En memoria del “compañerito” y amigo Salvador Rodríguez

En el tiempo, largo tiempo, en que conocimos a Salvador Rodríguez Rodríguez, tuvimos siempre la atención y pulcritud de un buen “compañerito”, como él gustaba llamar a sus amigos. Justo es que, en este momento de su despedida terrenal, le dediquemos unas líneas de gratitud a quien demostró unas formas y un talante de persona que acabó siendo un referente entrañable.
Salvador Rodríguez tuvo siempre afán de servidor público y mostró desde edad temprana un interés notable por acariciar posibilidades de un nuevo amanecer para las nuevas generaciones desde un pueblo entonces con muchas limitaciones, situado en el vértice sur de la isla de La Palma, llamado Fuencaliente.
Primero, desde finales de la década de los años cincuenta en unión de Jaime Hernández de Paz y Socorro González, fue la academia preparatoria para los jóvenes fuencalenteros con inquietudes y afanes de superación que estudiaban el bachillerato por libre, lo que les abriría las puertas de la Universidad, entonces un sueño casi inalcanzable para una gran mayoría. Aquella apuesta tuvo metirorios frutos.
Luego, Salvador, desde el Ayuntamiento, en tiempos de los alcaldes Emilio Quintana Sánchez, Feliciano Hernández Hernández, León Bienes Hernández, Eustacio Hernández Ríos y Lucio Pérez Gómez y con su “compañerito” y amigo Constantino Carballo Hernández, Tino, demostró su afán de servidor público siempre a favor de sus vecinos, necesitados muchas veces de trámites y gestiones elementales con los que hacían más llevadera la vida. Hemos de recordar su papel de redactor del informe diario de la erupción del volcán Teneguía, acaecida entre octubre y noviembre de 1971, a las órdenes de destacadas figuras de la vulcanología y geografía de la época, que tenían su cuartel general en el Ayuntamiento de Fuencaliente: José María Fuster Casas, Telesforo Bravo, Alfredo Hernández Pacheco, Leoncio Afonso Pérez, su hijo Antonio Afonso Rodríguez y un joven recién llegado Juan Carlos Carracedo. ¡Tremendo elenco de personalidades académicas lidiaron con Salvador en aquellos días azarosos!. Precisamente, una de las últimas veces que hablamos fue para decirle que Alfredo Hernández Pacheco volvía a La Palma y quería visitarle en su casa casi cincuenta años después.
Luego vino la etapa de la Caja de Ahorros Insular de La Palma, más tarde Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife, cuya dirección desempeñó hasta su jubilación. Le tocó una época de gran desarrollo agrícola en la Costa de Fuencaliente, donde agricultores emprendedores hicieron posible el milagro de las vastas extensiones de fincas de plataneras que tanto contribuyen a la economía insular. Aquellos eran otros tiempos. La Caja, el IRYDA, Extensión Agraria, el Ayuntamiento y los creyentes en su pueblo y en su isla forjaron la realidad que conocemos hoy.
Salvador, imbuido siempre del afán que le caracterizaba, visionario y buen consejero en unión de Raimundo Bienes y Juan Ignacio Pérez, hicieron patria chica y contribuyeron decididamente a que los sueños y los esfuerzos de muchos se hicieran realidad. La oficina de la Caja de Ahorros en Fuencaliente tuvo siempre un merecido reconocimiento dentro y fuera de su organización por su eficacia, seriedad y trato amable y ese es un hecho incontestable y un aporte manifiesto que ha contribuido a un Fuencaliente mejor.
En ese afán de servidor público y vocación por su pueblo al que nos referimos, Salvador Rodríguez se convirtió en el primer presidente de la U. D. Fuencaliente, equipo del que figura entre sus cofundadores. De esto les puede hablar con mayor enjundia el maestro Pedro Pérez González, pues lo ha vivido en primera persona. La historia de la gran afición por el fútbol en nuestro pueblo no se entiende sin su generosa contribución y entusiasmo. Como otros tantos contemporáneos, sentía también una gran atracción por el dominó y de esos encuentros pueden hablar con mucho detalle quienes compartieron con él tantos y tantos momentos que ya forman parte de la memoria grata de los tiempos vividos.
Paradigma notable de su generación, Salvador Rodríguez fue un hombre luchador, trabajador y consecuente. Formó familia con María Rosa Pérez y Pérez, de cuya unión nacieron Salva, Nati y Ruth. En el tiempo en que le conocimos, su hijo Salva fue un amigo sencillamente entrañable. Vueltas de la vida, se marchó demasiado pronto –y comprendimos, una vez más, qué injusta es a veces la vida– y su memoria está siempre presente, como también ya está su padre, un hombre que demostró un amor sin limites por su familia y por el pueblo de Fuencaliente, al que entregó sus mejores afanes y sus mejores desvelos.
Descanse en paz el apreciado amigo Salvador Rodríguez. Paz a su alma y un fuerte abrazo para su familia.
Foto: cedida
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