Esther tenía un algo especial que siempre la distinguió, sin que ella lo pretendiera. Tenía un encanto y una forma de ser que contagiaba a quienes la conocimos, alegre, desenfadada, una cadencia netamente palmera que acusaba su personalidad, acrisolada en los eternos valores aprendidos desde la cuna de la familia Curbelo Lorenzo, que vivió en el número 56, cuesta arriba, de la calle Baltasar Martín de Santa Cruz de La Palma. Una casa entrañable que forma parte de nuestra memoria fértil, en la que Manolo y Adelina, los padres de María Nieves, Esther y Juan Manuel, mostraron siempre una generosidad y un cariño sin límites.
Esther Curbelo Lorenzo cierra sus ojos en esta vida terrenal dejando la estela de un magisterio fecundo, acrisolado a lo largo de cuarenta años de docencia vocacional dentro y fuera de La Palma, aunque de manera especial como maestra nacional en el CEIP Buracas, situado en el cruce de Breña Baja, donde cientos de alumnos acreditan su capacidad y habilidad para la enseñanza inculcada siempre en los preceptos del querer y poder ser más y mejores personas en la vida sin hacer daño a los demás.
Esther emprende en paz el viaje eterno en Año Lustral cuando La Palma recupera el pulso vital después de una sucesión de acontecimientos diversos. Siempre se sintió especialmente identificada con la isla y la ciudad donde nació y a la que amaba profundamente y siempre sintió un afecto entrañable por Fuencaliente, el pueblo natal de su madre, que es también el nuestro y en el que tantas vivencias y recuerdos se agolpan desde los años primeros en el momento de su despedida terrenal.
Al desgranar el rosario de los recuerdos, evocamos la curiosa anécdota cuando un día, en octubre de 1963, salió de ver la película “Rebelión a bordo” en el cine Víctor de Santa Cruz de Tenerife, con Marlon Brando como actor principal y ambientada en los mares del Sur y le sugirió el nombre “Tahití” para el bar que su primo Juan Lorenzo Hernández se disponía a abrir situado frente a la plaza de toros de la capital tinerfeña.
De su matrimonio con Agustín Francisco de las Casas —paisano entrañable y amigo de días felices— nació la familia Francisco Curbelo, de la que son descendientes sus hijos Agustín Manuel y María Esther. Ellos, al igual que sus padres, han bebido en las mismas fuentes del querer y del saber y son fedatarios de una continuidad personal, familiar y emocional que enaltecerá siempre las virtudes aprendidas desde la más tierna infancia.
Agustín y Esther eran personas cultas, amantes de la música, del canto, del arte, de la historia, de la literatura, de la escritura, de La Palma —siempre La Palma, convertida en identidad y referencia permanente—, cualidades en parte inculcadas por el ambiente familiar y por el entorno y el tiempo que les tocó vivir, además de personas de orden y respeto y esa la mejor herencia que dejan a sus hijos y también la herencia noble que Esther deja a sus muchos alumnos después de tantos años de docencia.
Muchas gracias por tanto y por todo, querida Esther. Algún día retomaremos nuestros encuentros y las conversaciones que tanto nos gustaban y quedaron pendientes. Descansa en paz.
Foto: cedida