En 1902, apenas un año después de su regreso a La Palma, culminó la construcción de su máquina voladora, formada por unas alas de latón articuladas. La expectación debió ser extraordinaria. De aquella aventura dicen las crónicas orales de la época transmitidas de padres a hijos, quizás exagerada, de que Lirio Toledo se subió a un tejado armado con su artefacto volador y ordenó a su mujer, Sebastiana Lorenzo Pino, la conocida expresión “¡Empuja, Bastiana!”, que muchos palmeros conocen pero que no saben de dónde procede.
Rumbo al vacío y moviendo sus alas de latón, nuestro personaje apenas pudo volar unos metros y vino a caer cerca de su casa sobre unas tuneras, sufriendo un aparatoso accidente incrustándose los puntiagudos picos en su cuerpo, pese a lo cual, hombre delgado y testarudo como los genios, dicen que se levantó con prontitud y se entretuvo en analizar los fallos de su máquina de volar.
El escritor palmero Ismael González relata, según lo dicho por Andrés Pereyra Camacho, “que su abuela doña Felipa, comentaba que, siendo ella una niña de 12 años, presenció dos vuelos que intentó hacer ‘el cojo’, impulsándose con un aparato de su invención, desde el tejado de su vivienda, logrando, en el primer intento, un distanciamiento de unos cincuenta metros, que dio lugar a caer sobre unas tuneras próximas; y que el segundo intento de vuelo prolongó su desplazamiento hasta unos cien metros, más o menos, cayendo esta vez sobre unos almendreros del cercado”.
Amalia Castro, bisnieta de doña Felipa, contradice este testimonio diciendo que en una ocasión la visitó Antonio José “muy enfadado porque los niños le decían a su paso ‘empuja Bastiana’. Y al preguntarle doña Felipa el motivo de ello, le contestó que se debía a que, teniendo un hueco en el techo para la salida del humo que producía la fragua instalada para sus trabajos de herrero, al preguntarle la gente para qué era el agujero, él contestaba que lo había hecho para que soplara Bastiana, colocándose él, directamente encima, y con el aire del ‘soplido armar vuelo’ para ir a caer a la tierra de la cebada, lugar distante unos tres kilómetros de su vivienda”, lo que Ismael González interpreta como “una manera de burla inocente que usaba ‘el cojo’, por la ignorancia de los preguntones”.
Una tercera interpretación se refiere al relato de Nieves Rodríguez Álvarez, esposa de Emilio, segundo hijo del “cojo de las Lirias”, dónde éste decía a su mujer que iba a hacer un aparato para volar con la misma idea de desplazarse hasta la tierra de la cebada, “y que cierto día, quizá en broma, abrió dos paraguas, se agarró de ellos y le dijo a su mujer: ‘Empuja, Bastiana’ y que la señora no quiso hacerlo por temor a que se fuera más lejos y no regresara”[2].
De su ingenio se cuenta, entre otras cosas, que diseñó y construyó un carretón para el transporte de mercancías y una bicicleta de madera –la carretera hacía poco tiempo que había llegado a Los Llanos de Aridane–, tres casas de vivienda, así como un barco que fabricó en solitario dentro de su propio pajar. Cuando llegó el momento de sacarlo afuera, cayó en la cuenta de que era demasiado grande para el tamaño de la puerta, por lo que adoptó la solución más lógica: derribó la pared y sacó a la luz su nueva obra, siendo admirado por todos sus contemporáneos como un trabajo más del peculiar personaje que tenía la aureola de haber sido el primer palmero que quiso volar.
Su vida se acabó el 28 de octubre de 1936, cuando La Palma y España vivían días azarosos. En su último y definitivo vuelo, rumbo a la eternidad, José Antonio Toledo se elevó ésta vez muy alto, sin que se apreciara fallo alguno en su maquinaria y emprendió el largo camino de la cálida luz de un nuevo amanecer. Su familia, por temor a posibles represalias, desapareció casi todos sus libros y la mayoría de sus apuntes, aunque conserva, como auténticas reliquias, algunos libros con anotaciones suyas, perfectamente legibles.
Nota:
[2] El Día, 12 y 13 de marzo de 1978.
Foto: Archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo