he salido y que no estoy”. La había visto subir a través del portillo.
La chica llegó a la cámara y preguntó por “Y”. Con sonrisa de circunstancias, el capitán le dijo: “Acaba de salir y no tardará, siéntate y espéralo mientras tomas un café y ves la tele”. El susodicho, en voz baja decía: “no sean cabrones, decidle que se vaya, que no vuelvo hasta que salga el barco”. Y nosotros a darle con el pie: “cállate que te va a oir”. Y venga risas. Ella veía que reíamos y nos miraba sonriente sin saber el por qué de nuestra algarabía. Y el otro debajo de la mesa.
Así lo tuvimos mientras acabamos de comer, tomamos el café y echamos una partida de tute a diez tantos. Es decir que lo tuvimos allí más de una hora haciendo penitencia, hasta que por fin para él, la chica se cansó y marchó. Claro que a todo esto nosotros muertos de risas y la pobre mujer desconcertada por tanto cachondeo. El segundo se incorporó descoyuntado y doblemente cansado por la noche de “trabajo” que había tenido y la gimnasia sub-table.
Por la tarde comenzó otro nuevo viaje rumbo a New Jersey con la borrasca a las puertas y el “tren canadiense” de borrascas esperándonos por no perder la costumbre. Pero todos contentos.
(*) Oficial radioelectrónico de primera clase. Ex funcionario de Salvamento Marítimo